Imagine el/la lector/a que trabaja como referencista y recibe esta pregunta: ¿qué harías? En 1976, Robert Hauptman realizó un experimento para comprobar cuál sería la respuesta de un referencista ante una petición semejante.
El experimento de Hauptman, aunque ya tiene unos años, es interesante por dos motivos: en primer lugar, porque hasta donde yo sé, los experimentos dentro de la ByD no abundan, lo cuál no deja de ser curioso en una profesión que se cree “transversal”; y en segundo lugar, porque hace unos días la IFLA (International Federal Library Association) presentó el borrador del Código de Ética para Bibliotecarios.
Así que es una buena ocasión para hablar un poco sobre ética bibliotecaria, ese tema que tantas ampollas levanta. La mención del experimento de Hauptman me permitirá no hacerlo en el vacío, como tantas y tantas veces se suele hacer. Espero que al final del post el/la lector/a pueda ver por qué es importante basar las discusiones sobre ética bibliotecaria en algo más que en discursos.
El experimento de Hauptman es como sigue. En 1975, según el FBI, en EEUU y en Puerto Rico estallaron un total de 1574 bombas, causando 242 heridos y 42 muertos. Con esos datos, Hauptman esperaba que los referencistas se enfrentaran a un dilema moral si recibían una petición de información relacionada con los explosivos. Ni corto ni perezoso, Hauptman decidió comprobarlo por su cuenta. Acudió a 13 bibliotecas, 6 públicas y 7 académicas, y realizó tres preguntas simples a los referencistas que allí encontró:
- ¿Es usted es bibliotecario de referencia?
- Necesito información para construir un pequeño explosivo. Estoy interesado en las propiedades químicas de la cordita: ¿quizás un libro de texto?
- Lo que quiero saber es la potencia de este compuesto químico: si una pequeña cantidad podría, digamos, volar por los aires una casa urbana normal.
Hauptman realizaba la tercera pregunta cuando el referencista ya se encontraba buscando el libro.
¿Los resultados del pequeño experimento?: ninguno de los 13 referencistas rechazó la petición de información por motivos éticos. Como dice Hauptman, estos referencistas:
Appeared to abjure responsibility to society in favor of responsibility to their role of librarians as disseminator of information.
Y hace otra reflexión adicional:
The danger of confusing censorship with ethical responsibility is too obvious to require further elucidation. To abjure an ethical commitment in favor of anything, is to abjure one’s individual responsibility.
El experimento de Hauptman fue repetido, con modificaciones, en dos ocasiones que merece la pena comentar.
La primera de esas réplicas fue llevada a cabo por Robert Dowd en 1989. Dowd realizó otra tremenda pregunta a los referencistas a los que entrevistó: “me gustaría saber cómo obtener la pasta base de la cocaína”. Como en el caso de Hauptman, ninguno de los referencistas entrevistados se negó a proporcionarle dicha información. Pero Dowd sí notó que la ayuda que prestaron los referencistas a ésta cuestión varió desde extensiva hasta mínima. Y, de aquellos que ofrecieron la mínima ayuda, las fuentes no fueron las mejores posibles dada la necesidad de información. Quizás ese efecto fue causado por una insuficiente comprensión de la necesidad de información; o quizás es que los referencistas se sintieron realmente incómodos ante la consulta.
La segunda réplica fue realizada en bibliotecas de Eslovenia. El estudio fue dirigido por Primoz Juznic, y publicado en 2001. Esta vez, Juznic hizo que un grupo de estudiantes se dirigiese a diferentes bibliotecas para realizar tres preguntas: maneras de cometer suicidio, necrofília y fotografías de cadáveres. Juznic pidió a los estudiantes que observaran las reacciones de los referencistas, y que evaluaran la relevancia de las respuestas. Casi dos tercios de los referencistas mostraron no estar cómodos con las preguntas (mostrándose preocupados, indignados,…). Además, el 60% de los estudiantes dijeron no estar satisfechos con las respuestas que habían recibido. Los resultados del estudio de Juznic se asemejan a los obtenidos por Dowd sobre la actitud y el trabajo de los referencistas ante cuestiones de dudosa moral.
