Comenzamos un nuevo año de andadura, y todos confiamos en que —al fin— las bibliotecas (y demás centros de información y documentación) reciban por fin la atención que merecen por parte de instituciones, entidades y Administración.
Mientras tanto se incrementan las partidas para la adquisición de nuevos fondos, una importante vía para el incremento de las colecciones sigue siendo la de las donaciones. Al menos así lo apunte el interés despertado por Mercedes Carrascosa con su post “Donaciones en las bibliotecas, una moda en alza”, el más leído de los publicados durante el pasado mes de enero:
Seguro que a lo largo de estos últimos años, tal vez a lo largo de la experiencia profesional bibliotecaria de los compañeros que nos leéis, hayáis tenido ocasión de recibir donaciones de usuarios, tanto habituales como esporádicos. En las bibliotecas públicas este tipo de movimientos de colecciones privadas es relativamente frecuente, pero he observado que en estos tiempos de crisis y falta de recursos económicos para renovar las colecciones es una tendencia cada vez más en alza. ¿Será sólo circunstancial o tal vez sea que nuestros lectores consideran a la biblioteca el mejor lugar para hacer llegar los libros que ellos ya no necesitan o que no pueden albergar en sus casas por falta de espacio?
Un asunto que aparece de manera recurrente en este espacio la imagen que los ciudadanos tienen de los bibliotecarios, algo que preocupa también a nuestros seguidores. De ahí que el post “Bibliotecarios fuera de serie”, dedicado por Sandra Clemente a este perfil profesional en las series televisivas:
En los últimos años, las series de televisión están viviendo lo que se ha dado en llamar la Edad de Oro de la Televisión. […] es muy complicado encontrar hoy día a alguna persona que no haya seguido una serie en los últimos meses. […] Pero siguiendo con el tema del que ya tratamos hace unos meses, el papel de las bibliotecas en el cine, podemos trasladarlo al mundo de las series y plantearnos cuál es la imagen que se da de las bibliotecas en las series de televisión.
Será porque ya rondaba el final del primer semestre académico universitario —como ella misma apunta— o porque se trata de una polémica permanente, el caso es que la pregunta que planteó Fuensanta Martínez suscitó el interés de nuestros lectores hasta situar su texto en el tercer puesto de nuestro ranking mensual: “Bibliotecas y salas de estudio: ¿se pueden compaginar”:
Todos los años por estas fechas, un aluvión de estudiantes universitarios invaden las bibliotecas con el fin de sacar adelante esas asignaturas que siempre se nos han resistido a todos. Tal es la demanda, que en algunos casos se amplían los horarios, incluyendo fines de semana o festivos. Hasta aquí todo correcto, porque no hay cosa que me satisfaga más que ver bibliotecas o centros de documentación llenos de usuarios en busca de información… ¡un momento!, ¿he dicho en busca de información?, perdonad, quería decir en busca de un sitio que podría estar ocupando alguien que sí consulta información de la propia biblioteca.
Por su parte, María Antonia Moreno se ha alzado con el cuarto puesto gracias a su reflexión sobre las posibilidades de nuevas actividades de acercamiento de la lectura a los ciudadanos en “De catas de libros y de clubes de lectura”:
Reflexiono sobre las catas de libros, las citas a ciegas y los clubes de lectura. Los clubes de lectura son uno de los instrumentos más eficaces para formar y fidelizar lectores. Las citas a ciegas, apuntaladas sobre la sorpresa y la emoción, pueden estrechar lazos entre la biblioteca y sus usuarios y cambiar la percepción que de la biblioteca pública tienen muchos de ellos […]. En mi opinión, las catas de libros organizadas desde la Biblioteca han de experimentar lugares, aprovechar el potencial de los lectores para descubrir sus gustos y enriquecer (se). Imagino catas distendidas, en las que conversar sin prisa mientras se prueban fragmentos, poemas, versos. Sabores, palabras, imágenes. La alegría de leer.
Cierra nuestra relación de los cinco posts más leídos del mes de enero el de Joaquín Hierro que, bajo el título “PDF/A: Formato de archivo de documentos”, nos presenta una sencilla opción —aunque con sus propias limitaciones— al problema de la obsolescencia de los formatos documentales electrónicos:
[…] el formato PDF/A limita algunas de las muchas operaciones posible en PDF y en otros casos lo que hace es especificar la forma concreta en que debe hacerse entre varias alternativas. Todo ello con el objetivo de que el documento puede almacenarse en un gestor documental y, pasados muchos años, pueda abrirse, leerse y entenderse.
Hacemos públicas desde aquí las felicitaciones de todo el equipo a estos cinco biblogtecarios y nuestro agradecimiento a todos los lectores que nos siguen, nos leen y difunden nuestros contenidos.