Opositar a bibliotecas, la mejor decisión de mi vida

Hoy os traemos una firma invitada muy especial. La bibliotecaria y escritora Raquel Moraleja –a la que quizás conoceréis por sus colaboraciones en La Nave Invisible y en El Asombrario, o por su novela ‘Sin retorno’ (Verbum, 2016)– nos cuenta su historia hasta llegar a ser Ayudante de Bibliotecas en la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura.

Gracias, Raquel, por este testimonio lleno de verdad, ilusión e inspiración por las bibliotecas.


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Opositar a bibliotecas, la mejor decisión de mi vida

Por Raquel Moraleja

Cualquier empollona sabe que la lista de propósitos de Año Nuevo se elabora de cara a septiembre. En los cuadernos cuadriculados Oxford que huelen a blanco, en la primera página de la agenda que, como la vida, arranca en el último mes del verano. Las vacaciones dejan demasiado tiempo libre para pensar. El paro también.

Un día de agosto de hace cuatros años, mientras pasaba el festivo con mis amigos en la piscina de nuestra antigua universidad, recibí un mensaje que me citaba extrañamente temprano en la oficina al día siguiente. Después de secarnos nos fuimos a la verbena. Gané un peluche gigante de un dragón rosa explotando globos con un dardo. Por la mañana me iban a despedir.

Aquellos últimos días de verano se me hicieron extrañamente largos.Ya no tenía un empleo al que volver. La lista de propósitos de septiembre estaba rabiosamente vacía. La penosidad del viaje en metro a la oficina de empleo solo la conoce quién la ha experimentado. En mis -por aquel entonces- veintiséis años de vida había llorado mucho por el trabajo: por su precariedad, por su falta, por su posible pérdida. Cualquier empollona sabe que la leyenda urbana de la meritocracia, de los grados universitarios, de los másters, de los cursos especializados, de los idiomas, de las becas, de las prácticas no remuneradas te acaba por estallar en la cara.

Dieciocho años no son nada en la vida de una persona, y sin embargo sigo pensando que casi todo lo que nos define -los anhelos, las inseguridades, las ilusiones, los hábitos, los miedos- aparece durante esos primeros años, en la primavera de nuestras vidas, antes de encarar la fatiga del verano adulto. Yo he querido ser muchas cosas. Quise ser veterinaria porque quería tener un perro. Quise ser criminóloga porque en la tele estaba de moda. Quise ser psicóloga porque estaba acostumbrada a escuchar y gestionar las penas de mi familia. Finalmente, frente a la hoja de inscripción, supuse que Periodismo sería la única carrera que me permitiría vivir de la escritura. Y es que la única constante en todos los momentos de mi vida habían sido las historias: mi afán por escribirlas, la acumulación de libros que las guardaban, las bibliotecas que siempre me esperaban abiertas, aunque fuese pleno agosto y ya no quedase nadie ni nada más a mi alrededor.

Creo que mi primera biblioteca ya no existe. Ocupaba, si no recuerdo mal, un par de salas de un centro cultural cerca de mi colegio. Mi madre me acompañaba a la salida de clase y esperaba paciente e incómodamente sentada en una silla de tamaño infantil a que yo escogiese mis Barco de Vapor. La biblioteca que devoré en casi su totalidad fue la que se encontraba en el sótano de mi colegio, junto al aula de Tecnología, únicamente atendida por uno de los profesores de Lengua y Literatura de E.S.O., que me sellaba la colección de Gran Angular. Poco antes de entrar a la universidad descubrí la biblioteca pública municipal de mi barrio, La Chata, escondida tras una verja de hierro amarilla en una conocida plaza de Carabanchel Bajo. También cogía un autobús para ir a la Antonio Mingote en Aluche porque tenía mucho más fondo de narrativa. Poco después descubrí la Luis Rosales en Carabanchel Alto, tan amplia y luminosa, abierta a la ciudad desde la cima del promontorio. Nadie entendía por qué tenía que ir a tantas bibliotecas distintas.

Y me dije a mí misma una mañana de aquel verano que no terminaba nunca:

“¿Por qué no?”. Si siempre han estado ahí. Si son tu lugar seguro en el mundo. Si crees firmemente en su futuro, en su utilidad, en su propósito. Si el trabajo de bibliotecaria te gustaría. Si se te da bien estudiar. Si lo que necesitas es estabilidad laboral. Algo había frenado aquella decisión unos años antes. Como si dejar de sufrir ansiedad cada vez que abría las aplicaciones de LinkedIn e Infojobs me convirtiese en una persona poco ambiciosa. Poco ambiciosa… ¿ante quién? Solamente ante la idea preconcebida y distorsionada por el discurso generacional “si quieres, puedes” que me había hecho de mí misma. Entonces cerré el documento Word de mi curriculum vitae y busqué en internet: “oposiciones a bibliotecas en Madrid”.

Casi un año después de aquel despido, vendí unas cuantas novelas más y me despedí de mis compañeras de caseta. Era el último día de mi contrato temporal como librera. Empezaba un nuevo verano. Determinación, concentración, paciencia. Y aprender a relativizar la gravedad de las cosas. Me llevase las convocatorias que me llevase, no iba a pensar en un plan b. Mi lista de propósitos para el nuevo curso -al menos, en el aspecto laboral- estaba cerrada.Tenía el primer examen de la oposición a Ayudantes de biblioteca de la Administración General del Estado dentro de un mes.

Durante aquel año estudiando había descubierto que existían muchos más perfiles profesionales en el sector bibliotecario de los que yo conocía. Que las bibliotecas, además de lectura, eran participación, cooperación, comunicación, gestión, innovación. Que, dondequiera que estuviese mi plaza, me ofrecería la seguridad, la estabilidad y la motivación que yo necesitaba. Cada septiembre es un nuevo comienzo. Este, cumplo poco más de un año trabajando como bibliotecaria, y aunque como en cualquier puesto de trabajo hay días mejores y otros peores -esta experiencia también me enseñó a “desromantizar” la vocación profesional, otra de las mentiras envenenadas de mi generación-, cada mañana salgo convencida de que aquel verano tomé la mejor decisión de mi vida.


Raquel Moraleja
Ayudante de Bibliotecas en la Administración General del Estado. Actualmente desempeña labores de comunicación, difusión y redes sociales, así como gestión económica, en la Subdirección de Coordinación Bibliotecaria. Graduada en Periodismo y Máster en Estudios Literarios por la Universidad Complutense de Madrid. Ratón de biblioteca desde que tiene memoria.



Firma invitada por Irene Blanco.

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