Por una biblioteconomía de guerrilla

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Permítanme comenzar la entrada haciéndome un poco de publicidad. Será breve, y les prometo que está justificado.

En el momento de escribir estas líneas, recién se ha publicado en la colección de libros El Profesional de la Información, en la Editorial UOC, mi libro Biblioteconomía de guerrilla. Es una obra que recoge algunos de los artículos que he ido escribiendo en estos últimos años sobre las (en mi opinión) polémicas actuales más destacables en torno a la biblioteca pública y a los bibliotecarios públicos.

No les hablo de mi libro para pedirles que lo compren (háganlo: piensen en mi editor y en la editorial), sino porque aquí me gustaría llamar la atención sobre el concepto de “biblioteconomía de guerrilla”.

La expresión, como explico en la introducción de la obra, es una adaptación de una idea de la filósofa Marina Garcés. La autora subtituló su obra Fora de classe con la expresión textos de filosofía de guerrilla. Según Garcés:

El deseo de comprender abre sitios comunes porque inquieta e interpela al mismo tiempo. Pero precisamente por eso la filosofía no tiene un lugar propio. La filosofía siempre es, por definición, impropia y desencadena pasiones impropias, porque hace que nos relacionemos con lo que somos y con lo que hacemos desde preguntas no esperadas y con consecuencias no previstas. Es en este sentido que, para mí, la filosofía es una práctica de guerrilla. Así como la guerrilla no tiene un frente de lucha fijo, sino que luchando crea su propio campo de batalla, la filosofía no tiene un territorio acotado sino que pensando crea su propia cartografía. (p. 9)

No soy lo que se dice un admirador de Garcés (por motivos que el también filósofo Jesús Zamora analiza en este excelente artículo), pero la idea de la filosofía como práctica de guerrilla me parece sugerente. Y no sólo para la filosofía, sino para cualquier otra actividad intelectual centrada en un campo del conocimiento concreto.

Por ello pensé que quizá la expresión “biblioteconomía de guerrilla” podía tener un sentido que valiera la pena poner de manifiesto. Algo que sólo me limité a apuntar en el libro, dadas las normales limitaciones de espacio, y sobre lo que me gustaría extenderme aquí un poco más.

Como digo, la actividad de guerrilla propia de un pensamiento “que no tiene un frente de lucha fijo, sino que luchando crea su propio campo de batalla” me parece también aplicable a la biblioteconomía (o bibliotecología). Aplicable y necesaria.

No sólo por el tradicional descuido, cuando no desinterés, de los aspectos más teóricos de la disciplina. Cierto, los bibliotecarios son gente práctica, dado que su área de actividad es eminentemente práctica. Pero la teoría, la buena teoría, aquella que se encarga de preguntar e indagar para comprender mejor, nunca está de más en ninguna actividad humana, y en la biblioteconomía tampoco. Ello me parece especialmente cierto en este escenario bibliotecario un tanto convulso al que quizá ya nos hemos acostumbrado: cambios tecnológicos, cambios en el consumo cultural, en los perfiles profesionales,… Creo necesario encontrar esos espacios para teorizar, para indagar y preguntar, pero sobre todo para hacerlo con fundamento, con prudencia y, por qué no, con cierto escepticismo. Cuando parece que la incertidumbre aprieta es cuando más deberíamos esforzarnos por entender, por crear nuevos puntos de anclaje desde los que dar sentido a la realidad y poder explicarla un tanto mejor.

No sólo me parece necesaria la metáfora de la guerrilla por la necesidad de pensar de una manera más pausada en el contexto actual de cambios. También por la necesidad de, valga el retruécano, pensar sobre cómo pensamos. Me explico.

Una de las características que más admiro de la ciencia es su capacidad para crear teorías que generalicen, que recojan casos en apariencia diversos y que les proporcionen una explicación común.

De hecho, generalizar es una de las capacidades más notables de nuestra especie (una especie, por otra parte, llena de capacidades intelectuales muy notables, aunque a base de tanto practicarlas hayamos perdido la capacidad de sorprendernos de lo mucho que podemos hacer con nuestro modesto cerebro). También en la biblioteconomía generalizamos, cuando proponemos que la biblioteca del futuro será así o asá, o que los bibliotecarios han de ser de ésta o de aquélla manera. Es normal, si no generalizáramos no podríamos hablar sobre nada destacable.

No obstante, para nuestra desgracia la biblioteconomía tiene bastante más de arte que de ciencia, por lo que siempre deberíamos ser cautos ante las generalizaciones que podamos hacer sobre nuestro ámbito. No es que todas las generalizaciones sean infundadas, o inútiles, claro que no: siempre pueden existir buenos motivos para hacer una afirmación, en forma de por ejemplo estudios de casos, datos demográficos o de comportamiento, y etcétera. Pero, aun así, sigue siendo cierto que las generalizaciones de una área del conocimiento “blanda” como la biblioteconomía por fuerza siempre serán más ambiguas, más dependientes de los casos particulares y del contexto concreto, de las sensibilidades de cada cuál, que las generalizaciones de otras ciencias duras.

