Usuarios e investigadores: ¿son sujetos pasivos o activos en nuestras bibliotecas patrimoniales? Habitualmente, la biblioteca patrimonial o archivo histórico juegan un papel de intermediación entre los usuarios y los documentos patrimoniales. En el siguiente post, mostraré dos iniciativas que van un poco más allá de esta relación clásica entre centros documentales, sus colecciones o fondos patrimoniales y los investigadores. Básicamente, revisaremos dos proyectos en los que los investigadores van más allá de la consulta y toman las riendas en la creación de repositorios, ordenación de colecciones y puesta en valor del contenido.
Cátedra Marius Torres
La Cátedra Marius Torres es un proyecto impulsado por un grupo de investigadores del Departamento de Filología Catalana i Comunicación de la Universidad de Lleida, que se dedican al estudio de la literatura contemporánea. Hasta aquí algo frecuente: un grupo de investigadores se promociona en Internet para obtener visibilidad, hacer red y generar sinergias con otros. La novedad radica que entre sus intereses declarados está la aplicación de las nuevas tecnologías en la conservación y difusión de un patrimonio cultural determinado… Básicamente aquel patrimonio que estudian, aquel que quieren compartir con otros investigadores y aquel que consideran que debe estar relacionado y contextualizado.
¿Cómo se traduce este interés? Si vamos al portal de proyecto podremos ver una sección denominada Corpus Literario Digital. En ella podemos encontrar des de referencias a proyectos externos, pasando por el acceso directo a obras digitalizadas por el grupo, hasta llegar al acceso a documentos en audio o vídeo realizados por escritores catalanes como Joan Vinyoli o Josep Maria de Sagarra. En definitiva, una de las líneas estratégicas del proyecto se enmarca en un repositorio temático de recursos digitalizados a partir de una selección propia y en función de intereses del grupo. Un repositorio, como el de cualquier biblioteca o archivo, pero creado, implementado y alimentado por profesionales que no son de nuestro ámbito profesional.
Sin entrar en el volumen de revistas, manuscritos o grabaciones, me gustaría centrarme en la dificultad y necesidades que plantea un proyecto de estas características, un proyecto que precisa de la colaboración de las bibliotecas o archivos alíenos al grupo (La Universidad de Lleida no cuenta con todo el patrimonio que necesitan). Los investigadores no poseen, protegen o dan acceso físico a los documentos digitalizados, sino que los piden a centros documentales. Sin el apoyo directo de ninguna biblioteca, el grupo ha tenido que conocer todo lo relacionado con el proceso de digitalización, creación de repositorios, descripción a través de metadatos, difusión en la red y hasta políticas de preservación digital… Si crear un repositorio de estas características para profesionales como nosotros ya es algo complejo, no hace falta imaginar que debe significar para profesores universitarios de filología.
Pasando por la Library of Congress, la Biblioteca de Cataluña, el Ateneo Barcelonés y llegando a editoriales podemos ver un interesante ejercicio de crowdfunding. La colaboración entre bibliotecas y grupo es capital. Ya sea porque el grupo asume la digitalización de los fondos que necesitan, ya sea porque piden la cesión de fondos ya digitalizados por otros, el actor principal está claro.
En conclusión, la biblioteca o archivo es un actor secundario, necesario y que gana con la iniciativa.
Proyecto Almirall
¿Es interesante saber que obras leían los políticos, economistas, artistas o intelectuales en cierto momento de la historia? ¿Cómo se construye una identidad cultural o cuáles son los porqués de los movimientos políticos, económicos y hasta filosóficos en un país? Indudablemente, sí.
En la España del siglo XIX, ante unas bibliotecas universitarias en decadencia y ocupadas en otros menesteres (como el procesamiento de los fondos procedentes de desamortizaciones), las bibliotecas privadas de organizaciones civiles cobran un protagonismo excepcional. Investigadores de la talla de Jordi Casassas o Francisco Villa-Corta Baños, hablan de cómo a raíz de esa excepcionalidad, las bibliotecas de instituciones privadas como las del Ateneo de Madrid, del Ateneo Barcelonés o la Biblioteca Arús de Barcelona, entre muchas otras, son necesarias para que intelectuales españoles puedan mirar más allá de su propio país y recibir todo lo que acontecía en la Europa de las revoluciones. Sus fondos patrimoniales, con pocas variaciones, son una radiografía de la época y una instantánea sobre que libros leían los intelectuales madrileños o barceloneses a lo largo del siglo XIX.
En esta línea, la Biblioteca del Ateneo Barcelonés lidera el Proyecto Almirall: Cultura y pensamiento en el siglo XIX. Se trata de un portal de investigación y difusión de la cultura cuyo principal objetivo es contextualizar y explicar como las corrientes culturales europeas se introdujeron en España y como estas marcaron e influenciaron a pensadores, intelectuales, políticos y artistas españoles a lo largo del siglo XIX. A través de artículos científicos originales, de entre 1.000 y 2.000 palabras, el proyecto pretende divulgar y exponer los porqués culturales y sociales de España.
¿Cómo se realiza dicha contextualización? A través de obras digitalizadas por la Biblioteca del Ateneo en diversos proyectos como GoogleBooks, el Biblioteca Virtual de Prensa Histórica o la Memoria Digital de Catalunya. Estamos frente a un catálogo bibliográfico explicado por investigadores, que se apoyan en una política de digitalización y preservación de una biblioteca privada y patrimonial.
¿Se explica con la aportación de la Biblioteca del Ateneo Barcelonés el siglo XIX en España? Evidentemente, no. Es un proyecto en cooperación con otras bibliotecas a nivel catalán y español que aportan sus propios fondos digitalizados en sus respectivos repositorios. Sólo a través de la visión de otros centros se puede completar el discurso científico. ¿Quién propone las líneas, revisa los contenidos y marca el ritmo del proyecto? De nuevo investigadores que ponen en valor un patrimonio ya digitalizado, pero que gana sentido y valor con su contextualización. Además los investigadores aprovechan el repositorio y sus propias funcionalidades para crear red entre ellos.
La Biblioteca, en este caso, sólo coordina los procesos y enmarca su colaboración con otros centros en base a las necesidades marcadas por el Consejo Científico del proyecto. Otro ejercicio de crowdfunding, liderado por investigadores y coordinado por una biblioteca.
Para concluir, tenemos dos proyectos con gran valor, que difícilmente sin la acción de los “clientes habituales” de centros con patrimonio se podría producir. Estamos ante dos ejemplos de colaboración, en dónde los documentos de la biblioteca van más allá de sus 4 paredes y cobran valor entre tanto ruido en Internet.
¿Quizás estamos ante el modelo que dinamice y recupere fondos o colecciones patrimoniales?
Lluís Vicente. Licenciado en Humanidades y en Documentación. Director de la Biblioteca del Ateneo Barcelonés, coordinador de la revista ITEM del Colegio de Bibliotecarios y Documentalistas de Catalunya.