Buenos días! Para celebrar el Día Internacional del Libro, de la rosa y de Sant Jordi, los BiblogTecarios hemos querido publicar esta entrada. Esperemos que os guste y nos vemos en la siguiente!
No todo es lo que parece
Era un día aparentemente normal: el cielo estaba increíblemente azul, ni una nube estropeaba el precioso día que amanecía. Los pájaros, con sus dulces cánticos, armonizaban aquel ruido insufrible de los coches que se agolpaban en la calle principal; y yo, para variar, me había dormido. Aún sabiendo que tendría por delante una importante jornada, me pasé enganchado a “Momo” hasta bien entrada la madrugada. Hacía mucho tiempo que quería leer este clásico de Michael Ende. No tengo remedio, me pierden los libros. ¡Qué le voy a hacer! Me encanta leer en el silencio de la noche. La lectura valió la pena, ¿cómo una historia publicada en 1973 puede seguir siendo tan actual? Cuidado, el mundo está lleno de hombres grises que os pueden robar el tiempo.
¿Sería ella una mujer gris ladrona de tiempo? Me refiero a la directora de la biblioteca en la que hacía mis primeras prácticas laborales no me dejaba en paz ni un sólo minuto. Adivinaba su sombra al final de los pasillos, cuando retiraba un libro del estante aparecía su ojo al otro lado, y si empujaba el carrito, siempre escuchaba sus pasos detrás de mí… Cuando me tocaba atender el mostrador, ella se sentaba detrás de mi espalda, tan cerca que en el silencio de nuestra pequeña biblioteca podía escuchar su respiración como el jadeo de un lobo a la carrera tras mis talones. Lo curioso es que nunca, ni siquiera el día de mi llegada, me había dirigido la palabra. Me recibió la joven bibliotecaria encargada de la sección de adultos, y ella fue la que me transmitió cuáles iban a ser mis tareas. Mientras duró esa entrevista, la vieja directora permaneció agazapada en un rincón del despacho, observándome a través de sus lentes ridículamente diminutas y anticuadas. La bibliotecaria debía tener la orden de no presentármela, pues en ningún momento se refirió a ella, ni siquiera la miró. Seguro que también a la pobre la tenía aterrorizada.
Me levanté rápido, me vestí con lo primero que pillé en el armario y me hice un café con leche, bien cargado. Aunque tenía prisa ya que llegaba tarde, no pude evitar abrir el libro por dónde estaba el marcapáginas y enfrascarme por unos minutos en la lectura. Momo para desayunar. «Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente«. Con esos pensamientos, bajé a la calle para encaminarme a la biblioteca y, al entrar, me encontré de frente con la directora, la saludé, por primera vez, con mi mejor sonrisa y un «buenos días«. Ya estaba bien. Ella, sorprendida ante tal osadía, abrió sus ojos de búho y se batió en retirada sin mediar palabra. Al llegar a mi puesto habitual en el mostrador de préstamo, mi joven compañera, que lo había visto, me miraba ojiplática. ¿De dónde había sacado tanto atrevimiento? Sonreí mientras confesaba «De mi lectura actual: Momo«. Cómplice, me confesó que había sido una de sus lecturas preferidas durante su adolescencia y que había llegado a leerla hasta cinco veces durante aquellos años. Sin embargo, se extrañó de que pasada la mayoría de edad, no había vuelto a sacarla de su estantería. Quizá era el momento perfecto para una relectura más profunda y más adulta, reflexionó. Yo la animé a ello, entusiasmada.
Cada vez me ponía más nerviosa e intranquila esa situación incómoda con la directora, hasta que, después de unos pocos meses trabajando allí, la temporada más larga que había experimentado jamás, decidí que eso no podía continuar así. Como dice Momo, “cada hombre tiene su propio tiempo y sólo mientras siga siendo suyo se mantiene vivo» y yo quería vivir y disfrutar de la vida. El tiempo no se ahorra ni tampoco regresa, el tiempo tan solo sucede y se aprovecha y yo no pensaba seguir perdiendo el mío por la extraña actitud de la extraña bibliotecaria. Pese a la parte que me tocaba por compartir profesión, esa mujer respondía al estereotipo de las bibliotecarias: personajes raros, con moño, casi siempre con gafas, solitarias, gruñonas y de simpatía más bien escasa. Molesta, dolida e intrigada a partes iguales, me preguntaba cuáles eran las causas de su actitud y los motivos por los que esa bibliotecaria parecía disfrutar dificultando el acceso a los libros. Hay momentos en que cruzas el puente con la intención de no caer en el abismo, aunque sabes que su presencia está ahí y que no siente ni padece porque los lugares profundos son solo eso: la parte oscura de lo peor de la vida. Hay momentos en que estás a mitad del mismo y te preguntas si realmente has hecho bien al intentar cruzarlo; quizás hubiese sido mejor quedarte al comienzo del todo, en el borde seguro y sosegado en el que todo era rutinario. Hay momentos en que piensas que vas a llegar al final, cumpliendo así tu anhelo de cruzarlo para dejar tu huella al otro lado, pero despiertas y compruebas que solo es otro sueño. Hay momentos en que crees que lo has leído todo y no te das cuenta que aún estás al otro lado de ese puente, en el borde donde todo comienza.