Y es ahí donde me parece interesante aplicar el espíritu de guerrilla, de frente móvil. En los últimos años nos hemos acostumbrado a unos discursos en torno a las bibliotecas que en mi opinión, por tomar una expresión muy de moda, se han vuelto hegemónicos.

Ninguno de esos discursos está falto de fundamento. De hecho, todos aportan algo valioso a la comprensión moderna de lo que son y pueden ser las bibliotecas. Pero aplicados con un exceso de celo parecen estar llevando a la profesión y a las bibliotecas a situaciones imprevisibles e incluso contraproducentes. Creo que, al menos, pueden destacarse los siguientes discursos:

El discurso sobre la innovación

A todos nos gusta considerarnos innovadores. Todos queremos que las bibliotecas cambien, se modernicen, se adapten al entorno y por supuesto que sobrevivan. Pero las llamadas a la innovación pueden acabar ahogando las críticas razonables y razonadas que se pueden hacer a algunos de sus supuestos.

Expresiones frecuentes como “lánzate”, “atrévete”, “hay que cambiar” o similares enmarcan el debate de tal manera que los escépticos parecen los malos de la película. Y es que, ¿a quién le gusta acabar pasando por el dinosaurio que se niega a evolucionar?

Es un tema que daría para mucho más de lo que estoy mencionando aquí, pero la idea que quiero remarcar es que las críticas a algunas propuestas de cambio pueden estar igual de fundadas y son igual de necesarias que los apuestas por el cambio. Negarlas de entrada supone perder una valiosa oportunidad para aprender del caudal de conocimientos que todos los bibliotecarios pueden ofrecer.

El discurso sobre la biblioteca social

“La biblioteca será social o no será”, es una expresión que parece haber alcanzado cierta difusión. Es fácil de repetir y es atractiva, como aquella de “las bibliotecas excelentes son las que crean comunidad”. No obstante, ambas tienen el inconveniente de ser un tanto absurdas, por lo difícil de concretar qué denotan y cómo deberían entenderse expresiones como “función social” y “comunidad”.

A un cierto nivel parece obvio que todos tenemos una idea de a qué nos referimos con esas expresiones. Pero creo que hay un margen más que amplio para la discusión razonada sobre hasta dónde tendría que llegar la función social, y por qué una biblioteca excelente sólo puede ser aquella que crea comunidad.

Como en el caso de la innovación dar por supuesto lo contrario, esto es, que las críticas al concepto de biblioteca social son infundadas o no que no son razonables, pueden dejar fuera de la discusión problemas muy reales que también merecen nuestra atención, como por ejemplo: sobrecarga de funciones profesionales, descuido de la función informativa de la biblioteca, deterioro de la motivación de bibliotecarios comprometidos con la prescripción y la lectura,… ¿Podemos permitirnos todo ello?

El discurso sobre las bibliotecas y las personas

Relacionada con la idea de la biblioteca social, está el lema de “las bibliotecas no van de libros, van de personas”. Es una noción loable, y por supuesto necesaria, pero al mismo tiempo un tanto extraña.

En realidad, tal y como establece el Manfiesto de la Unesco sobre la biblioteca pública, ésta es un “centro local de información que facilita a sus usuarios todas las clases de conocimiento e información”. Por tanto, en realidad la biblioteca va de información y conocimiento para las personas, y eso incluye a los libros.

Siguiendo con la idea de que las generalizaciones en biblioteconomía siempre son arriesgadas, está claro que no todas las bibliotecas han de estar centradas en el conocimiento, la información y los libros. Y así es como debe ser, dados los excelentes centros y los excelentes profesionales que trabajan en proyectos de otros tipos. Pero ello tampoco debería hacernos olvidar lo contrario: que no toda biblioteca o todo bibliotecario ha de relegar la información, el conocimiento y los libros a una especie de incómodos y obligados  compañeros de viaje.

 

Seguro que podríamos encontrar más discursos hegemónicos en la biblioteconomía actual, pero esos me parecen tres de los más destacables.

El filósofo francés Michel Foucault (otro pensador por el que tampoco siento una gran simpatía) consideraba que aquello que se cree como verdad depende de quién tiene el poder para determinar qué es la verdad. En no pocos ámbitos la idea de Foucault me parece claramente exagerada, y dependiendo de qué estemos hablando incluso un tanto cercana a la conspiranoia. Pero la idea del francés no está falta de lógica, y aplicada a ciertas dinámicas sociales tiene todo el sentido del mundo.

Para que los debates bibliotecarios sean eso, debates honestos en los que los participantes estén dispuestos a cambiar de opinión si hay buenos motivos para ello, y no sólo un juego de fuerza para ver quién tiene el poder para determinar qué es la verdad, creo que es necesario un tanto de espíritu contestatario, de biblioteconomía de guerrilla. En cierta forma, de ti depende bibliotecario.

Evelio Martínez Cañadas

Bibliotecario en Biblioteques de Barcelona. Me interesan (sin ningún orden en particular): bibliotecas públicas, content curation, ciencia y racionalidad, psicología de la información, lectura, sociedad de la información,... y unas cuantas cosas más.

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