Sigo a Jordi Bosch el suficiente tiempo en Twitter como para saber que cuando aparece en mi timeline lo va a llenar de inspiración, de su trabajo con jóvenes en la biblioteca, de historias, reflexiones y de «cosas bonitas», como él dice. Cuando vi este tweet suyo tuve claro que tenía que invitarle a desarrollarlo en BiblogTecarios, y más en la antesala al Día de las Bibliotecas que este año tienen como lema «Tejiendo comunidades.» Espero que disfrutéis de esta preciosidad de post tanto como yo.
Gràcies, Jordi, per la teva feina, per comptar-la amb tanta emoció. Tant de bo que aquest text sigui el començament d’una mica més: un article més llarg, una xerrada, un llibre. Necessitem aquest oxigen i del teu inspirador treball amb la comunitat. –Irene Blanco.
Llegar al corazón
Una biblioteca en medio de una comunidad es un cruce entre una salida de emergencia, una balsa salvavidas y un festival. Son catedrales de la mente, hospitales del alma, parques temáticos de la imaginación. En una isla fría y lluviosa, son los únicos espacios públicos protegidos donde uno no es un consumidor, sino un ciudadano. Un ser humano con un cerebro y un corazón y un deseo de ser elevado […]
Caitlin Moran
Aunque suene un poco melindroso o pueda parecer muy etéreo, estoy convencido de que para fomentar la lectura es necesario realizar un trayecto hacia las emociones —la semilla— para llegar a generar sentimientos —aquello que crece y perdura— en las personas. Si queremos que la gente lea, tendremos que saber mediar para conseguirlo. Insistimos en el hecho de que (todo) el mundo lea para que seamos capaces de leer el mundo (haciendo un pequeño homenaje a Michèle Petit y su obra Leer el mundo: experiencias actuales de transmisión cultural.) Así de simple, así de complicado. Los beneficios de la lectura están ampliamente demostrados desde muchos ámbitos, pero existe un abismo entre el discurso social —aquello ampliamente aceptado— y los hechos objetivos —aquello que hacemos—. Se acepta el valor de la lectura en sí misma, pero nos cuesta leer. Queremos que nuestros hijos e hijas lean, pero en casa no existe este hábito. Creemos que leer nos hace mejores pero la atención que le dedicamos es casi nula. Existen muchas personas que, a lo largo de nuestra vida, pueden llegar a generar en nosotros ese vínculo con la lectura. Y a veces —pocas— se dan las circunstancias para generarlo de manera solitaria. Felipe Munita (2021) lo describe muy bien:
Hoy sabemos que esas interacciones en torno a la lectura están mediatizadas por múltiples factores, que van desde ciertos determinismos sociales o dinámicas familiares y escolares hasta aspectos afectivos y emocionales relacionados con la personalidad del sujeto o con los encuentros que este pueda experimentar con otros en torno al mundo de lo escrito. Y, lo que nos parece aún más importante, sabemos que el famoso «placer de leer» que se quería natural y espontáneo, nace raramente del contacto directo y único con el libro, pues existen una serie de mediaciones por las cuales ese placer se construye.
Un placer construido. Una emoción compartida. Un sentimiento propio. Pues esto va de edificar puentes para superar ese abismo del que hablábamos e iniciar o recuperar la emoción de la lectura. Y los puentes se erigen con buenos cimientos y paso a paso.
La escritora Vivian Gornick en su libro Cuentas pendientes (2021) nos habla de su relación con la lectura y, sobre todo, con la relectura. Para ella “brinda paz y emociona, reconforta y consuela (…) Por encima de todo lo demás, es un alivio puro y duro del caos mental”. Estas palabras describen una aproximación personal hacia el hecho de leer y lo hace desde lo más hondo: “a veces creo que me infunde por sí sola valor para vivir, y lo ha hecho desde mi más tierna infancia”. Ese sentir es tremendamente emocional. Nos gustaría llegar aquí, pero me conformo con crear un vínculo afectivo a partir de un diálogo que parta del corazón para volver a él. No es poca cosa y de ahí mi eterna insistencia.