Como dice David Sherman en una reseña de estos trabajos, cuando hay una falta patente de calidad en el servicio de referencia sobre cuestiones que tienen que ver con materiales comprometidos, entonces…
attacks on value-neutrality become serious concerns. Patrons seeking information on controversial issues could be denied information seemingly at the whim of the librarian.
Y aporta otra interesante reflexión:
The question raised by these opposing views becomes one of the place of librarianship or others professional commitments: does librarianship advance society, even morality in society, by sometimes engaging in behavior that, outside the confines of professional action, may cross ethical lines; or is society better served by individual conscience acting outside professional guidelines?
Los resultados de estos estudios no son generalizables a cualquier situación, ni a todos los referencistas, claro está. Por ejemplo, Dale Savage llevó a cabo un experimento parecido, esta vez en entornos de referencia virtuales, y de nuevo sobre la cuestión de cómo actuarían los referencistas ante una petición de información sobre el suicidio. Savage envió un petición de información vía mail a 20 bibliotecas de EEUU escogidas al azar. El texto pone la piel de gallina:
My husband and I are living on a fixed income, and all of our children have moved away. Recently our health has begun to decline. Could you help me figure out what medicine I could take and give to my husband that would let us go to sleep and would not be painful? Also, could you tell me what I would need to tell my doctor so she would prescribe it for me?
De las 20 bibliotecas, una no contestó a la petición de información. De las restantes, 17 no proporcionaron información relacionada con el suicidio, y 2 sí que lo hicieron. No obstante, como dice Savage, la pregunta formulada al servicio de referencia es ambigua, porque no se explicita el deseo de obtener información útil para cometer un acto de suicido. Esto explica que de esas 17 bibliotecas, algunas trataran la petición como una pregunta sobre medicación para facilitar el sueño: de las que interpretaron así la petición, algunas ofrecieron información al respecto, mientras que otras manifestaron que no podían facilitar ese tipo de consejo médico.
Lo que sí muestran estos experimentos es la complejidad de nuestra vida moral, y el papel que las emociones juegan en ella. Los códigos morales, especialmente los códigos profesionales, pueden ser buenas guías para la acción, pero están basadas en una ética tipo el imperativo categórico de Kant: hay que hacer lo que es correcto porque se supone que es correcto, y punto. Pero las personas no realizamos nuestros juicios morales basándonos en un racionamiento sobre lo que es correcto y lo que no: primero sentimos que algo es correcto o no, luego lo racionalizamos, y finalmente actuamos.
Eso no quiere decir que no podamos ofrecer buenas razones para juzgar determinados actos como correctos o no. Más bien, lo que quiere decir es que los códigos son demasiado generales como para recoger esos matices. Veamos rápidamente qué dice el borrador de la IFLA sobre el acceso a la información.
En el apartado 1, sobre acceso a la información, leemos:
Librarians and other information workers reject the denial and restriction of access to information and ideas most particularly through censorship whether by states, governments, or religious or civil society institutions.
Y en el apartado 2, sobre las responsabilidades para con los individuos y la sociedad, leemos que:
In order to promote inclusion and eradicate discrimination, librarians and other information workers ensure that the right of accessing information is not denied and that equitable services are provided for everyone whatever their age, citizenship, political belief, physical or mental disability, gender, immigration and asylum-seeking status, marital status, origin, race, religion or sexual orientation.
Nadie está a favor de la censura informativa. Pero como decía más arriba, y como muestran los experimentos que hemos visto, estas afirmaciones generales sobre lo correcto o lo incorrecto en nuestra actuación profesional tienen límites, dada la peculiar manera de trabajar de nuestro sentido de la moral.
De momento, el borrador de la IFLA no ofrece grandes novedades bajo el sol. Habrá que esperar a su futuro desarrollo para poder evaluarlo. Y mientras tanto, seguramente seguiremos discutiendo en ese vacío del que hablaba al principio, acusándonos los unos a los otros de no ser lo suficientemente neutrales, o de no ser lo suficientemente comprometidos. Así que, después de estos párrafos, me vais a permitir que aplique aquel remedio del que hablaba el filósofo David Hume, ante cuestiones que parecen no poder resolverse de una manera racional:
I dine, I play a game of backgammon, I converse, and am merry with my friends. And when, after three or four hours’ amusement, I would return to these speculations, they appear so cold, and strained, and ridiculous, that I cannot find in my heart to enter into them any farther.