El día 10 de mayo de 2018 participé en las 15as Jornadas Catalanas de Información y Documentación con una presentación titulada Repensando la infoxicación, y la función informativa de las bibliotecas. En esta entrada os ofrezco una versión reducida de la misma. La intención es mostrar que la manera en que funciona la mente humana hace necesario, en mi opinión, que repensemos nuestras creencias sobre qué es la infoxicación y qué papel juega en nuestras vidas, más allá de los tópicos que aseguran que mucha información siempre es malo y de que somos incapaces de gestionarla. Como digo, es una versión condensada, por lo que algunas cuestiones las dejaré pendientes para otras entradas. Podéis consultar la ponencia completa en este enlace.
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La idea de “infoxicación” se ha convertido en uno de los conceptos clave de nuestras sociedades contemporáneas. El término, un acrónimo de “intoxicación por información”, fue popularizado por Alfons Cornella allá por el año 2000, por lo que es un concepto que nos lleva acompañando ya hace casi 20 años. La idea básica la resume el mismo Cornella cuando comenta:
La infoxicación es el exceso de información. Es, pues, lo mismo que el information overload. Es estar siempre «on», recibir centenares de informaciones cada día, a las que no puedes dedicar tiempo. Es no poder profundizar en nada, y saltar de una cosa a la otra. Es el «working interruptus». Es el resultado de un mundo en donde se prima la exhaustividad («todo sobre») frente a la relevancia («lo más importante»).
La infoxicación no es un fenómeno exclusivo de nuestra época, pero sí que se considera que la explosión en la producción de información debido a Internet y a los nuevos medios ha agudizado el problema de manera formidable. El mismo Cornella también nos da una idea de cuándo una persona puede decirse que está infoxicada:
Cuando siente que no puede manejar toda la información que cree que debería manejar. O sea, cuando la información que le rodea en su día a día le angustia. Uno está infoxicado cuando no puede absorber más información, cuando todo lo que hace es remitir la información que recibe a otros, a sus amigos, a sus contactos en las redes sociales. Pero hay un síntoma incluso más claro: estás infoxicado cuando te resulta difícil leer un texto de forma pausada, palabra a palabra; cuando lees saltando palabras, porque te has acostumbrado a leer así en diagonal. Estás infoxicado cuando lees sin entender lo que lees.
Así pues, la infoxicación se asocia a sentimientos de angustia ante la incapacidad de digerir tanta información. En los últimos tiempos la infoxicación también se ha asociado a la toma de malas decisiones y sobre todo a la desinformación al ser incapaces de, ante el aluvión informativo, procesar la información de una manera crítica y racional.
Las bibliotecas han visto en la infoxicación una poderosa justificación para su tarea: se argumenta que nadie mejor que los bibliotecarios, como expertos en la búsqueda de información, para guiar a los usuarios por entre la ingente cantidad de información para ayudarles con sus necesidades informativas. Además, también se defiende que los programas de Alfabetización Informacional (ALFIN) impartidos por las bibliotecas pueden contribuir a que los usuarios lleven a cabo una mejor evaluación de la información. La infoxicación también sirve como justificación para la tarea de nuevos perfiles profesionales, siendo el más destacado el de curador de contenidos (o content curator).
La evaluación de la información es un tema de la máxima relevancia, pero es hasta cierto punto independiente del sentido originario que todavía se sigue atribuyendo al término “infoxicación”: la ya mencionada ansiedad ante la abundancia informativa y la parálisis ante qué información consumir.
Lo que voy a hacer en esta entrada es argumentar que hay indicios, provenientes de diversos ámbitos, de que la manera cómo los humanos nos relacionamos con el exceso de información hace necesario repensar la infoxicación.
Ese ejercicio de repensar la infoxicación se puede concretar en las siguientes conclusiones:
a) La infoxicación es un fenómeno menos problemático para la vida cotidiana de las personas de lo que tendemos a pensar, y que sólo se manifiesta en situaciones concretas
b) La infoxicación es un fenómeno para con el que los seres humanos están capacitados para lidiar de una forma “natural”
c) Los mecanismos “naturales” para lidiar con la infoxicación se muestran de manera poderosa en ámbitos como las estrategias de búsqueda de información y la evaluación de determinados tipos de contenidos
Seguramente, el factor que más impide entender en su complejidad la infoxicación es el determinismo tecnológico que puede rastrearse (aunque no siempre se muestre de manera explícita) en buena parte de los discursos sobre los efectos de la sociedad de la información y las nuevas tecnologías. Según esas posturas la tecnología genera un cambio por sí mismo, de manera autónoma y casi irreversible en la sociedad. Pero el determinismo pasa por alto que las tecnologías siempre son utilizadas por personas en contextos concretos y por tanto de maneras no uniformes.
