Bibliotecarios, robots, arqueólogos y guardianes del templo

Una vez aceptada la invitación para escribir en un blog dedicado a los bibliotecarios, llega el problema de pensar qué es lo que puedo yo decirles y que sea de interés para ellos y ellas. Perdonadme, amantes de las letras que a partir de este momento políticamente correcto, decida emplear las formas neutras que aprendí en mi colegio, pues eso de duplicar los sujetos para no olvidar a ninguno de los géneros, me resulta difícil. Así que entended por favor que cuando hable de bibliotecarios, hable de todos y todas. Ya lo he vuelto a hacer.

Imagino a los bibliotecarios como personas felices. Tanto como lo estaría un veterinario en un Zoo. Y siento envidia de su trabajo, rodeado del objeto más maravilloso que se ha inventado, en mi humilde opinión, que es un libro. Supongo que sin amar los libros, no es posible dedicarse a cuidarlos. Y eso, por encima del estereotipo del «ratón de biblioteca» que todos imaginan, me inspira a alguien que ama la vida y las ventanas al mundo que se esconden tras las cubiertas de un libro, pues como decía Adolfo Bioy Casares 

Creo que parte de mi amor a la vida se lo debo a mi amor a los libros.

El libro, como objeto de culto, o ser vivo. Y aquí es cuando me llega la inspiración que buscaba cuando abrí el procesador de textos. ¿Qué sentido tiene un bibliotecario en el mundo digital que nos aplasta?

Librarian (Arcimboldo)Ya os he insinuado que mi formación humanista es de otra época. Dicen que muerta. Pero me cuesta asociar el concepto de libro a un dispositivo electrónico en el que todos y cada uno de los ellos tienen el mismo formato, el mismo tipo de letra, el mismo tacto, la misma luz…

Soy de los que disfrutan mirando cuántas páginas llevo y cuántas me quedan para terminar esa novela que me atrapa, cada noche al apagar luz después de colocar el marcador. Lo confieso, a veces doblo la esquina.

Soy de los que eligen las ediciones de bolsillo, para poder leerlas en cualquier lugar y que mis manos se fundan con sus blandas tapas.

Soy de los que no pueden resistir entrar en una librería de viejo, oler la bacanal de ácaros sobre el manido papel, y descubrir una edición desconocida de mi libro favorito, o una obra de mi autor preferido que jamás se publicó en España procedente de Argentina, y vaya usted a saber en qué maleta, y con qué historia, llegó hasta aquí.

Y claro está, soy de los que visitan las bibliotecas como un explorador, pasillo a pasillo, estante por estante, esperando a que una de las obras me guiñe el ojo. Porque seguro que lo hacen. A no ser que los ojos que vemos en cada libro mirándonos sean lo nuestros propios, como en el espejo de Alicia.

Y para colmo, señoras y señores bibliotecarios, acabo de emprender la locura de convertirme en editor tradicional. Como lo oyen, me propongo darles a ustedes más trabajo añadiendo a los registros internacionales nuevas referencias de nuevos autores.

Lo que no sé es cuál será su trabajo realmente. Porque en el futuro que se nos dibuja, en el que cualquiera podrá llevar una colección de miles de títulos en su bolsillo, alojando una biblioteca en la memoria de su dispositivo móvil, no imagino la tarea de un bibliotecario, más allá de la pura arqueología.

¿Cómo será el bibliotecario del mundo digital? ¿Cuál será su labor? ¿Serán archiveros de objetos históricos a los que poco a poco sólo será posible acceder, como en las salas especiales de La Biblioteca Nacional, con fines científicos para proteger su valor físico? ¿O serán sustituidos por robots, en forma de software, programados para encontrar los archivos digitalizados?

Quiero pensar que no es así. Quiero creer que su labor, en un entorno electrónico de procesos de información, consistirá precisamente en dominar y generar esa información.

Requerirá por su parte un cambio de mentalidad y una asunción de nuevos conceptos, no tan alejados de las signaturas tradicionales, ahora rebautizadas como «metadatos». Y será imprescindible que dominen materias como las «keywords», llaves mágicas que permiten que un libro, o cualquier otro contenido en entornos de bases de datos, sea encontrado.

Seguirá siendo imprescindible la labor de clasificación con criterios humanos, por mucho que la inteligencia artificial avance y la prometida web semántica llegue.

Y por supuesto, será importante la aportación de valor en la selección de obras, recomendación de autores, localización de archivos…

Pero sobre todo, al menos para algunos creyentes como yo, seguirá haciendo falta la figura de quien mantenga la luz en el templo sagrado del talento y el saber. Pues como decía Jorge Luis Borges:

Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca.

¿Cómo imagináis vosotros el futuro? Me encantaría escuchar vuestras opiniones.


José Carlos León DelgadoJosé Carlos León Delgado es escritor y publicitario. Profesor docente del IART (Instituto Superior de Arte de Madrid) también participa como ponente en congresos y eventos. Más información en su web personal.

Firmas invitadas

Firmas invitadas a BiblogTecarios. Personas relevantes del mundo de la Información y Documentación que han colaborado con nuestro blog. Si quieres ser firma invitada, contáctanos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *