Buenos días, lectores! Hoy, para celebrar el día del libro y respetando la tradición BiblogTecaria, os dejamos con una historia conjunta en la que cada uno ha puesto un pedacito de su alma e imaginación. Esperemos que os guste y nos vemos en el próximo post!
La primavera hizo acto de presencia con fuerza. Por las ventanas del salón entraba un agradable olor a flor de azahar procedente de los naranjos, recién florecidos, del patio trasero. El dulce aroma impregnaba cada rincón de la casa y, un dorado y cálido, rayo de sol iluminó el rostro de Berta despertándola de su armonioso sueño. Por fin llegó el gran día, la presentación de su primer libro. Cargada de energía y positividad descendió a la planta baja desde su dormitorio esbozando una leve sonrisa. Estaba ilusionada. También un poco nerviosa. Tenía por delante una jornada muy emocionante. Pero, aún quedaban por resolver algunos temas de última hora. Escalón tras escalón el aroma a café envolvió toda la habitación y junto a la mesa de la cocina había un jarrón con flores frescas, hortensias recién recogidas de su jardín, sus favoritas, y las que plantó en su momento sin la esperanza de que florecieran. Al otro lado de la mesa, le esperaba una taza y un croissant recién hecho “¡Qué buena manera de empezar el día!” exclamó en voz alta y a la par, él asomó por la ventana del jardín “¡Buenos días, hoy es tu gran día!“. Todo estaba en armonía, pero había una pregunta que le atormentaba desde que había terminado el manuscrito: ¿Iría a la presentación? ¿O aquel libro sería el punto y final de su relación? A pesar de que se auto convencía, y así se lo había expresado en numerosas ocasiones argumentando que se trataba de una historia de ficción; estaba convencida de que él no se lo perdonaría. Pero aquel relato había salido de sus entrañas, había sido algo vital para poder seguir adelante. Expresar con palabras todo lo que sentía… ¡Una felicidad infinita! —¿Qué hago? — dirigiéndose a Bigotes, su gato — ¿Se lo digo?
Alguien quemó el último libro en el último día del planeta. Todo desapareció en un suspiro: las historias, el conocimiento, la diversión, la humanidad, el conocimiento atesorado durante siglos. No quedó más que cenizas, quebradas por su propia debilidad; ni siquiera el viento se sentía con ganas de esparcirlas por algún rincón porque, en el último día del mundo, nada tenía sentido. Y así las horas, los minutos y los segundos también se fueron consumiendo hasta que llegó el final. No hubo nadie que pudiese escribir lo que sucedió ni tampoco quedó nadie para leerlo porque ya no había ni libros ni planeta.
Así empezaba la historia. Un párrafo lleno de intriga, fuerza y alta tracción al que últimamente recurría mentalmente para evadirse de toda situación; pero un cierto olor a plástico quemado la sacó de esa tormentosa ensoñación- Y, al volver a la realidad, vio que de la tostadora salía un humo negro. Impulsivamente saltó hacia la encimera desplazando al gato descuidadamente, que yacía tranquilo en su regazo ronroneando. Ante tal brusco movimiento, éste le lanzó un maullido que mostraba su disconformidad con el cambio de postura, a la vez que entraba en caída libre hacia el suelo de microcemento. Había vuelto a suceder por segunda vez en esa semana, la palanca del aparato se encajó nuevamente. Al parecer debido a que el muelle que actúa sobre la bobina que sujeta la palanca, no ajustaba como debiera. Afortunadamente, no hubo rastro de cenizas ni nada que confirmara el lúgubre escenario soñado, desprovisto de palabras e historias. Podría, por fin, presentar al mundo la criatura recién parida, no sin dolor, compuesta de jirones de realidad, unos sucesos vividos y otros que pudieron ser y no fueron.
Tras el leve incidente con la tostadora, Berta se acicaló y se encaminó hacia la biblioteca pública de su barrio con un poco de prisa. Pues no quería llegar tarde a su propio evento, iban a ir todos sus amigos y el resto de usuarios de la biblioteca, que consideraba casi de su familia. Su gato se quedó observando desde la ventana cómo se alejaba apresuradamente. Caminaba por la acera llevando un ejemplar de su obra en el regazo y su vestido preferido. Al final no lo había llamado, pensó que lo mejor sería esperar a ver si se encontraban en la biblioteca, que fue dónde se conocieron y dónde comenzó su historia.
Jorge su atusó el pelo, se colocó el nudo de la corbata que parecía tener vida propia y se echó su colonia preferida. Confiaba en que Berta aún se acordara de él, llevaba tanto tiempo liada con el libro que se sentía casi como abandonado. De todas formas, decidió hacer acto de presencia en la Biblioteca Municipal de Villarubla, lugar escogido por Berta para presentar tan ansiado proyecto. Estaba tan nervioso que había vertido el contenido de la taza de tila tiñendo la encimera de rojo. ¡Por fin llegó el día!
