Por Lara Salinas (estudiante de Bibliotecología del Instituto de Formación Técnica Superior N°13, Ciudad de Buenos Aires).
A los diez años, me operaron por segunda vez. El postoperatorio no fue fácil y estuve convaleciente durante una semana. Durante ese tiempo, me acompañó una novela: Las cosas de Katy, que leía y releía. En ese entonces, no era muy consciente de por qué lo hacía. Lo que puedo asegurar es que me transformaba cada vez que cruzaba esas páginas.
Descubrí este libro justo antes de la cirugía, cuando fuimos a la Feria del Libro de La Rural y mi mamá me propuso que eligiera una novela, la que yo quisiera, porque me la iba a regalar. Y cuando la vi, fue amor a primera vista. Todavía me acuerdo del momento en el que nos vimos por primera vez y de la desesperación que sentí cuando me olvidé de dónde la había encontrado porque me distraje con otras opciones. Este libro formó parte de mi “espacio transicional”, en palabras del Dr. Donald W. Winnicott: me acompañó en el antes y después de la operación. El libro fue el objeto que adopté, con el que jugué y me protegí de la angustiante separación de quien fui antes de estar internada y de los cambios físicos que experimenté en consecuencia.
Precisamente sobre el libro como “objeto transicional” filosofa la antropóloga francesa Michèle Petit en su ensayo Lecturas: del espacio íntimo al espacio público (2001) cuando piensa la dimensión reparadora de la lectura, que va más allá del olvido temporal de las penas y de simplemente distraerse un poco. Los objetos transicionales, en este caso el libro, dan lugar a la creatividad y al juego y son claves para que la vida tenga sentido. Y, sin lugar a dudas, importantes para la salud de las personas y su calidad de vida. Las internaciones muchas veces son una crisis en la vida de las personas, y leer puede ser una forma de afrontamiento saludable, que dé lugar a la esperanza y a la ilusión.
El lector creador
Cuando leemos, sin dudas se activa en nosotros otros procesos que no ocurren cuando la imagen y los sonidos nos son dados de afuera. Las letras de los libros parecen desaparecer sin que nos demos cuenta. Nos olvidamos que lo que tenemos delante es un texto, en cambio, estamos viviendo eso que leemos. La creatividad nos permite tomar decisiones mucho más profundas: no solo vemos a Katy, sino que inventamos su rostro, el timbre de su voz, los sonidos del campo y el aroma de las flores que sostiene. Incluso, nos sentimos capaces de conversar con los personajes, aconsejarlos y sentirnos abrazados por ellos.
Aunque el potencial creador que nos da la lectura es innegable, leer mientras estamos internados no suele ser la primera opción. Nos acostumbramos a reemplazar la imaginación por la gratificación instantánea que nos dan las pantallas (en mi caso, la mayor parte del tiempo miré una maratón que pasaban en la televisión del dibujito animado Johnny Bravo). En vez de la práctica de la lectura, que precisa ser sostenida en el tiempo, es más probable que optemos por un contenido de “fácil digestión”. Usamos el celular y vemos la televisión porque nos dan satisfacción y felicidad, aunque se diluyen al poco tiempo. En cambio, leer un libro nos transforma. Y esta última expresión es mucho más que una frase hecha; va más allá del lugar común de considerar a la lectura como una peregrinación intelectual prolongada, que nos da como recompensa la tierra prometida de un cambio en nuestra psiquis, para bien.
La ficción es una de las maneras que tenemos de traducir la realidad, el mundo y las experiencias que tuvieron otras personas, reales o ficticias, de distintos momentos de la historia (y que tal vez se asemejan a las nuestras). Por eso, leer nos permite estar atentos a la vida y tener perspectivas diferentes. Ese es el cambio se produce en nosotros no solamente mientras leemos, sino que irrumpe en nuestras vidas. En palabras de la psicóloga y bibliotecóloga uruguaya Cristina Deberti Martins en su artículo “Leer: un derecho… también en el hospital”:
La lectura brinda una oportunidad formidable para aproximarnos a situaciones, afectos, inquietudes, mediante el juego metafórico; la posibilidad de representar cosas ausentes, a través de otros objetos que de pronto cobran vida mediante la palabra (2011: 149).