Leer importa. Amar también.
Vengo a hablaros de cosas bonitas. Sabemos que inmiscuirnos en los corazones ajenos no es fácil, pero podemos llegar a hacerlo de distintas formas y maneras. Se puede abrir camino y tejer puentes a partir del humor, de la pasión y de todo aquello que nos proporcione felicidad —que es personal e intransferible como el carné de biblioteca—. Los profesionales que trabajamos y disfrutamos con la lectura y la literatura sabemos que no es un camino cómodo, pero andarlo justifica, en parte, aquello que somos. Nos gusta estrujar los corazones y también acariciarlos. Acompañarlos y darles espacio. Abrazarlos, soplarlos, hacerles cosquillas. La relación que una persona tenga o haya tenido con los libros marcará la predisposición con ellos. Será más complicado —no imposible— generar ese vínculo afectivo con el libro a alguien cuya interacción con ellos ha sido casi nula que a otra persona a la que desde pequeña le leían en voz alta, con la que acudían a la biblioteca pública o que tenían una colección de libros personales en casa. Una de las cosas que adoro de la biblioteca pública es la democratización del acceso. Cualquier persona es libre de acceder a ella y una vez dentro siempre existe la posibilidad de que te cambie la vida. Así lo creo. Pero hay que construir las condiciones necesarias para poder generar experiencias positivas en los usuarios. Hablo del diálogo como fuente de exploración de lo humano. Hay que tener tiempo para conversar. Y el tiempo es escaso. Y los hombres de gris siempre están al acecho.
Dialogar para significar. Cada usuario es tan importante como el anterior. Y hay que conocerlos. A veces nos verán como intrusos. ¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? Y otras veces llegaremos con una sonrisa, un nombre y un “te acompaño”. Y a veces no llegaremos. ¡No todo el mundo quiere ver su corazón estrujado! —aunque sea con cariño—. Mi realidad y experiencia se basa, sobre todo, en adolescentes, pero creo que es extrapolable a cualquier franja de edad. Para ellos la biblioteca se ha convertido en un refugio, en un espacio de posibilidad donde estudiar y socializar a partes iguales. Donde descubrir, crear y compartir. No hablo de aprender. El verbo ya es inherente en cada uno de los procesos. Y un refugio en compañía de una figura indispensable: el bibliotecario/a juvenil. De la persona que los conoce, intenta comprenderlos, les da tregua, los ayuda, los acompaña, los atiende, intenta sacarles una sonrisa, quiere apasionarlos, que vivan con intensidad, que descubran su perfil bueno y también el malo. En definitiva, que aparezca la felicidad por los resquicios de una etapa complicada. Y eso se hace leyendo a las personas para encontrar el mejor camino hacia ese corazón y dialogando: “¿Qué tal la vida?”, es la primera pregunta que les hago. Siempre. A partir de ahí, la mayoría de veces empieza a fluir una conversación que es la puerta de entrada. Veo como abren su coraza, como dejan entrar las palabras, como se permiten sonreír en una biblioteca o confiar en un o una bibliotecaria. Llegar a generar ese vínculo afectivo con ellos no es fácil, pero es maravilloso.
Gracias a ese vínculo pude empezar a introducir obras en su vida. Dudo que los hiciera lectores, pero creo que expandí —aunque fuera muy poco— su mundo vital y, sobre todo, su forma de leer y relacionarse con el mundo.
Tres realidades significativas
En la Biblioteca del Sud de Sabadell convertimos la sala de estudio en un espacio joven. Lo creamos con ellos/as, decidieron la disposición y aquello que querían para que fuera su refugio. En este espacio no existe una vigilancia permanente, sino que es autogestionado.
El espacio joven de la Biblioteca del Sud de Sabadell.
A partir de ahí e irlos conociendo se abrieron posibilidades. Me gustaría mostraros tres. Algunas más sencillas que otras:
El texto olvidado
Dejar un texto con una pizarra. Algunas indicaciones. “Leed esto. Es corto, es triste, es precioso”. Dejar esto para ellos/as y encontrarte con corazones dibujados y una interacción “Me encanta”. Descubrí que fue Laura y estuvimos hablando sobre el texto. Fue precioso.
