El templo digital de las palabras

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Templo de Isis, en Philae. Litografía de David Roberts

El acceso a todos los textos, al conocimiento, es hoy, prácticamente, universal, o al menos, existen los medios para que pueda serlo. Sin embargo, no siempre fue igual. En la antigüedad, las palabras eran mágicas, propiedad de los dioses y de sus siervos, y por eso, estaban confinadas en los templos.

La Casa de la Vida

El dios Ra era el dios de la vida. El dios Osiris, el del renacimiento. Eran los dioses a los que se consagraban las denominadas, Casas de la Vida, Per Anj. Estos lugares eran estancias interiores de los templos egipcios en las que se conservaban, se protegían y se regeneraban los textos. En definitiva, eran bibliotecas, las primeras bibliotecas de las que se tiene conocimiento.

Su nombre, Casas de la Vida, se explica porque en ellas las palabras cobraban vida. ¿Cómo? Al ser leídas, descifradas, pronunciadas y copiadas por los escribas y los sacerdotes. Es posible que incluso los escribas creyeran que, cada vez que de sus pinceles de junco fluía la tinta como sangre, cada vez que una palabra era escrita en el papiro, el dios Osiris renacía de nuevo, como renacía con cada estación, con cada inundación del río Nilo, con cada brote germinado.

Escriba sentado del Louvre
Escriba sentado. Museo del Louvre. París.

La actividad de las Casas de la Vida, el uso de los libros, estuvo totalmente prohibido para el pueblo. Escribas, sacerdotes y magos se formaban en ellas. Allí estudiaban y aprendían la ciencia divina, rollos de papiro considerados mágicos, pero que además de mitología, himnos sagrados o teología, incluían tratados de astronomía, medicina y matemáticas.

En el templo de Horus, en Edfu, había una misteriosa sala que llamaban “Cámara de los escritos”, en una de cuyas paredes aparecieron unas listas, algo así como una muestra de una antigua catalogación de libros, los que allí se conservaban. Allí, se nos dice, estaban el libro de abatir al demonio, el de rechazar al león, al cocodrilo o a los reptiles, libros para vencer a los enemigos, el libro de los escritos del combate mágico, el libro de conocer todos los misterios o el de protección de la hora y de la barca.

Las palabras eran mágicas, rituales, sagradas. Permitían sanar y morir, eran el puente que los dioses tendían a los humanos para su viaje al más allá. Las palabras eran divinas, propiedad de los dioses, y solo los elegidos podían tenerlas dentro de los templos. En realidad, las palabras escritas por los muertos, cuando se leen, cuando se pronuncian, cuando se escriben, hacen que sus escritores vuelvan a vivir. Existe una vieja adivinanza aragonesa que dice así:

En mi cuarto tiengo un muerto, que me guarda toz es secretos.

La respuesta es el libro.

Hoy, las palabras siguen siendo importantes. A veces, pueden permitir al lector sanar, si no su cuerpo, sí su mente. Las palabras siguen siendo una conexión viva con nuestros antepasados y un camino de sabiduría, de solidaridad y de desarrollo. Las palabras son tan importantes que solo un templo universal puede ampararlas. Como Ana Carrillo plantea en su reciente artículo La reinvención del bibliotecario, “¿Acaso el conocimiento reside sólo dentro de los muros de las bibliotecas? Ya no”.

escriba_con_portatilInternet es hoy la casa universal de la vida, de la vida de las palabras. No existe un solo segundo en el que no haya alguien, en algun rincón del planeta, leyendo, consultando, copiando, escribiendo una palabra que flota en el inmenso mar de los repositorios digitales. Las bibliotecas no pueden convertirse en los antiguos templos de los libros, accesibles solo a unos pocos. Los antiguos dioses ya no existen. Tenemos la obligación de convertir las bibliotecas en auténticas casas de la vida para todo el mundo, permitir que todas las palabras que albergan en su interior adquieran la posibilidad de vivir en la mente de cualquiera que entre a buscarlas en el gran templo universal de anaqueles digitales.

Pero al igual que en el antiguo Egipto existieron expertos en conservar, interpretar y reproducir el conocimiento atesorado en miles de rollos de papiros en los templos, el nuevo templo digital universal necesita más que nunca que alguien siga asumiendo esa función, no de nuevos magos, sino de expertos en la localización, selección, organización, generación y difusión de contenidos. De otra manera, las palabras, el conocimiento, estará depositado en los infinitos páramos digitales, sí, pero sin que una mayoría de personas sepa cómo acceder a las palabras que verdaderamente necesita para su trabajo, para su vida.

Referencias bibliográficas:

 

ChemaLera

Colaborador en BiblogTecarios. Documentalista, periodista, bibliotecario, ilustrador y narrador. Amo las palabras, los dibujos, los bosques y la mirada infantil de quien escucha una historia… amo las pantallas cuando muestran un mundo solidario, sabio, mejor.

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