Cualquier libro que fomente la curiosidad, nos dé nuevas preguntas y enfrente a nuevos cuestionamientos, aporta valor a nuestra vida. Y esto es solamente una parte de la riqueza que tiene la práctica de la lectura.
La necesidad de un servicio que proporcione libros
En los hospitales públicos de la Argentina, las bibliotecas no existen como un servicio del centro de salud ni como una entidad independiente regulada por el Estado. En una reciente solicitud de información pública efectuada al Ministerio de Salud, se consultó acerca de si se tiene registro de cuántas bibliotecas hay en los hospitales públicos del territorio nacional. La respuesta: no existe tal registro. Tampoco existen políticas públicas que impulsen financiamientos estatales que las solventen. En cambio, las bibliotecas funcionan gracias a donaciones y a voluntarios que las llevan adelante. Sin su buena voluntad, no hay bibliotecas.
Podríamos establecer un paralelismo entre lo que ocurre en la actualidad con una famosísima novela de ciencia ficción del año 1953, Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. El personaje principal es un bombero y su trabajo es quemar libros; la lectura y el pensamiento independiente son considerados, en esta distopía, una actitud subversiva.
Este hombre tiene pantallas grandes en su casa (como las de los televisores de hoy en día) que dan la sensación de inmersión total y de familiaridad. La información que transmiten es superficialmente complaciente y así se mantiene estables y sumisos a los espectadores. Es apabullante cómo este rasgo de la ficción de Bradbury se volvió nuestra realidad cotidiana.
Nuestro protagonista se siente desmotivado y adormecido hasta que conversa con la heroína de la novela: una lectora adolescente, una vecina que lo invita a hacerse preguntas profundas, por ejemplo si la felicidad es posible, si él es feliz y por qué.
Ocurre que nuestro bombero comienza a robar los libros y los esconde en su casa. Con su esposa, leen en secreto. Sienten que, por primera vez, están despiertos porque leer les da la posibilidad de razonar a partir del contenido del libro. Les da tiempo para meditar sobre lo aprendido y sienten, por primera vez, la libertad de actuar en base a las nuevas ideas que descubren. Ciertamente, ocurre en ellos lo que nos pasa a nosotros cuando leemos: un fenómeno complejo de construcción de sentido y re-construcción de sí mismos, como afirma Deberti Martins.
Fahrenheit 451 fue publicado en la misma década en la que se instauró la Biblioterapia como una disciplina humana con presencia en los centros de salud, por eso sería interesante preguntarnos: ¿qué pasaría si no tuviéramos la posibilidad de leer cuando nos sentimos desmotivados y adormecidos, por ejemplo, cuando somos internados en un hospital y nos vemos tan limitados en nuestras capacidades?
La importancia de las bibliotecas de los hospitales
Leemos para fomentar la imaginación, crear, escribir, estructurar y comprender ideas a través de las palabras. La lectura es una necesidad humana básica imprescindible para la libertad humana. Es por esto que la biblioteca a lo largo de la historia fue considerada un bien cultural y, como tal, un derecho humano al que todos deberían poder acceder de forma democrática.
La internación hospitalaria es una realidad que puede atravesar intempestivamente nuestra vida y la de nuestros seres queridos. Además, como considera el psiquiatra italiano Giovanni Berlinguer, la salud no es un estado que se alcanza de una vez y para siempre, sino que es un proceso dinámico que fluctúa constantemente; y la literatura ciertamente puede ser una gran copiloto durante estos pasajes porque, como fundamenta Petit, la narración de una historia ficticia nos permite mantener los miedos propios de la internación y la incertidumbre a distancia.
Mientras un paciente espera que le den el alta en el hospital, el derecho puede verse vulnerado de acuerdo a la posibilidad de comprar libros de su interés que lo acompañen. Es allí cuando la biblioteca hospitalaria, que ofrece de forma gratuita este material, demuestra cuál es su razón de existir.
Bibliografía
Berlinguer, G. (1994). La enfermedad. Buenos Aires, Lugar Editorial.
Bradbury, R. (1998). Fahrenheit 451. Buenos Aires, Minotauro.
Coolidge, S. (1990). Las cosas de Katy. Alhambra, Longman.
Deberti Martins, C. (2011). Leer : un derecho también en el hospital. Información, Cultura y Sociedad, (25), p. 145-152. Buenos Aires: UBA; FILO; INIBI.
Petit, M. (2001). Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica.