Hablar de una vacuna en este momento de máximo repunte y descontrol del coronavirus puede parecer oportunista, pero no lo es absoluto, cuando la propia Organización Mundial de la Salud ha informado de que nos encontramos ante una auténtica pandemia pero de desinformación. La OMS ha alertado de un exceso o sobrecarga de información sobre el nuevo coronavirus aparecido en China y ha anunciado una campaña para combatir la desinformación principalmente en redes sociales.
«El brote del 2019-nCoV y su respuesta vienen acompañados de una enorme ‘infodemia’, una sobreabundancia de información a veces precisa y a veces no, que hace difícil que la gente halle fuentes fiables y seguras cuando las necesitan», ha explicado la OMS en su informe diario sobre el coronavirus. Por ello, los equipos de riesgo técnico y de medios de comunicación social de la OMS están trabajando «estrechamente» para seguir y responder a los «mitos y rumores». En ello están implicados tanta la sede de Ginebra como sus seis oficinas regionales.
«La Organización está trabajando 24 horas al día para identificar los rumores más difundidos que puedan perjudicar la salud de la población, como medidas de prevención falsas o curas. Estos mitos se refutan entonces con información demostrada», ha explicado la OMS. La histeria colectiva que está causando el coronavirus está generando una serie de noticias falsas en las redes sociales y por ello el organismo ha pedido cautela.
Y mientras la OMS y la comunidad científica luchan por encontrar una vacuna contra el coronavirus y las noticias falsas, surge otro viejo problema el del control de la información gubernamental y China refuerza la censura sobre las noticias y críticas al régimen que circulan por Internet. Tal y como señalan desde Levanta la cabeza haciendo referencia al artículo de Macarena Vidal Liy, la corresponsal de El País, el Gobierno chino ha decidido poner fin a la transparencia que había impuesto en las últimas semanas a la información sobre el coronavirus. La corresponsal del diario cuenta que el régimen ha cortado las alas a las críticas vertidas por la gestión de la crisis, a la denuncia de irregularidades y precariedad en los hospitales y a las informaciones sobre hasta qué punto se ocultó información en la provincia al comienzo de la crisis. El Gobierno chino ha ordenado “fortalecer el control de los medios e Internet”. Ganar al virus es una cuestión vital para el régimen que, acostumbrado a la censura, no va a permitir que campen a sus anchas los medios de comunicación ni las redes sociales a través de las cuales han circulado informaciones que dejaban claro hasta qué punto se ocultó información en la provincia al comienzo de la crisis…
Un preocupante problema: el de la desinformación con dos vertientes muy diferentes. La desinformación producida por la infoxicación, por la sobre abundancia de la falsa información y la desinformación real por la falta de transparencia gubernamental, como ya sucediera en otras situaciones de difícil control más allá de las dictaduras políticas, situaciones de catástrofes, como fue el caso de Chernóbil, por ejemplo. Otra forma de ruido y silencio documental, al que tan acostumbrados estamos en esta profesión.
Desinformación por control gubernamental o silencio documental
Empecemos por la segunda opción, que en mi opinión es más difícil de controlar, la desinformación gubernamental. Y como es un tema tan inaccesible como inabarcable, pondré solo algunos ejemplos de actualidad en este momento, que junto al de China que acabo de mencionar, hacen que me pregunte por toda esa información que los gobiernos no quieren que sepamos, que va mucho más allá de la seguridad del estado, y a la vez por toda esa información que, como ciudadanos no queremos saber porque esa ignorancia nos da seguridad, o de esa otra información que solo queremos saber dependiendo de quién venga y como venga, porque ese sesgo por afinidad política, familiar y social nos reafirma en nuestras ideas (de esta si hablaré un poco más adelante).
Por un lado, la supuesta interferencia del gobierno ruso en las elecciones que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca reveló, entre otras cosas, que hasta 126 millones de usuarios de Facebook (el equivalente a un tercio de la población estadounidense) se vieron expuestos a publicaciones tendenciosas de una compañía vinculada al Kremlin. Los contenidos trataban temas sensibles para los votantes con convicciones conservadoras, como el derecho a poseer armas y la inmigración, acercándoles a los postulados de Trump. Twitter identificó a miles de cuentas dedicadas a esta actividad.
Por otro lado son muy interesantes las palabras de Roger Belbéoch en su libro “Chernoblues: de la servidumbre voluntaria a la necesidad de servidumbre; seguido de La sociedad nuclear”, que se acaba de reeditar: “Hay pues una conjunción bastante curiosa entre la necesidad que tienen los administradores de mentir y la necesidad que tienen los «ciudadanos» de que esas mentiras resulten creíbles. Muchos expertos han comprendido este problema e intervienen junto a los diplodocus nucleares para confiar las mentiras a gente «competente», pero no es nada fácil. Hasta ahora, las mentiras y la dictadura de los expertos eran aceptadas «voluntariamente», después de hacer balance inconsciente de las ventajas (para todo el mundo) y de los inconvenientes. Ahora, esta servidumbre respecto a los expertos se ha vuelto una necesidad para mejor sobrevivir a las «catástrofes», sean estas cuales sean. Hemos pasado de la servidumbre voluntaria a una necesidad de servidumbre”.
Otro hecho que me parece curioso y que me hace cuestionar lo alargada que es la sombra del ciprés del control gubernamental, es la lista de películas y series prohibidas en Netflix por otros países. Países como Arabia Saudí, Vietnam, Singapur, Alemania o Nueva Zelanda son algunos de los territorios donde los gobiernos han pedido eliminar cierto contenido. La lista está encabezada y dominada por “el democrático” Singapur, donde se han prohibido hasta cinco contenidos distintos por las quejas del Infocomm Media Development Authority (IMDA), una junta estatuaria del gobierno, que ha considerado inapropiados varios títulos en los últimos años. Al final, como señala Fotogramas, y así lo ha confirmado Netflix, estos tienen que ceder en ciertos títulos para poder seguir operando en dichos países. Aunque su deseo sería compartir todos los contenidos con todo el mundo, las restricciones están ahí y no están dispuestos a cambiarlas. Netflix asegura que mientras más crece el servicio, más responsabilidad hay sobre el impacto: «A medida que más personas se unen a Netflix en diferentes países y culturas, queremos asegurarnos de que nuestra fuerza laboral sea tan diversa como las comunidades a las que servimos. También entendemos que a medida que crecemos, tenemos la responsabilidad de ser más transparentes sobre nuestro impacto en la sociedad y nuestras estructuras de gobierno». Y esto nos plantea otra cuestión: ¿libertades y derechos o negocio e ingresos?.
Desinformación por infoxicación o ruido documental
Mario Tascón, presidente de la Fundación del Español Urgente (Fundéu), destaca la necesidad de una «alfabetización digital» para hacer frente a un desafío real: la proliferación, casi incontrolable, de las noticias falsas también conocidas como fake news. Para Tascón, ponerle límites a las noticias falsas “no es tanto un tema de prohibición, ni de restricción, es un tema de educación. Hay que enseñar. Y de momento no existe nada en ese sentido. Finlandia, por ejemplo, hace algunos años que ha incluido en sus modelos educativos la alfabetización mediática y está avanzando. En otros sitios se están dando palos de ciego. Nosotros participamos en una de las pocas que hay de este tipo en España (Levanta la cabeza) con Atresmedia. La gente lo necesita, tenemos dudas continuas sobre el uso de la tecnología. Es un cambio de paradigma; igual en veinte años tendremos las cosas más claras, pero ahora no. Es muy difícil aprender porque va muy rápido, pero tampoco hay mecanismos de actualización y formación a disposición de la sociedad”.
Ante la pregunta de si hay métodos para detectar las noticias falsas, Tascón cita a “los “chequeadores” (fact-checkers) y una mayor vigilancia de la comprobación de las noticias en los medios… No es nuevo, porque los bulos siempre han existido, pero sí que parece que ahora las herramientas y la distribución de las mismas tienen una capacidad superior. Y los efectos en determinados casos han sido perjudiciales para algunos intereses, como puede ser la política, pero también en ámbitos como el consumo y la ciencia. Es bastante sorprendente que algunas teorías que estaban superadas desde la Ilustración se vean cuestionadas por un bulo, se ve que la actuación de las personas en general es más básica y más primaria de lo que queremos reconocer”.
Ya se ha hablado en este mismo blog de esos chequeadores, por ejemplo de Maldita.es, creado por Clara Jiménez y Julio Montes, un modelo para combatir la desinformación por el que recibió el Premio Ashoka 2019 para emprendedores sociales, y de donde ha salido Maldita Educa: contra la desinformación, educación. Para Jiménez y Montes, promover el pensamiento crítico y el rol activo de los lectores de noticias, pasa por la necesidad de educar a la sociedad, llevando el problema de la desinformación al centro del debate público y, en consecuencia, a la agenda política. Esta batalla colectiva consiste en construir una sociedad con pensamiento crítico, donde las personas adquieran un papel activo sobre la información que consumen, es un reto importante y urgente, dado que el 36% de los españoles consume noticias a través de Whatsapp sin saber de dónde procede ni cuáles son las fuentes o el contexto. “Nuestra obsesión es la formación de formadores. Se nos acercan profesores pidiendo materiales y expertise para trasladarla a sus clases. Tengo muy claro que la alfabetización mediática tiene que ser una asignatura transversal en los colegios”. “Y para eso hay que formar antes a los profesores”.
En esta línea Jorge G. García, en su artículo Desinformación también coincide en que la lucha contra las ‘fake news’ busca un hueco dentro de las aulas y cita algún recurso más para “chequear” la información que circula por la redes como Junior Report, que promueve el pensamiento crítico de los estudiantes o (In)fórmate, un proyecto para la educación en el consumo de medios e información online, que promueve la alfabetización mediática y el fomento del pensamiento crítico en la población adolescente de 14 a 16 años que está cursando 3º y 4º de la ESO en centros educativos españoles, sobre el que tendréis noticias más delante de mi compañera de blog Ana Ordás y de una «servidora»…
Y como siempre, ¿qué hacen las bibliotecas ante esta situación?
Permitidme que recuerde que las bibliotecas desde hace tiempo consideran que tienen que aportar su grano de arena para luchar contra la infodemia y por ello el Grupo de Trabajo de Alfabetización Informacional (GTALFIN) del Consejo de Cooperación Bibliotecaria, redactó en 2016 el documento “Integración de las competencias ALFIN/AMI en el sistema educativo: referencias, contexto y propuestas”. A este documento sobre el que ya escribí un post en este blog, solo le faltó un impulso político y económico y como sigue estando plenamente vigente, quizá con él se cumpla aquello de que nunca es tarde si la dicha es buena. En este trabajo se desgranaron y definieron con todo detalle una serie de propuestas para implantar las competencias mediática e informacional en el sistema educativo (2016‐2020) agrupadas en cuatro grandes ámbitos de actuación: Estructuras mínimas de implantación; Equipo humano; Innovación, investigación y gestión del cambio y Comunicación y difusión. A su vez, en función de los agentes que pueden intervenir o del campo desde el que se podría actuar, cada una de las propuestas iba asociada a alguno de estos niveles de intervención: Sistema educativo; Centro educativo/aulas; Biblioteca escolar; Redes bibliotecarias y comunidad profesional; Otros agentes estratégicos y Comunidad educativa y sociedad en general. También se proponían diez medidas urgentes para la alfabetización en medios e información (ALFIN/AMI) en el sistema educativo, desde el día a día del aula y desde las bibliotecas escolares: un programa de formación transversal AMI; presupuestos anuales para bibliotecas escolares; un banco de recursos para ALFIN/AMI; que cada centro dispusiera de un/a especialista en gestión de información y conocimiento; una red experimental de centros educativos flexibles; un itinerario formativo para dirección, asesorías e inspección educativa; presupuesto para cada biblioteca escolar que cumpla los requisitos de IFLA 2015; premio de buenas prácticas ALFIN/AMI; línea de investigación interdisciplinar AMI y un año ALFIN/AMI…
Por otra parte es una realidad que en algunas bibliotecas, cada vez en más, se están impartiendo sesiones de formación y alfabetización en las TIC para la ciudadanía, haciendo especial incidencia en la lucha contra las noticias falsas o las patrañas o paparruchas.
