El veganismo es un estilo de vida que se basa en el respeto hacia los animales, por lo que se evita el consumo de productos de origen animal: los veganos no sólo siguen una estricta dieta vegetariana, sino que además animan el uso de materias alternativas a las derivadas de animales.
En 2010, Clay Johnson, inspirado por el veganismo, acuñó un término con la intención de representar lo que debería ser una relación más sana con la información: el infoveganismo. ¿Qué es una “relación más sana” con la información que consumimos?
Según Johnson, los veganos consumen alimentos de la base de la cadena alimentaria. De la misma manera que hay cadenas alimentarias, también hay cadenas informativas: los hechos se producen, y las informaciones son procesadas por diferentes intermediarios, que añaden su opinión personal y su propia interpretación de los hechos.
Pues bien, como las personas también consumimos información, Johnson define a un infovegano como alguien que:
makes a deliberate decision to remove a vast amount of news and information sources from one’s diet, sticking to a well constrained allowable set of consumption inputs for their own health’s sake.
En otras palabras: un infovegano es alguien que elimina intermediarios en la cadena informativa, eliminando así los sesgos en la producción en interpretación de informaciones.
Johnson desarrolla la idea de una dieta saludable de información en su reciente libro The information diet. No voy a hacer aquí un resumen de su libro (podéis leer la reseña que he escrito en mi blog personal), pero sí me gustaría desarrollar un poco alguna de sus ideas, para que podamos captar la complejidad de la postura infoveganista.
En The information diet, Johnson nos comenta que los medios de comunicación no hacen más que ofrecernos los contenidos que el público pide: cuantas más noticias sensacionalistas y sesgadas consumimos, más noticias sensacionalistas y sesgadas nos ofrecerán. Claro que, ¿por qué quedríamos consumir noticias sesgadas?
Johnson nos habla de nuestra tendencia natural a buscar informaciones que afirmen nuestros puntos de vista: el sesgo de confirmación.
Una consecuencia del sesgo de confirmación es que nuestra capacidad para tomar las decisiones correctas puede quedar seriamente limitada, ya que contar con información acertada y verídica sobre el mundo es un requisito para poder actuar de la mejor manera posible.
No obstante, el sesgo de confirmación no es el único fenómeno que afecta la manera en que seleccionamos y evaluamos la información. Aunque la lista de sesgos cognitivos es muy extensa, voy a seleccionar algunos que me parecen especialmente interesantes:
El razonamiento motivado: la tendencia a juzgar de una manera más crítica aquella información que no concuerda con nuestras creencias que aquella que sí lo hace. Este sesgo es el complemento natural del sesgo de confirmación. Y es que ambos parecen tener una base común: son dos procesos en los que las emociones tienen una gran influencia, y cuya finalidad parece ser disminuir la disonancia cognitiva (esto es, el malestar que sentimos ante la posibilidad de mantener creencias contradictorias).
El sesgo de anclaje: la tendencia a apoyarse en una información determinada para basar la toma de una decisión. Ese apoyo, o “ancla”, hace que la información se ajuste o se interprete de manera que refleje a la información ya “anclada”. Una manera muy conocida en que se expresa el sesgo de anclaje es en la valoración que hacen los usuarios de la pertinencia de los resultados de los buscadores: tienden (tendemos) a fiarnos más de los primeros resultados, porque ocupan los primeros puestos según el algoritmo del buscador, y a juzgar su calidad en base a ese ranking.
El efecto desinformación: el fenómeno por el cuál una información falsa presentada en el momento de la codificación de la información puede alterar la memoria de esa información. Dicho en otras palabras: podemos llegar a recordar cosas que en realidad nunca han pasado, y que no hemos visto (o leído, u oído). Este efecto es especialmente perverso, si tenemos en cuenta que las opiniones de un grupo de personas puede alterar nuestro recuerdo, incluso en períodos tan cortos como 4 días.
La amnesia de fuente: ¿nunca ha tenido el/la lector/a la sensación de haber leído una información en algún sitio, pero ser incapaz de recordar dónde exactamente? Pues ése es precisamente el fenómeno de la amnesia de fuente. Si tenemos en cuenta lo fácilmente que puede ser manipulada nuestra memoria (como muestra el efecto desinformación), la amnesia de fuente es otro sesgo especialmente nocivo, que puede llegar a provocar que un rumor injustificado, y con poco fundamento, pueda extenderse rápidamente entre segmentos de la sociedad, bajo la forma “Lo leí en algún sitio”.
El efecto de arrastre (o Efecto Bandwagon): es lo que solemos llamar “seguir al rebaño”, esto es, la tendencia a hacer o creer en función de que muchas otras personas hacen o creen lo mismo. Hay investigaciones que han comprobado que este sesgo puede disminuir la “inteligencia de las multitudes”.
El sesgo de información: la tendencia a buscar información extra para la toma de decisiones, creyendo que cuanta más información, mejor, incluso cuando de hecho esa información extra es irrelevante para la decisión. Es un sesgo que se ha podido comprobar en el diagnóstico médico, pero el psicólogo Barry Schwartz ha mostrado su presencia en nuestras infoxicadas vidas en la obra Por qué más es menos.
¿Qué muestran los sesgos?, ¿que somos estúpidos? No, claro que no: está claro que además de hacer cosas irracionales, también somos capaces de tomar buenas decisiones, y de comportarnos de manera racional. Además, la existencia de los sesgos tiene un sentido evolutivo: nos ayudan a relacionarnos con el mundo, disminuyendo la carga de “procesamiento” para nuestro cerebro.
Lo que sí que muestran los sesgos es que tenemos motivos más que de sobras para vigilar de cerca la manera en que evaluamos la información que consumimos, y para eliminar aquellos intermediarios que no nos dicen sino lo que queremos oir.
Pero el problema no es sólo la presencia de sesgos. También influye un fenómeno asociado con la sociedad del conocimiento, y que no deja de ser paradójico: la pérdida de legitimidad del conocimiento.
El motivo de esta pérdida de legitimidad no es otro que la propia dinámica de la producción de conocimiento: cuanto más conocemos, más somos conscientes de los límites de nuestro conocimiento, es decir, de todo aquello que no conocemos. Este no-conocimiento, unido a la fragmentación de la ciencia en disciplinas cada vez más espcecializadas, es la base de muchas de las disputas científicas sobre temas controvertidos y de amplio calado. Y esas disputas son la causa del escepticismo con el que muchas veces juzgamos la autoridad de los científicos. El filósofo Daniel Innerarity nos lo explica en un reciente libro (2011):
[…] las disputas acerca de las estrategias de investigación y la interpretación de los resultados de esta última son bastante virulentas. Los expertos no actúan como una unidad, el saber especializado no es unitario ni parece que en el futuro vaya a haber un consenso definitivo entre los expertos. Más bien sucede que el descubrimiento del poder y la simultánea fragilidad del conocimiento científico llevan a debilitar la autoridad de los expertos y al escepticismo frente a la idea de que la opinión de un experto sea imparcial y objetiva. (p. 84)
Pongamos un ejemplo. Un reciente estudio en EEUU ha mostrado que las personas que creen que hay desacuerdo entre los científicos sobre el cambio climático (causas, consecuencias, evolución,…), tienden a dudar que el cambio climático esté sucediendo, y por lo tanto tienden a ofrecer menos apoyo a las políticas medioambientales relacionadas. El mismo estudio muestra que una fracción significativa de la sociedad estadounidense cree que, de hecho, los científicos no están de acuerdo sobre el cambio climático… cuando de hecho sí que hay un amplio acuerdo sobre la realidad del cambio climático.
Esta debilidad de la autoridad de los expertos tiene consecuencias más amplias. Como nos dice Innerarity:
[…] las decisiones políticas son adoptadas, no como se esperó, de un modo más racional, evidente y consensual, sino em medio de unas controversias más intensas, con un saber insuficiente y una mayor conciencia de los riesgos. (p 125)
Los medios de comunicación son conscientes de ello. Por ejemplo, y siguiendo con el cambio climático, otro estudio ha mostrado que la cadena estadounidense Fox News, de corte conservador, suele contar con analistas que dudan de la realidad del cambio climático de la necesidad de actuar para paliarlo. En cambio, las cadenas CNN y MSNBC; de corte liberal, suelen contar con analistas que afirman la realidad del cambio climática y la necesidad de actuar.
Claro que los medios de comunicación contribuyen a moldear la opinión pública sobre determinados temas. Pero Johnson tiene razón al suponer que los medios no ofrecen sino lo que su público pide.
Lo que podemos ver es que, estirando el argumento de Johnson, el consumo y evaluación de información responsable y consciente se presenta como una tarea compleja, que incluye tres ejes:
En primer lugar, la toma de conciencia de los sesgos cognitivos: aunque los sesgos son automáticos, al menos podemos habituarnos a identificar aquellas situaciones que los disparan, para prever con antelación su puesta en marcha.
En segundo lugar, basar nuestros juicios en aquél conocimiento sobre el que exista un consenso significativo (aunque sea provisional). Para ello, nada mejor que, como nos aconseja Johnson, eliminar intermediarios de la cadena informativa.
En tercer lugar, la práctica de las virtudes intelectuales, que no son sino rasgos de carácter que nos permiten llegar a cabo una actividad intelectual de calidad. Rasgos como apertura de mente, coraje intelectual, honestidad,…
Unas habilidades complejas, pero que vale la pena poner en práctica. Ganaremos en salud… física y mental.
Bibliografía
Innerarity, Daniel. La democracia del conocimiento. Barcelona: Paidós, 2011.