Una vez más, recordé de nuevo el gran mensaje que había detrás de Momo, cada vez que mis ojos acariciaban su lectura:»Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente«. Y eso me animó para poder indagar más en la psicología bibliotecaria de esa gran desconocida, mi directora de biblioteca. No iba a dejar que cada día dejara de ser una inspiración diferente; así que esa persona se convirtió en mi reto, en mi misteri, y así pasé de evitarla, a perseguirla por cada pasillo, leía los libros que ella leía, y me escondía los libros que ella leía cuando los devolvía. Decidí que la conocería por sus lecturas… Debo de confesar que una tarea larga y cansada, lejos quedaba ya esa mañana en que me levanté tras pasar la noche en vela leyendo Momo. Habían pasado meses y había leído ya decenas y decenas de libros. Mis prácticas habían terminado hacía tiempo, pero yo seguía acercándome allí para coger en préstamo los libros que la directora devolvía. Y sí, puedo decir que descubrí su secreto… y aluciné. Bajo esas gafas grises, el moño y la expresión estreñida permanente, se escondía una mujer increïble, de esas que merecen pasar a la historia y aparecer en todos los libros de cualquier biblioteca. Pensé en lo que me estaba pasando a mí. Llevaba un tiempo más largo de lo normal en mi nuevo trabajo, extraño, en un mundo con una gran rotación de personal. Era la primera vez que yo formaba a los que llegaban por un periodo corto de tiempo y les despedía cuando terminaban. Al principio era estupendo poder conocer gente tan diversa y heterogénea que me aportaba nuevas ideas, puntos de vista e ilusiones; pero cada vez, se hacía más duro separarse de personas a las que habías cogido cariño y con las que había compartido tan gratos momentos. Me di cuenta de que algo no iba bien cuando me negaba a aprenderme sus nombres, luego evitaba que mis descansos coincidieran con los los suyos y; por último, delegaba su selección, bienvenida y formación a mis subalternos. Me acordé de aquella bibliotecaria que me tenía obsesionado. No me odiaba, ni me temía, ni me minusvaloraba. Simplemente no quería encariñarse conmigo, pero sí cuidar de que mi experiencia en la biblioteca fuera provechosa y me fuese con unos conocimientos y una formación adecuados. Esta mujer increíble vivía agazapada en el cuerpo de una bibliotecaria gris y distante. Algo que realmente ya no tiene nada que ver con lo que se espera de ella en la actualidad. Hoy, se suele premiar una personalidad dinámica, aventurera y flexible, con los pies en la tierra y con capacidad de contactar con el mundo exterior. Aunque claro, siempre hay excepciones. Pero la forma de ser de Elvia, que así se llamaba, correspondía con el significado de su nombre: «Elvia es una mujer encantadora, suave y agradable, aunque a primera vista parezca introvertida, prudente y a menudo desconfiada». Su forma de ser; por tanto, parecía que no estaba en sintonía con el resto de su equipo, pero la realidad era otra muy distinta. Seguramente que alguien más, se había percatado de todo esto. No se trataba de un trastorno bipolar, no, esto era otra cosa. Yo lo llamaría una vida bicolor y ese color gris que ves en esta mujer a primera vista es sólo un barniz que «cubre» muchas otras experiencias e intenciones. Este era un secreto muy bien guardado…
Gracias a tod@s por leernos y, en especial, a tod@s los que han hecho posible esta entrada, por orden alfabético: Ester Angulo, Irene Blanco, Felicidad Campal, Elvira Caneda Cabrera, Sandra Clemente, Marta García, David Gómez, Inma Herrero, Francisco Javier León, Chema Lera y Eli Ramírez.