Retomando el discurso más específico sobre la infoxicación, se da por supuesta una relación lineal muy determinista: a más información es inevitable más infoxicación. Pero esa relación no se muestra en los pocos estudios sociológicos que se han dedicado al tema con seriedad. Como tampoco se muestra esa relación lineal en la evidencia psicológica sobre cómo funciona nuestra mente.
Infoxicados, pero no tanto: indicios desde la sociología
A pesar de lo mucho que se habla sobre lo infoxicados que estamos, sorprende la poca existencia de estudios que se hayan dedicado a analizar precisamente si nos sentimos infoxicados o no.
La inexistencia de ese tipo de estudios sociales en nuestro ámbito geográfico es casi total, pero en EEUU sí que ha habido un estudio reciente con ese propósito, llevado a cabo por el Pew Research Center en 2016. En el trabajo se analizó los hábitos informativos de 1.520 estadounidenses, y los resultados fueron más que llamativos.
Y es que, en contra de lo que podríamos pensar dado el discurso sobre la infoxicación, la mayoría de los encuestados no sentía que la sobreabundancia informativa fuera un problema. Al contrario: el porcentaje que afirmaba que esa sobreabundancia fuera un problema había descendido con respecto a hace una década, algo contraintuitivo si pensamos que en 10 años se ha producido una ingente cantidad de información. Además, la mayoría de la muestra también decía gustar de tener mucha información disponible, puesto que afirmaban que es algo que ayudaba a simplificar sus vidas.
La mayoría de los encuestados también decía sentirse a gusto con sus habilidades para gestionar la información en su vida diaria. De hecho, también de forma contraintuitiva, las personas que tenían más dispositivos de acceso (banda ancha en casa, smartphone y tablet) eran las que decían sentirse más a gusto con el control del flujo de información.
Sólo había dos casos en los que la encuesta halló que los entrevistados decían sentirse infoxicados: aquellas personas con más edad, menos educación y menos recursos económicos; y aquellas situaciones en las que una institución les demandaba información (e incluso en este caso, el porcentaje de personas que no se sentían infoxicadas era de un significativo 30%).
Los resultados del estudio de Pew están en la línea de las conclusiones de un estudio anterior, de 2012, llevado a cabo por la Northwestern University. En aquella ocasión los investigadores entrevistaron a 77 participantes de todo el país, y aunque se detectó cierta frustración por la calidad de la información de ciertos medios, el sentimiento general era de entusiasmo ante la abundancia informativa y las mayores oportunidades de decidir qué consumo informativo se quería tener, algo que los entrevistados asociaban con un empoderamiento informativo. También como en el estudio de Pew, aquellas personas que decían sentirse más infoxicadas eran aquellas con menos habilidades en el manejo de Internet.
¿Qué explicaría esos resultados que no se corresponden con la idea de que a más información más infoxicación? Aunque los resultados de cualquier estudio siempre son limitados a una muestra, resulta interesante intentar extraer algunas conclusiones.
En primer lugar, la infoxicación no es un fenómeno común para todo el mundo. En cierto grado de generalidad, por supuesto que lo es: todos somos susceptibles de sentirnos agobiados ante un exceso de información, pero no todos reaccionamos ante esa ansiedad de la misma manera, puesto que nuestras habilidades y nuestras capacidades para manejar la tecnología y para relacionarnos con la información no tienen por qué ser las mismas.
En segundo lugar, la infoxicación es un fenómeno que depende de los intereses específicos de cada cuál: es imposible sentirse infoxicado por temas que no nos interesan, e incluso en aquellas cuestiones en las que sí tenemos interés contamos con mecanismos para lidiar con el exceso de información (como veremos en los siguientes apartados).
En tercer lugar, la infoxicación es una apreciación subjetiva que puede ser independiente de la cantidad de información que se produzca en un momento dado: aunque fuera mucha, podemos seguir teniendo la creencia de que no estamos infoxicados, y que incluso nuestras capacidades para lidiar con el exceso de información son mejores de lo que en realidad podrían ser.
Infoxicados, pero no tanto: indicios desde la psicología
En 2004 el psicólogo Barry Schwartz alcanzó una notoria publicidad gracias a su obra The paradox of choice: why more is less, que fue publicada en español con el título Por qué más es menos: la tiranía de la abundancia. La idea principal de Schwartz, muy resumida, es que demasiadas opciones nublan nuestra capacidad de hacer elecciones racionales. La tesis de Schwartz fue ampliamente difundida, en el contexto de la toma de conciencia de los supuestos peligros de la infoxicación. Pero lo cierto es que puede que los hallazgos de Schwartz sean menos sólidos de lo que parece.
Y es que los resultados experimentales sobre los que Schwartz apoyaba su idea no se pudieron replicar con éxito posteriormente: es decir, no se pudieron obtener los mismos resultados. El propio Schwartz se ha visto obligado a matizar sus conclusiones y a afirmar que todavía no conocemos cómo funciona la “paradoja de la elección”, ni en qué situaciones podría darse. Así, en una entrevista Schwartz admitió que la cuestión sobre si más o menos opciones nublan nuestro juicio se podría resumir en una fórmula poco atractiva, pero más de sentido común:
A veces tener demasiadas opciones es malo, otras no, y se desconoce qué decanta la balanza en cada caso particular.
El caso de la paradoja de la elección muestra lo que ya veíamos en los indicios sociológicos: el que alguien se sienta infoxicado a la hora de tomar una decisión puede depender no tanto de la cantidad de opciones sino de la naturaleza misma de la elección y de las capacidades individuales: no es lo mismo llevar a cabo una decisión aparentemente trivial que haber de decidir sobre el valor de productos financieros cuando no se es un experto inversor.
Además, en el caso de las decisiones relativamente triviales no faltan estudios que muestren que la toma de decisiones puede verse favorecida cuando todas las opciones se presentan a la vez.
No es que la cantidad de opciones no pueda afectar a la elección, en particular a la calidad. Pero incluso en esos casos, la psicología humana muestra que tenemos mecanismos para salir adelante y vencer la supuesta parálisis que provoca la infoxicación. Por ejemplo, en un estudio sobre la calidad de las elecciones en la compra online se determinó que los usuarios tienden a comprar más aquellos productos que reciben más reseñas, independientemente de que éstas sean buenas o malas. Es decir, aun cuando lo razonable sería examinar las reseñas para evaluar su contenido, los usuarios del estudio parecían estar fiándose únicamente de la cantidad total para llevar a cabo sus compras, tal y como si tomaran un atajo para hacer su elección.
Ese tipo de atajos mentales son omnipresentes en nuestra vida mental, y representan una ventana a la manera en que funciona nuestra mente. Algo de lo que trataremos en los próximos apartados.
La racionalidad limitada
El concepto de infoxicación parece reflejar la manera popular en la que entendemos el consumo de información. Según esta idea intuitiva, las personas funcionamos como agentes racionales que ante una decisión tratamos de hallar la opción óptima considerando la información disponible. Por ello, ante un exceso de información se supone que la toma de decisiones siempre se verá dificultada.
Pero en realidad esa idea de cómo funciona la mente tiene poco de acertada. Una idea más certera de cómo funciona nuestro pensamiento es la propuesta en su día por Herbert Simon bajo la expresión bounded rationality, o racionalidad limitada. Para Simon, nuestra racionalidad está limitada por diversas dimensiones (como el tiempo o la dificultad del problema), pero también por las capacidades y las características de la mente humana.
Dentro de las características psicológicas que limitan la racionalidad se encuentran los heurísticos y los sesgos. Los heurísticos de razonamiento funcionan a la manera de atajos mentales, como reglas que permiten simplificar la toma de decisiones. Por su parte, los sesgos pueden entenderse como una tendencia o un patrón de razonamiento que las más de las veces puede desviarse de lo que se consideraría una norma racional.
Tanto los heurísticos como los sesgos han sido ampliamente estudiados y descritos en las últimas décadas, de la mano de figuras tan relevantes como Amos Tversky y Daniel Kahneman.
Juntas esas dimensiones que limitan nuestra racionalidad nos convierten en satisfactores: en lugar de examinar toda la información disponible para tomar una decisión (o para simplemente estar informados sobre una cuestión), seleccionamos la opción que parece ajustarse más a nuestras necesidades, aunque no sea la óptima desde un punto de vista racional.
De hecho, el fenómeno de satisfacer (satisfacing) es bien conocido en el ámbito de la Información y la Documentación, en el que se han llevado a cabo trabajos que buscan comprender el comportamiento informativo de los usuarios de los centros bibliotecarios. Muy relacionado con el satisfacer está otro fenómeno bien conocido por los profesionales de la información: la resistencia de los internautas a ir más allá de la página de los diez primeros resultados de buscadores como Google.
En definitiva: la peculiar naturaleza de nuestra racionalidad nos equipa con una serie de estrategias para lidiar con el exceso de información, para reducir el ruido y simplificar la toma de decisiones… aun cuando nuestras elecciones no sean las más acertadas. La racionalidad limitada se muestra en un buen número de ámbitos de nuestra vida cotidiana.
Aquí sólo mencionaré dos: el consumo de información política y el consumo de información científica.
El consumo de información política
La manera cómo consumimos información política es especialmente esclarecedora de cómo funciona nuestra racionalidad limitada, y de cómo ese funcionamiento cuestiona la idea de que un exceso de información nos infoxica hasta el punto de que no sabemos qué contenidos habríamos de consumir. La política se presta a polarizaciones extremas, y por ello suele ser un campo propicio para el estudio de los sesgos y los heurísticos que nos ayudan a discriminar y a rechazar información (sin que ello quiera decir que siempre actuemos de la manera más razonable).
Los EEUU parecen un terreno ideal para examinar este tipo de consumo informativo. Por un lado, EEUU cuenta con una potente tradición investigadora en cuanto a ciencia y psicología cognitiva, y por tanto en cuanto al estudio de la racionalidad. Importantes autores han elaborado modelos muy influyentes sobre cómo consumimos y procesamos la información política, como los de Jonathan Haidt y de George Lakoff, ambos centrados en cómo nuestra sensibilidad moral determina nuestras opciones políticas y, en consecuencia, nuestra manera de consumir información.
Lakoff expresa a la perfección por qué la idea de que nuestra mente es una especie de dispositivo que nos permite tomar decisiones racionales al tener en cuenta la información disponible es netamente pseudocientífica, reflejando lo que hasta aquí hemos comentado sobre la racionalidad limitada:
Muchos liberales […] han aprendido implícitamente una visión del mundo sobre la razón misma que no casa con los datos científicos aportados por la neurología y la ciencia cognitiva. Esos liberales han aprendido una secular teoría de la racionalidad según la cual el pensamiento es consciente (cuando en realidad es principalmente inconsciente) y se guía por una lógica (cuando en realidad está condicionado por los caracteres primitivos incorporados, los marcos, las metáforas conceptuales y la integración conceptual) de la que todo el mundo se sirve (lo que supuestamente nos convierte en animales racionales). En consecuencia, si entregamos los datos a cualquier individuo, este habrá de razonar hasta obtener la conclusión correcta. Así, año tras año, década tras década, los liberales continúan esgrimiendo datos ante la ciudadanía conservadora, sin ser capaces de hacerle cambiar de opinión. Esta conducta liberal es en sí una forma de negacionismo científico, de la ciencia cognitiva y la neurología. Es simplemente, una conducta irracional desarrollada por muchos ciudadanos orgullosos de su racionalidad.
Por otro lado, se han llevado a cabo un buen número de estudios para determinar cómo exactamente nos relacionamos con la información política. Aquí sólo podemos mencionar algunos de los resultados de esos estudios, pero nos parecen más que significativos para poner en duda la idea de que más información nos produce una fatiga de elección. Antes al contrario: los estudios dan a entender que nuestros sesgos nos predisponen para prestar una atención selectiva a determinados contenidos, ignorando al resto:
Lo razonable sería esperar que el posicionamiento político de los individuos conduzca a la simpatía con un partido político concreto (el “partidismo”), pero más bien sucede al revés: el partidismo puede dictar nuestro posicionamiento político en diversas cuestiones, de manera que es más probable que los votantes de un partido estén de acuerdo con la posición que ese mismo partido defienda en un tema, con independencia de cuáles sean las políticas concretas que impliquen esa posición.
A pesar de los innegables beneficios de la educación para el desarrollo de los individuos, también es cierto que la educación produce efectos paradójicos: así, puede reducir el prejuicio que sentimos hacia otros grupos raciales, pero también puede aumentar el prejuicio ideológico hacia otras posturas políticas diferentes a la propia
De hecho, la intolerancia hacia la postura política contraria no es algo exclusivo del espectro conservador, la tendencia política a la que se le suele asociar una menor apertura a la experiencia y unos mayores prejuicios hacia otros grupos de personas. Así, tanto conservadores como progresistas serían igualmente intolerantes hacia grupos con valores y creencias inconsistentes con los propios. Ambos grupos desarrollarían un “procesamiento motivado de la información”: seleccionar la información más conveniente para la defensa de las propias ideas.
La polarización política se ve favorecida por el fenómeno del “partidismo negativo” (negative partisanship): el electorado puede movilizarse no tanto para votar a favor de su partido como para votar en contra de otro. Esa movilización negativa no sólo refleja un disgusto hacia el partido contrario o hacia sus líderes, sino que puede representar una brecha cada vez mayor en lo que hace a cuestiones sociales, religiosas y de valores.
De hecho, sentir una aversión moral hacia los oponentes políticos nos lleva a apoyar posiciones que favorecen a nuestra tendencia, aunque eso implique adoptar posturas con las que en otras situaciones no estaríamos necesariamente de acuerdo.
Los factores que nos llevan a adoptar posturas políticas más partidistas no siempre tienen que ver con sentimientos extremos: se ha llegado a describir que el aburrimiento e incluso tener una hija pueden ser factores que favorezcan una toma de postura política más extremista.
Las campañas políticas de los partidos tienen una utilidad casi nula a la hora de convencer a los ciudadanos para cambiar el sentido de su voto. En lugar de ello, su efectividad radica más bien en movilizar al voto a los ciudadanos que ya están de acuerdo con el candidato.
Como ya he dicho, los ejemplos anteriores son sólo una pequeña muestra del conjunto de estudios que muestran nuestra complicada relación con la información política. A manera de conclusión general, podríamos utilizar unos párrafos de Daniel Mediavilla en un artículo para El País en el que comenta cómo a la hora de juzgar la verdad o la falsedad de un juicio nos dejamos llevar por las sensaciones de placer o de disgusto que nos produce ese juicio:
Los musulmanes son terroristas, los comunistas provocan atascos en las ciudades donde gobiernan y las ministras de derechas son capaces de gastarse 4.600 euros en confeti para una fiesta de cumpleaños. Muchas de estas afirmaciones nos resultarán más o menos atractivas dependiendo de nuestra ideología y es probable que las aceptemos o las rechacemos sin prestar mucha atención a los hechos. Nuestro cerebro es limitado y tiene que ayudarnos a sobrevivir en un entorno inabarcable, y la vida es demasiado corta para andar comprobando los datos a cada instante. Los prejuicios o las ideas preconcebidas nos ayudan a gestionar la realidad creando una simulación con la que salir adelante. Hay individuos con más espíritu crítico, pero nadie es inmune a estas tendencias.
El consumo de información científica
Como en el caso de la política, la ciencia también se presta a polarizaciones extremas al tratar temas que pueden ser sensibles a la moral particular del público que consume noticias científicas. Y por ello la manera en que el público recibe y evalúa la información científica también suele ser un campo propicio para el estudio de los sesgos y los heurísticos que nos ayudan a discriminar y a rechazar información. Pero, además, la evaluación de la información científica está estrechamente ligada a la política, en el sentido de que nuestras inclinaciones políticas pueden decantarnos por aceptar o rechazar determinadas informaciones aun a la luz de una clara evidencia.
Sólo puedo ofrecer algunos ejemplos de estudios que muestran cómo nuestra psicología nos proporciona las herramientas para discriminar información de manera natural, una dinámica que de nuevo pone en duda la idea de que la infoxicación sólo depende de la cantidad de información:
El negacionismo científico, esto es, el negar los resultados de la ciencia, no es una actitud exclusiva del conservadurismo político, un grupo que, como ya mencionábamos en el caso de la información política, suele ser asociado con actitudes más intolerantes y menos abiertas a la experiencia. Así, personas tanto liberales como conservadoras pueden ser proclives a rechazar la interpretación de un estudio proporcionada por un investigador si ésta no cuadra con sus actitudes personales. El rechazo puede llegar hasta el punto de considerar al investigador como poco fiable y poco experto en la materia.
Como en el caso de la política, la relación entre educación y aceptación de los resultados de la ciencia puede ser paradójica. Así, los individuos con mayor alfabetización científica y mayor educación pueden desarrollar creencias más polarizadas en torno a cuestiones controvertidas que afectan a nuestra identidad personal, como el Big Bang, la evolución o la investigación en células madre.
La relación entre educación y negacionismo científico también encierra otra paradoja. Así, cuanta más educación científica posea una persona más probable es que defienda con firmeza sus creencias, aun cuando éstas puedan estar totalmente equivocadas. El problema básico, pues, no sería tanto un rechazo hacia la ciencia o una mala comprensión de los hechos, como una cuestión de motivación: las personas no suelen evaluar la evidencia de una manera ponderada y neutra, sino que se selecciona la evidencia que refuerza nuestras creencias previas.
La tendencia política no sólo puede hacer que desarrollemos opiniones polarizadas respecto a cuestiones científicas: además, también puede influenciar el tipo de libros sobre ciencia que leemos. Se produce así una «brecha de consumo», en la que los liberales tienden a comprar libros sobre disciplinas científicas básicas, mientras que los conservadores tienden a comprar libros sobre ciencia aplicada. Puede llegar a haber muy poco solapamiento en los libros elegidos por liberales y conservadores en temas como la climatología, la ciencia social o la economía. Esa compra selectiva dificulta el poder interpelar al público con teorías y argumentos comunes, puesto que los compradores podrían estar prestando atención a cosas muy diferentes.
Pero quizá en ningún ámbito es tan claro el consumo sesgado e interesado de información científica como en lo que hace a las llamadas pseudociencias. Y es que a pesar de la abundante evidencia en contra, y a pesar de la amplia difusión que esa evidencia está teniendo en nuestros días, una buena parte del público sigue creyendo en ideas como la relación entre el autismo y las vacunas, la peligrosidad de los transgénicos o la efectividad de la homeopatía. El hecho de que muchas de las personas que creen en esas ideas posean un notable estatus social, económico y educativo vuelve a ser una muestra de lo limitado que es el poder de la educación a la hora de protegernos contra los engaños, y del poder de nuestros sesgos para ignorar aquella información que desafía nuestras creencias. Un párrafo de un artículo publicado en Voz Populi bajo el llamativo título Por qué los datos ya no convencen a nadie es muy representativo en este sentido:
Lo que sucede […] es que hablar de «pruebas» o «datos» no suele cambiar la opinión de nadie sobre un tema, ya sea el cambio climático, los antitransgénicos o las vacunas. La gente utiliza los hechos científicos para apoyar sus opiniones particulares y dejarán de lado aquellos hechos que no coincidan con estas. De alguna manera, es como si el planeta sufriera una especie de epidemia global de «cuñadismo» y se dejaran de lado los grandes logros que nos han permitido llegar a un cierto grado de civilización, como son el uso de la razón y los argumentos basados en evidencias.
¿Una conclusión?
Como comenta el psicólogo Steven Pinker, la existencia de una racionalidad limitada no implica que los seres humanos seamos irracionales y que por tanto sea inútil intentar que nos comportemos de manera más razonable. Si efectivamente fuéramos irracionales sin remedio no hubiéramos descubierto las maneras en que somos irracionales porque no tendríamos ningún estándar de racionalidad con el que evaluar los juicios humanos. Por ello, continúa Pinker, puede que los humanos seamos vulnerables a los sesgos y a los heurísticos pero ello no implica que lo seamos siempre, ni tan sólo que lo seamos todos. El cerebro humano es capaz de la razón, dice Pinker, dadas las circunstancias adecuadas.
Poner el énfasis en la racionalidad limitada es una herramienta con la que entender por qué, a pesar de la supuesta infoxicación, los usuarios no parecemos cansarnos de la sobreabundancia informativa, a no ser claro que tengamos en cuenta contextos específicos y públicos específicos.
Además también permite entender fenómenos tan actuales como la polarización política: no es que los argumentos no importen, o no podamos aducir buenos argumentos para justificar nuestras creencias. Es más bien que por el simple hecho de ser humanos, siempre tendremos que lidiar con la tendencia a prestar más atención, a dar más importancia y a considerar más veraces aquella información con la que congregamos o estamos de acuerdo. La polarización política no sólo se explica por esta tendencia humana, pero es indudable que es en buena parte responsable. O, al menos, es un factor determinante mucho más que la afirmación de que las personas tenemos creencias irracionales porque no poseemos la información «adecuada».