Cómo no criticar la lectura

Vamos a empezar haciendo un ejercicio de lógica:

Imagine el lector que yo afirmo que “todos los cisnes son blancos”. Encontrar a un solo cisne que fuese negro haría de inmediato que mi afirmación “todos los cisnes son blancos” fuese falsa. Pero, ¿qué pasaría con afirmaciones como “la gran mayoría de los cisnes son blancos” o “hay una relación sólida entre ser cisne y ser de color blanco”? ¿También serían falsas?

Creo que sólo hace falta un pequeño esfuerzo de razonamiento y de honestidad para contestar que no: mis afirmaciones complementarias bien podrían ser ciertas, aunque la afirmación general y más taxativa “todos los cisnes son blancos” resultara ser falsa. Mis otras dos afirmaciones (“la gran mayoría de los cisnes son blancos” y “hay una relación sólida entre ser cisne y ser de color blanco”) resultarían ser más o menos ciertas en función de las pruebas que podamos aducir para apoyarlas. Es decir, en términos más técnicos, su verdad o falsedad no podría ser determinada exclusivamente a priori, mediante un razonamiento lógico, sino investigando cómo es de verdad el mundo real.

En seguida veremos a cuento de qué la entrada comienza con esta pequeña reflexión sobre lógica y sobre verdad. De momento, vamos a hablar de lectura. O, en concreto, (perdón por el retruécano) hablemos sobre cómo nos hemos acostumbrado a hablar sobre la lectura.

La vida intelectual no es ajena a las modas, ni a esos curiosos movimientos pendulares que se producen en el mundo de las ideas: a una temporada en la que se le da un énfasis particular a una idea o a una serie de ideas relacionadas, parece seguirle otra en la que se le da a esa idea o ideas justo el énfasis contrario.

Eso es justo lo que desde hace una temporada está sucediendo con la lectura. Después de una temporada en la que han abundado las alabanzas más hiperbólicas hacia los supuestos beneficios que tiene el leer, le está siguiendo una temporada en la que nos es raro encontrar artículos, reflexiones y libros que se muestran escépticos hacia dichas alabanzas. He escrito “escépticos”, pero esas obras y artículos comprenden un abanico de reacciones que van desde la duda hasta la franca repulsa.

En realidad esas críticas son comprensibles. El discurso sobre la lectura está plagado de afirmaciones que son cuando menos dudosas: leer te hace más libre; leer te hace mejor persona; leer te hace más inteligente;… Un poco de sentido común bastaría para llegar a la conclusión de que, así expresadas, son afirmaciones falsas. Quién no conoce o ha conocido a personas que son lectoras intensivas, pero esclavas de las más absurdas ideas, malas personas y además de una inteligencia dudosa.

Creo que la crítica a la lectura es necesaria para enfatizar aspectos que suelen quedar sepultados bajo el discurso más público y oficial, como por ejemplo que es más importante llegar a ser lectores competentes que entiendan lo que están leyendo que fomentar el consumo a granel de libros (o similares).

Pero cuando la crítica se pasa de frenada se cae en esa estupenda expresión que reza que debemos tener cuidado de no tirar al niño con el agua de la bañera: se ignora que puede haber buenos argumentos para seguir sosteniendo los beneficios de la lectura, aunque en una versión más matizada.

Pensemos en la afirmación “leer nos hace mejores personas”. Como decía, es obvio que hay personas que pueden ser excelentes lectoras y malas personas. Pero, como en el caso de los cisnes con los que abría la entrada, eso no quiere decir que estemos legitimados a negar otras afirmaciones relacionadas, como por ejemplo: “leer puede contribuir a hacerte mejor persona”, o “hay cierta relación entre la lectura y el progreso moral”.

