Ana María Matute: «Si no fuera escritora, sería bibliotecaria»

Si yo no fuera escritora, sería bibliotecaria

Ana María Matute
Dibujo realizado en su infancia por Ana María Matute

Dicen que Ana María Matute murió el pasado 21 de junio, pero me van a permitir que muestre mis sospechas: en realidad, en esa realidad inventada de la que hablaba la escritora, Ana María Matute se nos fue con las hadas, con esas fadas y duendes que poblaron sus libros y sus sueños, se marchó junto a sus seres fantásticos justo durante la mágica noche del Solsticio de verano. Este mundo real le resultaba ya insuficiente para su poderosa imaginación, y, como ella misma decía, acabó por vivir en su propio mundo a punto de cumplir los 89 años.

Una de sus últimas apariciones públicas fue, precisamente, en una biblioteca. En 2013 se inaugura en Carabanchel la Biblioteca Ana María Matute, no sin ciertas críticas hacia la gestión de los poderes públicos por haber suprimido previamente otras dos bibliotecas. Pero no hay mal que por bien no venga. El discurso que improvisó Ana María Matute para la ocasión es un compendio de sabiduría y literatura sobre las bibliotecas, los bibliotecarios y los libros.

Con esa voz pausada, frágil, lánguida, de quien está acostumbrada a saborear lentamente las palabras, Ana María Matute confesó en aquel momento:

Si yo no fuera escritora, sería bibliotecaria; así estaría entre mi familia siempre.

Ana María Matute quiso rememorar lo que sintió de niña al entrar por primera vez en una biblioteca, un lugar que ella recordaba lleno de luz, pero de luz invernal, de ese sol agradable, cálido y seco que se busca en los días de frío como quizá buscamos los libros en días solitarios:

La primera vez que entré en una biblioteca recuerdo la emoción que sentí: era el silencio hecho de palabras, palabras calladas que nos habían dejado y nosotros teníamos que conservar como un gran tesoro.

La escritora siente, junto con sus emociones, el compromiso personal por los libros y la responsabilidad de la transmisión de la información literaria, porque, según sus palabras, «en la biblioteca tenemos un patrimonio, el mejor patrimonio que se puede dejar a un pueblo, a los hijos: nuestras ideas, nuestras palabras (…) palabras que no por estar encerradas y silenciosas dejan de ser grandes, importantes».

Los libros, piensa Ana María Matute, pueden ser en sí mismos un símbolo para la convivencia, para la paz:

Los libros no se odian, pueden tener ideas distintas, pueden hablar de cosas totalmente diferentes, pero no se odian. Los escritores podrían aprender de sus hijos los libros.

Y entonces, al hilo de su voz, surge la imagen de la escritora, de la anciana de blancos cabellos y corazón infantil, jugando a ser bibliotecaria, soñando ese mundo silencioso de palabras, disfrutando al «ordenar los libros, catalogarlos, mirarlos, acariciarlos, poner algunos al lado de según qué otros, porque a veces los escritores se odian, pero sus libros no», saboreando «el olor, el ruidito de las hojas al pasar…».

Libros de papel que ella espera que continúen durante muchos años, aunque acepta que no sea así, «si no, pues tendremos una biblioteca de tabletas, o de discos, o de lo que sea: el caso es que se lea, que se transmitan palabras».

Cuando el diario El País pidió a Ana María Matute que confesara cuáles habían sido los diez libros que cambiaron su vida, ella enumeró en primer lugar El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, fue el primero que la hizo llorar, cuando leía la escena de la muerte del caballero de la triste figura, aunque también fue un libro que le aburrió cuando por errada obligación escolar tuvo que leerlo por primera vez en su adolescencia…

Fue la primera vez que lloré leyendo un libro, me dio una pena tan grande que se muriera el protagonista… Pero además, por lo que se moría, con ese desencanto, esa frustración por pensar que tu vida ha sido una pérdida de tiempo… (El País)

Hubo más libros que cambiaron su vida, quizá alguno de ellos fue de los que pedía siempre para reyes o por su cumpleaños: La reina de las nieves, Demian, Cumbres Borrascosas, En busca del tiempo perdido, Los hermanos Karamzov, El idiota, Guerra y paz, Ulises y Las aventuras de Huckleberry Finn.

¿Cuántas veces en su larga vida leería Ana María Matute esos libros? Porque ella misma confesó que «nunca lee nadie el mismo libro», como le ocurrió con la primera lectura obligada del Quijote a la que siguieron posteriores y emocionantes lecturas.

Para Ana María Matute, el libro era como un bosque:

Antes de saber leer, los libros eran para mí como bosques misteriosos… Toda la vida de un bosque –misterioso, atractivo, terrorífico, lejano y próximo, oscuro y transparente– encontraba su lugar sobre el papel, en el arte combinatorio de las palabras.

 

Dibujo de ©Chema Lera

En el bosque fue el título del discurso que pronunció Ana María Matute en 1998 cuando se convirtió en la tercera mujer que entraba en la Real Academia Española de la Lengua. El nombre de esta gran escritora defensora de la fantasía forma parte ya de muchas bibliotecas: la de Carabanchel con la que empezamos este artículo, la biblioteca pública municipal de Almonte, la de Caudete, la de Valdemoro, la biblioteca del Instituto Cervantes de Casablanca… porque, al fin y al cabo ¿qué es una biblioteca sino un bosque de libros, un bosque de sueños? Y en lo más intrincado y misterioso de ese bosque habitan para siempre las palabras silenciosas de la contadora de historias Ana María Matute.

Referencias:

Web de Ana María Matute

Discurso con motivo de la entrega del Premio Cervantes

ChemaLera

Colaborador en BiblogTecarios. Documentalista, periodista, bibliotecario, ilustrador y narrador. Amo las palabras, los dibujos, los bosques y la mirada infantil de quien escucha una historia… amo las pantallas cuando muestran un mundo solidario, sabio, mejor.

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