Hace unos meses, a consecuencia de los nuevos criterios para la renovación del Sello de Calidad de Revistas Científicas 2022, se generó en la lista de distribución IWETEL una polémica en torno al lenguaje inclusivo. FECYT, anunció que, junto con el impacto y la visibilidad, también se evaluarían las Buenas Prácticas en Igualdad de Género, entre las que se encontraban:
- Un mínimo de un 40 % de mujeres en la composición de los siguientes órganos, medidos de forma conjunta: Dirección, Secretaría de Redacción, Consejo de Redacción, Comité Editorial y Consejo Asesor.
- Un mínimo de un 40 % de mujeres como revisoras de los trabajos enviados a la revista.
- La política editorial de la revista incluye recomendaciones específicas a favor del uso de lenguaje inclusivo en los artículos científicos.
- La revista incluye el nombre completo de las autoras o autores de los trabajos que publica.
- La revista informa sobre si los datos de origen de la investigación tienen en cuenta el sexo, con el fin de detectar posibles diferencias.
De las 514 revistas que han obtenido el Sello de Calidad, únicamente el 13 % han conseguido la Mención en Buenas Prácticas Editoriales en Igualdad de Género. La noticia en IWETEL, en lugar de poner el foco en el trabajo que falta por hacer en la política editorial de algunas revistas, se centró en descalificar el lenguaje inclusivo «por considerarlo innecesario, absurdo y artificial. Creemos que es un incordio para la legibilidad de los textos».
Esperamos que disfrutéis de este artículo que ha escrito Noemí Pastor como firma invitada en BiblogTecarios.
Por qué el lenguaje inclusivo es importante
El lenguaje inclusivo es importante, en primer lugar, porque el lenguaje, en general, es importante. No solo refleja nuestra realidad y nuestro pensamiento, sino que también los construye, los condiciona y los moldea, determina nuestra visión del mundo y contribuye a cambiarla. El lenguaje no está fuera del mundo, no está nunca separado del orden social ni de nuestras ideas, imágenes y construcciones mentales. Todos esos elementos interactúan constantemente.
Por tanto, si nuestro pensamiento es igualitario, nuestra forma de comunicarnos deberá ser coherente con tal forma de pensar; si queremos cambiar una situación de desigualdad, el lenguaje será una herramienta más al servicio de tal propósito.
En consecuencia, si a través del lenguaje deseamos transmitir nuestra idea de igualdad, si queremos que nuestro lenguaje esté a la par de nuestro ideario, deberemos despojarlo de los estereotipos sexistas que perviven en la lengua y que, por tenerlos tan arraigados en nuestros usos, utilizamos muchas veces inconscientemente. En este camino seguimos los pasos de autoridades y administraciones de todos los ámbitos que han reconocido también lo esencial de la lengua en la transmisión de valores.
La labor en pro de un lenguaje inclusivo consiste, pues, en describir usos anquilosados que ya no encajan con la realidad actual ni con los cambios sociales de las últimas décadas y en proponer cómo evitar tales usos, porque las lenguas tienen sobrados recursos para erradicar de sus formas el sexismo sin agredir las normas gramaticales y sin perder de vista que nuestro objetivo es conseguir un lenguaje igualitario, correcto y comunicativo; es decir, también eficaz.
Y hay otra razón por la que debemos hacer un uso inclusivo del lenguaje: por responsabilidad.
Si nos movemos en una esfera pública, nos corresponde el deber social de actuar de manera correcta en materia de igualdad de oportunidades y, por lo tanto, utilizar un lenguaje cuidado, inclusivo y exponente de sensibilización.
Las resistencias al lenguaje inclusivo
Sabemos que los cambios lingüísticos, y más los que se refieren al lenguaje sexista, suelen crear resistencias. En cuanto al cambio lingüístico en general, debemos decir que todas las lenguas cambian siempre, sencillamente porque están vivas, porque no pueden no cambiar. Además, al cambiar, al evolucionar, al adaptarse, se fortalecen y se aseguran la pervivencia.
Una lengua que no cambia es una lengua muerta.
Las primeras recomendaciones para un lenguaje igualitario que conocí venían recopiladas en el Manual de estilo del lenguaje administrativo que en 1990 publicó el antiguo Ministerio para las Administraciones Públicas de España. El librito, muy recomendable y aplicable aún hoy en día, incluía a partir de su página 155 un capítulo titulado “Uso no sexista del lenguaje administrativo”, que, como os digo, fue la primera batería de recomendaciones de esta índole con la que me tropecé en mi vida.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Han sido unos cuantos años en los que, entre otras cosas, me he dedicado a recopilar estas recomendaciones, a estudiarlas, a aplicarlas y a hacerlas aplicar. Durante este tiempo he observado muchas reacciones y resistencias en su contra. Os expongo algunas a continuación:
1) Dicen, por ejemplo, quienes se resisten al lenguaje inclusivo que es artificial. Y estoy de acuerdo: el lenguaje inclusivo es artificial; el lenguaje en sí, todo lenguaje, como toda creación humana, es artificial. ¿Es acaso “natural” el lenguaje jurídico o el administrativo? Además, el lenguaje igualitario, al igual que el jurídico-administrativo, pertenece a un registro formal de la lengua: el lenguaje escrito pertenece al registro propio de la Administración, que es de todas y todos, que debe tener en cuenta a todas y todos, que debe dirigirse a todas y todos; y en su aspecto oral, pertenece al registro elevado propio de los discursos y conferencias, porque hay que tener en consideración a todo el auditorio. De hecho, en este apartado, es tradicional la fórmula vocativa de respeto “señores y señoras”, al comenzar una alocución, fórmula que nunca (que yo sepa) ha resultado polémica.