Lo cierto es que hay relación entre el progreso moral y la lectura y la educación. No es una relación fuerte, en el sentido de que leer no asegura a nadie el perfeccionamiento moral. Pero, aunque cueste de creer, el número de barbaridades que los seres humanos cometen unos con otros ha descendido a lo largo de los últimos siglos en todas las escalas. Sí, han sucedido y siguen sucediendo cosas terribles en el mundo, pero no todo está mal siempre y en todo momento y lugar. También han sucedido avances notables en reivindicaciones de derechos, en el descenso de la violencia interpersonal, en la mejora de las condiciones de salud y de trabajo,

La lectura y la alfabetización tienen mucho que ver con esos procesos: permiten la transmisión de ideas, la discusión y la puesta de evidencia de ciertas prácticas que dejan de ser admisibles por el simple hecho de la tradición, de la costumbre o de la autoridad. Esos procesos, repito, no aseguran el progreso moral siempre, ni en todas las épocas ni en todos los individuos. Pero nuestro escepticismo ante la relación entre lectura y progreso moral no es tanto problema de la lectura en sí como de nuestra sesgada concepción de la naturaleza humana, como si ésta fuese un pedazo de plastilina moldeable infinitamente según la influencia de la cultura.

Así pues, la negación de “leer te hace (siempre) mejor persona” no tiene por qué llevarnos a negar que pueda haber cierta relación entre el progreso moral y la lectura, algo que como digo sólo puede resolverse investigando cómo es el mundo, y algo sobre lo que existe cierta evidencia. No tiremos al niño con el agua de la bañera.

Pensemos ahora en la afirmación “leer nos hace más inteligentes”. Cierto, hay buenos lectores de los que dudaríamos seriamente que son personas inteligentes. Pero resulta que sí, que leer puede hacernos más inteligentes. Los estudios serios que investigan sobre esta cuestión no abundan, pero los hay.

Por ejemplo, un estudio de 2014 llevado a cabo con gemelos idénticos mostraba que los hermanos con mejores habilidades de lectura adquiridas por influencia ambiental también mostraban mejoras en la habilidad intelectual (no sólo un aumento de la inteligencia verbal, sino también de destrezas de razonamiento).

La inteligencia está muy influenciada por la genética, como también lo está la habilidad lectora. Por eso es interesante que el estudio fuese llevado a cabo con gemelos idénticos, personas que en principio poseen el mismo material genético. Así, cualquier diferencia adicional en su comportamiento o capacidades podría ser atribuida a la influencia del entorno. En este caso, los investigadores pudieron relacionar la diferencia en inteligencia con la diferencia en la habilidad lectora adquirida por influencia del ambiente (no por las capacidades innatas).

Los autores del trabajo fueron Stuart J. Ritchie, Timothy C. Bates y Robert Plomin, tres verdaderas autoridades en el estudio de la genética de la inteligencia. Stuart Ritchie junto con Elliot M. Tucker-Drob publicaba este 2018 otro estudio para reflexionar: según sus resultados, un año extra de educación eleva el coeficiente intelectual entre 1 y 5 puntos. La escolarización no equivale a leer, y por supuesto no equivale a leer novela, pero está claro que la lectura es un componente esencial de la escolarización.

Por ello, si bien la afirmación “leer (siempre) te hace más inteligente” es falsa, no estamos obligados a concluir que no hay relación entre leer y ser más inteligente. De nuevo como en el ejemplo de los cisnes, y como ya he comentado en el caso del progreso moral, si leer nos hace más inteligentes o no es algo que hay que determinar investigando y no sólo mediante un argumento a priori. Como hemos visto, hay motivos para pensar que hay relación entre la lectura y la inteligencia. Tampoco aquí tiremos al niño con el agua.

Los casos de la relación entre la lectura, el progreso moral y la inteligencia sólo son dos ejemplos muy vistosos de cómo el sano escepticismo en torno a la lectura puede descarriar para convertirse en un exceso injustificado. Hay otros escepticismos más suaves, pero igual de descarriados en algunos momentos.

La compañera Ana Ordás reseñaba aquí en BiblogTecarios una obra muy de moda con el llamativo título Contra la lectura. Escrita por Mikita Brottman, la autora parece querer dejarnos claro que a pesar del título su intención no es atacar la lectura en sí, sino sólo algunos tópicos en torno a la lectura. La pena es que para criticar tópicos a veces se incurre en tópicos igual de absurdos. Tomemos como ejemplo dos afirmaciones que Ana Ordás extrae de la obra de Brottman.

Parece ser que “Si eres de esas personas que cree que hay libros que “deben” leerse, puede que Mikita Brottman te diga que lo que te pasa es que sufres de inseguridad intelectual, esnobismo, o incluso temores residuales de clase.”

Una declaración tal me parece bastante dudosa. ¿Por qué la afirmación de que hay libros que deben leerse siempre ha de ser producto del esnobismo o de la “inseguridad intelectual”? ¿Es que ese tipo de juicios siempre carece de razones que puedan ser fundadas? ¿Cómo sabe Brottman, o cualquier otra persona, cuáles son los motivos ocultos e íntimos por los que las personas llevan a cabo recomendaciones culturales? ¿Acaso Brottman, o cualquier otra persona, conoce nuestras motivaciones mejor que nosotros mismos?

Está claro que el gusto cultural puede ser una herramienta al servicio del clasismo, pero nadie tiene la potestad para afirmar que eso siempre es así. Además, es curioso pero estamos prestos a utilizar un único caso para negar una afirmación general, como el ejemplo de un buen lector que es mala persona para negar la afirmación “leer te hace mejor persona”, pero nunca parecemos pensar en que hay personas que puedan sentir el impulso de recomendarnos obras sin que sus motivaciones sean siempre y en todo caso el deseo de dominación cultural o el esnobismo (algo que convertiría en falsa la afirmación de que la recomendación o prescripción se basa en el esnobismo).

A pesar de ello está muy de moda despreciar la noción de gusto cultural y la actividad de crítica cultural, aunque me temo que en no pocas ocasiones ese desprecio es más producto de la pereza intelectual que de otra cosa. En otras ocasiones, el desprecio hacia la noción de gusto tiene que ver con la muy posmoderna idea de que la opinión personal es absoluta, incontrovertible y, sobre todo, indiscutible.

En ese sentido, Ana Ordás recoge una frase de Brottman que reza: «La importancia de la lectura (por no hablar de la escritura) está muy sobrevalorada, y a lo que en realidad deberíamos prestar atención, en un mercado abarrotado y ahíto de libros, no es a la muerte de la lectura, sino a la muerte del criterio

Supongo que Brottman se refiere a la muerte del criterio propio. Desarrollar un criterio propio es algo a lo que todos aspiramos, claro. Pero, como veíamos más arriba, pareciera como si para la autora el criterio ajeno fuera una cuestión de esnobismo, mientras que el nuestro… bueno, es nuestro, y ¿cómo iba ser malo siendo nuestro? El problema, pues, es el criterio de los demás; el problema, pues, son los otros.

Al gusto propio, entonces, le podemos aplicar aquella frase que se atribuye al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt al referirse al dictador Anastasio Somoza, un personaje cruel y corrupto pero que Roosevelt veía con buenos ojos por ser anticomunista:

Puede ser que Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.

Espero que estos pocos ejemplos analizados muy por encima ofrezcan una imagen de cómo la crítica de la lectura puede pasar de ser algo necesario a algo superficial y de pobre consistencia. Las grandes afirmaciones sobre las bondades de la lectura son presa fácil de una crítica atenta, pero hay hechos que no estamos obligados a ignorar (y que no deberíamos ignorar) por muy divertido que sea criticar a los intelectuales de turno.

 

Evelio Martínez Cañadas

Bibliotecario en Biblioteques de Barcelona. Me interesan (sin ningún orden en particular): bibliotecas públicas, content curation, ciencia y racionalidad, psicología de la información, lectura, sociedad de la información,... y unas cuantas cosas más.

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