¿Existe un punto de encuentro entre dos actividades tan opuestas aparentemente como correr y leer? ¿Tiene sentido organizar un evento como la Carrera del Libro?
Como soy bibliotecario, lector empedernido y llevo unos meses en esto del correr (running, se dice ahora), cuando me enteré de que en el municipio madrileño de Pinto se organizaba esta carrera, con distancias de cinco y diez mil metros, me dije “Habrá que ir, ¿no?”
Así que allí me teníais el pasado sábado, recogiendo mi dorsal a las 10 de la mañana, vestido con mi camiseta de la Marea Amarilla, afinado el GPS del móvil, y dispuesto a cubrir las dos vueltas al circuito por el parque Juan Carlos I que completarían los 10 kilómetros de la prueba. Mi objetivo personal: bajar de los 55 minutos.
Como me quedaba bastante tiempo antes de que dieran la salida y el sol lucía, por fín sobre un límpido cielo azul, pensé en dar una vuelta por el parque para comprobar el recorrido y para visitar las típicas casetas de editoriales o libreros locales que suelen acompañar estos eventos o echar un vistazo a las pertinentes actividades de fomento de la lectura. Pero para mi sorpresa, no ví nada de esto.
“Bueno”, pensé, “tal vez lo monten durante la carrera para realizar las actividades después”. Y me fuí a estirar y a trotar un poco para ir calentando.
A las doce menos diez me acerqué a la salida. Mientras la megafonía anunciaba algunas modificaciones de última hora en el recorrido e indicaba por dónde debían abandonar la carrera los corredores que sólo iban a completar una vuelta, yo me anudé a conciencia los cordones de mis zapatillas visualizando los diez mil metros que me esperaban por delante. Y a las doce, puntualmente, dieron la salida.
Todo el mundo se puso a correr como un loco. Y yo también. Mira que dicen que hay que empezar suave, para no echarlo todo al principio y quedarte sin fuelle al final. Pues nada, yo iba más rápido de lo que había planificado. Intentaba bajar el ritmo, pero no lo conseguía. La excitación de la carrera, los ánimos del público, la rapidez del resto de los corredores y el calor, que a esa hora ya empezaba a ser bastante intenso, me habían acelerando. Y además, estaba la irregularidad del recorrido: una subida por pista de asfalto, una bajada de tierra suelta, un giro muy cerrado ideal para derrapar, un tramo de adoquines con carritos de niños… No estaba yo acostumbrado a tanto cambio en una carrera formal. De manera que un inesperado cansancio apareció ya antes de finalizar la primera vuelta. La medición del GPS, que indicaba 4,2 kilómetros en la primera pasada por meta cuando debía haber marcado 5, acabó de intranquilizarme. ¿La batería baja del móvil? ¿Una zona con inhibidores? ¿La caída de un satélite? Sí, era verdad que en algún entrenamiento se me había descontrolado el GPS, así que me resigné a perder mi propia medición y continué corriendo a mi ritmo.
La segunda vuelta se puso más cuesta arriba a partir del kilómetro seis. Comencé a ver en cada recta la última de la carrera, pero la meta no aparecía. El fuerte calor había contribuido a sobrecargar el algodón de mi reivindicativa camiseta y el GPS insistía en sus desconcertantes mediciones. Estaba acercándome al límite de mis fuerzas. Finalmente, cuando la maquinita que llevaba pegada al brazo indicó que había superado los 8 kilómetros, ví el arco de llegada a lo lejos. En ese momento me olvidé de mediciones, calores y camisetas y puse todo mi empeño en desarrollar el sprint que había planificado la noche anterior para culminar heróicamente mis 10K. Pero ya había agotado casi todas mis energías y sólo conseguí llegar con mucho color en el rostro y sin demasiados aspavientos.
A pesar de todo pude recoger la bolsa del corredor (ese premio menor para todo aquel que cruza la meta) con un libro, fruta, agua, un refresco y unas chocolatinas: ideal para reponer parte de lo invertido por el cuerpo en la carrera. Me lo había ganado.
Sólo me quedaba comprobar si había conseguido mi objetivo. Así que, tras un rato de descanso, me acerqué al tablón donde estaban colgadas las clasificaciones provisionales. Busqué mi nombre y allí al lado estaba escrito: 46:46:09. ¡Increible! Había pulverizado mi última marca en más de siete minutos. “No puede ser”, pensé. A unos metros, un grupo de corredores se reían y hacían bromas sobre su inminente selección para participar en las próximas olimpiadas. Me acerqué a preguntarles y, entre risas, confirmaron lo que ya intuía. Todos coincidíamos. En una carrera puedes bajar un minuto, o dos si tienes todo a tu favor, pero 10 minutos era demasiado. Mi GPS no había medido mal. Debido probablemente a los cambios de última hora en el recorrido o por una medición “poco convencional” la carrera se había quedado en unos 8.400 metros en lugar de los 10.000 prometidos.
Mi conciencia sabe que no conseguí mi objetivo porque no corrí los diez kilómetros, pero si un día quiero presumir, bastará con mostrar este registro.
Llegados a este punto es posible que os estéis preguntando dónde está el interés bibliotecario de esta “Carrera del libro”. Viene ahora.
Aunque, lo que se dice interés, poco, la verdad. Aparte de la caseta donde entregaban el libro (una biografía del maratoniano Julio Rey editada por EspañaPress) al terminar la carrera, no ví ni una sola presencia relacionada con el mundo del libro. Ni una librería del municipio o una editorial presentando sus últimas novedades, ni una actividad paralela de animación a la lectura, ni una mención a la Concejalía de Cultura, ni tampoco una mínima presencia de las bibliotecas municipales. Vamos, que si en lugar de regalar un libro hubieran regalado un sonajero, podrían haberla llamado “carrera del sonajero” y todos tan tranquilos.
¿Tienes 3.000 libros sobre atletismo ocupando tu almacén? Pues aprovecha el mes de abril, organiza una carrera y regálalos al final.
No tengo nada que objetar ante una empresa privada que ejecuta una acción como esta, que combina marketing y gestión de stocks. Pero que una institución pública como el Ayuntamiento de Pinto no haya empleado el evento para promocionar el comercio cultural del municipio o, centrándonos en nuestro tema, para acercar las bibliotecas a todo tipo de usuarios, me parece un desperdicio.
Desde las bibliotecas municipales de Pinto me han confirmado que se trató de una acción coordinada por la Concejalía de Deportes y que, a pesar de que están intentando crear sinergias entre los distintos departamentos del ayuntamiento, aún no han conseguido que se valore suficientemente el potencial de sus recursos bibliotecarios.
¿Saben los aficionados al running que en las bibliotecas públicas hay libros con planes de entrenamiento adaptados a cada tipo de corredor? ¿Saben que tienen a su disposición cada día la prensa deportiva? ¿Saben que pueden llevarse a casa documentales o películas de contenido deportivo? Pues se ha escapado una ocasión idónea para hacerles llegar esta información.
Confiemos en que en las próximas ediciones de esta Carrera del Libro, que ya se anuncian para Vigo y Talavera de la Reina, además de mejorar la precisión en la medición del recorrido, también mejoren su vinculación con el objeto que les cede su nombre.