2) Dicen también que el lenguaje inclusivo es anticomunicativo. Y también puedo estar de acuerdo, pues es posible que plantee obstáculos a la comprensión de los textos, sobre todo cuando se usa mal, cuando se adopta con descuido, sin rigor, de forma asistemática, cuando se plagan los textos de barras, paréntesis, arrobas y desdobles. Yo también los sufro.
Por eso debo recordar algo que he escrito antes: que no debemos limitar el lenguaje inclusivo a los desdoblamientos y las arrobas; que las lenguas tienen sobrados recursos para eliminar el sexismo sin hacerse daño ni a sí mismas ni a su función principal, que es comunicar.
No necesito citar aquí las muchas y dignas publicaciones con recomendaciones para cuidar nuestro lenguaje en este aspecto. Son de sobra conocidas. Una sencilla búsqueda en la red nos trae docenas de ellas. Y un poco de interés basta para hacerlas nuestras y aplicarlas.
3) Quizá la mayor resistencia al lenguaje incusivo es la de quienes opinan que es innecesario. Esta es, por ejemplo, la objeción principal que ha manifestado la RAE, la Real Academia Española de la Lengua, en sus documentos al respecto: no necesitamos expresar el femenino porque el masculino ya nos incluye y, de hecho, muchas mujeres nos sentimos incluidas.
Una vez más la RAE tiene razón: nos sentimos incluidas. Yo misma me siento incluida cuando leo “los lingüistas” o “los traductores”. Pero no siempre lo estoy, porque los masculinos no siempre nos incluyen; en muchas ocasiones ni siquiera sabemos si nos incluyen o no; y lo que es peor: a veces creemos que estamos incluidas y no lo estamos.
De este hecho lingüístico extraigo una consecuencia extralingüística: la sobrerrepresentación masculina y la infrarrepresentación femenina.
Los hombres, gracias al masculino plural, están sobrerrepresentados; siempre están nombrados, figuran en todas partes, en todos los ámbitos, lo hacen todo. Son capaces de hacerlo todo. Se ven y se sienten capaces de hacerlo todo.
A nosotras, en cambio, el masculino plural presuntamente genérico no nos representa por completo; nos infrarrepresenta; no figuramos, no aparecemos, no estamos y, en consecuencia, no nos vemos, no nos imaginamos a nosotras mismas en determinados ámbitos. Deducimos, pues, que esos espacios no nos corresponden, no son nuestro sitio, no debemos estar ahí.
Dar la vuelta a esta situación y hacernos presentes donde no estábamos es una tarea lingüística que convierte al lenguaje inclusivo en una herramienta muy valiosa y necesaria.
Y sin embargo…
A pesar de todas las críticas y las resistencias, son innegables los avances. Quiero fijarme en uno que suele pasar desapercibido y que resulta curioso, puesto que muestra una tendencia contraria a la habitual.
Me explico. Por lo general, los cambios lingüísticos se producen en la sociedad, en el habla, y luego la RAE, cuando los ve asentados, los aprueba y los incorpora al corpus teórico de la lengua. Así sucede, por ejemplo, con el léxico: en una sociedad cambiante van surgiendo palabras nuevas y, a medida que estas quedan arraigadas en el uso, la RAE las va incorporando a su Diccionario. Así, el 16 de diciembre de 2021, anunció que su próximo Diccionario incluiría los términos bitcóin, bot, ciberacoso, ciberdelincuencia, criptomoneda, geolocalizar y webinario.
Esta es la tendencia habitual: los cambios se producen en la sociedad y luego los aprueba la Academia.
Veamos ahora la tendencia contraria de la que hablaba antes. El Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, de enero de 2020, incluye un anexo que recoge una “muestra representativa de respuestas” de la cuenta de Twitter @RAEinforma “a consultas sobre cuestiones de género”. En estas respuestas la RAE da por correctas todas las formas femeninas de nombres de profesiones, incluso las más chocantes y menos utilizadas, como cartera, música, óptica, técnica, bombera…
Sin embargo, todavía es frecuente ver, por ejemplo, en televisión, cómo a una médica la rotulan como “médico”. Por eso hablaba yo de una tendencia contraria, porque, en este caso, la RAE ha aceptado usos que la sociedad no tiene del todo generalizados.
Yo veo ahí un avance y el fin de una pelea que fue y ya no lo es.
Por registrar un avance en sentido contrario, acabo este artículo hablando de los desdoblamientos. En ese mismo informe que os he citado la RAE los considera innecesarios. Y, sin embargo, están absolutamente generalizados en nuestros usos sociales, hasta el punto de que yo los he oído en ceremonias de la Iglesia Católica y en boca de hombres que se manifiestan públicamente contrarios al lenguaje inclusivo en todos los sentidos: en sus estrategias, sus formas y su intención.
Los avances son quizás lentos, como todo cambio lingüístico, que raramente se produce de un día para otro, pero innegablemente evidentes. Y no se han producido per se, sino gracias a o por causa de una masa social que los ha propuesto, defendido y utilizado y ha conseguido en buena medida generalizarlos. Y cuando un uso lingúístico se hace general, a la Academia no le queda más remedio que aceptarlo, por muy gramaticalmente incorrecto que lo considerara en un principio.
Debemos seguir, pues, proponiendo, utilizando y esparciendo el cambio, porque ya hemos aprendido que todo avance puede revertirse y que, cuando no empujamos para avanzar, no permanecemos en el mismo sitio, sino que retrocedemos. Seguiremos, pues, empujando.
Noemí Pastor
Licenciada en Filología, máster en Traducción y diplomada en Planificación Lingüística, ejerce como traductora, intérprete y técnica de normalización en la Administración Pública del País Vasco. Colabora habitualmente en medios y eventos sobre literatura y género y como jurado en certámenes literarios.
Firma invitada por Ana Ordás.
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