Un consejo desde la biblioteca «más moderna del mundo»: utiliza la sorpresa como estrategia de marketing para cambiar la trasnochada imagen de la biblioteca pública. Y yo apostillo, modestamente, que los centros de interés son herramientas perfectas para esta tarea
La semana pasada, en el V Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas , asistí a la excitante conferencia de Eppo van Nispen, que ha estado implicado en la creación y desarrollo de Dok Library Concept Center en Delft (Holanda). Basándose en un vídeo televisivo donde un inesperado personaje (el «fat man») deja boquiabiertos a todos, Eppo insistió en que las bibliotecas debemos repensar nuestros planteamientos tradicionales si queremos enfrentarnos con éxito al nuevo mundo tecnológico: si realmente queremos ser para nuestros usuarios «un mejor amigo» que Google.
En esa búsqueda de lo sorprendente, de lo inesperado, y su inevitable componente de diversión, tenemos una sencilla herramienta que, utilizada con ingenio y creatividad, puede resultarnos muy útil. Me refiero a los centros de interés, con carácter dinámico, es decir, no como lugares fijos, sino como un híbrido de secciones temáticas y exposiciones bibliográficas temporales.
Caso práctico
El pasado mes de septiembre se celebraba en Segovia el Hay Festival
y la Biblioteca Pública de esa ciudad, se montaba su propio centro de interés temporal sobre el evento. Pero no sólo reunió en una estantería aparte y destacada todos los documentos que tenían que ver con este evento cultural (tanto de conocimiento, como la literatura de los autores que iban a asistir a conferencias y encuentros), sino que además, se encargaron de recordar la existencia del centro de interés temporal, con unos cartelitos-testigo (alguien podría llamarle dumio) ubicados por todas las salas, allí donde había sido retirado cada libro.
Ahora nos toca trabajar a cada uno en nuestra biblioteca. Preguntemos a los usuarios por sus aficiones, por sus intereses menos confesables, por aquello que descubrieron con asombro y que no tenían ni idea de que existía en la biblioteca. Y planifiquemos ese centro de interés: tema principal, temas relacionados, selección de material propio, préstamo interbibliotecario, adquisición… E incluso actividades de animación a la lectura relacionadas: conferencias, mesas redondas con los vecinos, empresarios o deportistas locales, una visita turística a lugares afines…
También podemos buscar temas que tengan implicación colateral con nuestro entorno local: una industria destacada en la región, un nuevo establecimiento comercial que está dando que hablar, un personaje popular del barrio o un evento exclusivo de nuestro pueblo o ciudad.
Y cuando el interés decaiga, retirémoslo y sustituyámoslo por otro.
Recordemos aquella anécdota en la que el publicista David Ogilvy incrementaba considerablemente los ingresos de un mendigo modificando el texto «Soy ciego» del rótulo que había junto a su gorra, al que había añadido «Qué triste serlo cuando es primavera».
Con una gestión imaginativa de estos centros de interés dinámicos, conseguiremos sorprender a los usuarios y hacerles ver que dentro de la biblioteca hay mucho más que las últimas novedades y los diccionarios de inglés.