Aunque debería ser un día feliz e inigualable; Berta, mientras caminaba hacia la biblioteca, notaba que en alguna parte, en lo más profundo de su ser, había un punto de tristeza, miedo e incluso malestar. ¿Sería aquella una sensación premonitoria a su futuro más cercano? Pero lo que más le devanaba los sesos, más que incluso la presentación de su primera novela, era el no identificar con certeza por qué esa sensación; aunque tenía una ligera idea. Eso ya lo había vivido antes, y nunca le había hecho caso; hasta en ese preciso momento. Así que, esta vez, confiaría en su intuición para evitar sorpresas desagradables. Aparte de la duda sobre si Jorge iba a aparecer a la presentación, había otra pregunta que le rondaba en la cabeza cuya respuesta también ignoraba: ¿Se habrían leído todos los asistentes al acto el libro, o, por el contrario; la gente iba a venir únicamente por puro morbo? Todas las preocupaciones rondaban por la cabeza de Berta sin orden ni control. Y lo que más le enfurecía de todo era la siguiente cuestión: ¿por qué después de todo, seguía dejando que sus cosas la controlaran? Inmersa en esos pensamientos llegó a la biblioteca, se dirigió a la enorme sala de conferencias, uno de los mejores equipamientos y la envidia del resto de locales culturales de la zona. Allí, de pie y esperando que poco a poco llegaran los asistentes, observaba, simplemente, el ir y venir de la gente. Cómo se iban colocando cada uno en su asiento o cómo hablaban entre ellos. De vez en cuando, saludaba a alguno de sus conocidos agradeciendo su asistencia. Mientras observaba, sentía que su malestar iba disminuyendo lentamente, como el paso de la tormenta a la lluvia ligera. Casi de manera imperceptible empezó a notar que dentro de ella, en lugar de la tristeza se instalaba la alegría. Sí, la alegría por compartir con todas aquellas personas tan queridas aquello que había creado de la nada y que le permitiría abrirse en cuerpo y alma a los presentes. Se sentía un poco vulnerable, sí, tenía que reconocerlo, pero a la vez, feliz de poder compartir su creación.
Esa vulnerabilidad ayudó a Berta a creerse y crear nuevos escenarios para los pocos minutos de espera que faltaban para presentar su primera novela. En aquellos momentos hubiese agradecido tanto la presencia de un grupo telonero que le quitara hierro a esa situación de vulnerabilidad y que empezase a contar o cantar algo, que acaparase la atención de todo el público, incluída la suya, allí sentada en la primera fila en una de las sillas con el cartelito de ‘asiento reservado’ que como casi siempre se acaban quedando vacías. Pero fue entonces cuando vió que se acercaba el editor que lógicamente iba a ocupar uno de estos asientos a su lado. A continuación se acercó ella, pareja y personaje, y aunque al principio sintió como una especie de nudo en el estómago, enseguida se sintió contenta y aliviada, su presencia estaba llena de buenas intenciones porque, así sin más le estaba demostrando su apoyo aquí y ahora. En la cara de Berta se instaló entonces una sonrisa, que no se había ido aún cuando agarrando el micrófono con fuerza y con las dos manos, se subió al escenario para darles a todos las gracias por haber venido.
¿A qué sabría el reencuentro? Era una pregunta que llevaba haciéndose durante todo este tiempo… ¿Tendría el sabor dulce de la vuelta o el sabor amargo de la culpa? En ese momento tenía tanta mezcla de sensaciones que era difícil ponerle un solo sabor y un solo nombre. Allí subida en aquel escenario, se dijo que solo existía el aquí y el ahora y decidió parar la montaña rusa de sensaciones y disfrutar exclusivamente de la que estaba viviendo en ese momento: estaba presentando su novela, en su sitio soñado: la biblioteca, rodeada de la gente que la había acompañado y apoyado durante todo este tiempo, no siempre fácil, y además y por sorpresa, también estaba ella. Después ya tendría tiempo para repasar, y desde luego tendrían tiempo para hablar, para retomar sus largas conversaciones, para empezar de nuevo… Quizá habría que retomar el pasado pero solo con el objetivo de liberarse de él. De nada serviría volver a las culpas, ni a los reproches, estaba presentando un libro y por delante tenía otro nuevo, con las páginas en blanco y por llenar…
Y hasta aquí la historia, esperamos que os haya gustado y gracias a tod@s l@s autor@s por hacerlo posible: David Gómez / Belén Benito / Susana Peix / Francisco Javier León Álvarez / Luis Miguel Cencerrado / Irene Blanco / Beatriz Somavilla / Ester Angulo / Eva Jiménez / Elvira Caneda Cabrera / Felicidad Campal