Podéis leer el texto aquí: https://lecturia.org/cuentos-y-relatos/cristina-peri-rossi-punto-final/5461/
Obligados a dialogar. Luces de Bohemia.
Las lecturas obligatorias —un nombre ideal para fomentar la lectura— son obras clásicas que tratan temas universales. Desde la biblioteca pública y acompañados de otros profesionales decidimos hacer unas dinámicas lectoras con algunos de ellos. Actividades que presentaban un recorrido por la obra y desde la obra. Más vivencial y emotivo, sin dejar de lado la importancia del texto y de las palabras. Hicimos algunas, pero os dejo la de Luces de bohemia donde empezaron tomando unos chupitos (sin alcohol) en la famosa taberna de Pica Lagartos.
Estas sesiones (como cualquier actividad en la biblioteca) hay que prepararlas muy bien para reconducir el debate, armar un diálogo en el que todos/as se sientan a gusto, poder expresar la opinión libremente sin ataduras, escuchar(nos) y aprender entre todos/as.
Una mesa de ideas
Cualquier mesa es un espacio dónde se reúne gente. Para comer, dialogar, observar, interactuar, trabajar, etc. Y siempre aparecerán las ideas si generamos un lugar y un entorno favorable que parta de la confianza. ¡Hay que escucharlos porque tienen mucho que decirnos! Por ejemplo: una mesa, un libro maravilloso y a emocionarse.
Como mediadores tenemos que saber qué obras pueden generar espacios de diálogo. Y esta lo consigue. Un álbum íntimo y sencillo. Precioso y duro a la vez. Cuando el entorno quiere dejarnos sin infancia y lo vemos todo desde la perspectiva de un niño. Una obra muy poética que no deja indiferente y da para dialogar.
Si queréis saber más de la obra os recomiendo leer a la queridísima Ana Juan Cantavella en su blog.
Leer y amar son dos actos revolucionarios
Para finalizar con esta pequeña experiencia haré un compendio sencillo. Si leer y amar son dos actos revolucionarios —que lo son—, los mediadores culturales somos guerrilleros incansables que queremos compartir la pasión que genera en nosotros el arte, la cultura y la literatura. ¡Cómo vamos a dejarlos sin ello! Si podemos hacerles la vida más bonita, ¿por qué privarlos? Es verdad, habrá personas que no quieran ser partícipes de ello —con todo su derecho—, pero que no sea porque nosotros hemos dimitido. Hacer lectores en estas edades es complicado. Por eso, en la biblioteca pública, empezamos desde pequeños para abrir su mundo y mostrarles todo lo que puede ofrecerles nuestro servicio. El verbo, cuando hablamos de adolescentes, es el de acompañar. No hay jerarquía. Codo con codo. De lado. Cruzamos el umbral de la mano y nos metemos en un mundo desconocido —también para nosotros—. Con otros códigos, otra forma de pensar, otras realidades, otros baremos. Decodificamos juntos, establecemos relaciones, observamos, leemos, vivimos. Dialogamos, vibramos, reímos.
Entonces…
Generemos la confianza necesaria para establecer un diálogo, abramos puertas por dónde creemos que no existen, contémosles con humor y pasión lo que les puede cambiar la vida, emocionémonos para emocionarlos. Creo que ese es el camino para fomentar la lectura. No solo de los libros, sino de las personas, de la vida y del mundo.
Y tened cuidado porque estos adolescentes también saben estrujar corazones. Los nuestros. Los que están recubiertos de la misma coraza. Dejadles paso.
Jordi Bosch es director de la Biblioteca del Sud de Sabadell. Ha querido especializarse en el sector adolescente por su complejo de Peter Pan. Cree mucho en la mediación y que el humor, la pasión y el amor son el sustento de la vida. Le gusta aplicarlo en la biblioteca y en todos los ámbitos de su existencia.