En un mundo inundado de estas noticias falsas, de desinformación o de sobreinformación, y en un contexto donde cualquiera puede escribir y compartir cualquier cosa, en cualquier momento en línea, es más esencial que nunca, que la ciudadanía disponga de competencias efectivas para la evaluación de la información. En este post se han presentado algunas ideas, algunas muy oficiales e institucionales, otras de empresas privadas, pero no podemos (ni debemos) eludir nuestra propia responsabilidad como ciudadanos críticos para no creernos todo lo que nos llega y para luchar contra la viralización de bulos y mentiras, aplicando algunos de los cientos de consejos y guías para ello.
Hoy, por la parte que nos toca, aprovecho para recordar la Declaración de la IFLA sobre las Noticias Falsas y su infografía y para presentaros “Rauru Whakarare”: otro método más para la lucha contra la desinformación. Este marco proporciona un enfoque maorí kaupapa para la evaluación que nos permite criticar e involucrarnos profundamente con la información que nos rodea. Está disponible para maestros, estudiantes y bibliotecarios en todos los contextos educativos sobre la calidad de la información y su contribución a nuestro aprendizaje. Integra conceptos maoríes en el marco para promover un compromiso más profundo con el proceso de evaluación de la información que el que se puede capturar usando términos en inglés. Los conceptos maoríes gozan de una espiritualidad y una metáfora que a menudo se pierden en una traducción puramente literal. El marco incorpora la conexión de Whakapapa que determina la calidad del recurso informativo y cómo se conecta con los temas y todas las otras fuentes que está seleccionando; Orokohanga que considera el origen de la fuente orígenes; Mana, que considera la credibilidad o posición dentro de la comunidad del autor; Māramatanga, que considera el contenido como tal y Aronga, que considera la perspectiva de las fuentes de información que estamos utilizando. El patrón Rauru Whakarare representa la interconexión. Vemos este patrón como una representación visual de cómo la evaluación de la información no es un proceso lineal. Para establecer en qué información se puede confiar, se deben entrelazar múltiples estrategias.
El marco ha sido creado por los colegas de la Universidad de Massey, Angela Feekery, investigadora de alfabetización informacional, y Carla Jeffrey (Ngai Tuhoe), bibliotecaria de negocios. Los conceptos maoríes que sustentan el marco fueron seleccionados en consulta con Sheeanda McKeagg (Massey University Kaihautu Māori / Māori Services Manager) y Hinerangi Kara (Waikato University, Te Kaitakawaenga Māori / Māori Academic Liaison Librarian). Si estáis interesados Rauru Whakarare Framework y descriptores está disponible a través de una licencia Creative Commons por lo tanto, sentíos libre de usarlo y adaptarlo el marco en vuestros contextos.
Después del largo viaje que hemos hecho en este post, desde China hasta nuestras antípodas pasando por Rusia, y mientras llega y no la vacuna contra la informademia, podemos adaptar la expresión «Piensa globalmente, actúa localmente» y convertirla en «Piensa globalmente y actúa personalmente»: seamos nuestros propios chequeadores y verificadores, apelemos a nuestro sentido crítico para no creernos todo lo que vemos, leemos o escuchamos y a nuestro sentido común para no ser tan flojos de dedo al compartir informaciones que no conocemos o de las que no estamos seguros.
Mira que al hilo viene esto: https://elpais.com/sociedad/2020/02/18/actualidad/1582053544_191857.html
GRacias Eva!
Visto con la perspectiva del tiempo y de la dura realidad, a veces todo me sigue pareciendo una mala pesadilla…
Felicidad
Me encantó el artículo.
Gracias Rosa!
No tenía ni idea en aquel momento de todo lo que estos virus iban a causar… Me refiero tanto al coronavirus, como al virus de la desinformación o infodemia, que puede ser tan malo como el sanitario…
Felicidad