En Biblogtecarios, hemos hablado varias veces de fondos fotográficos, recordaréis por ejemplo el post de mi compañera Rebeca Hernández, “Fotografías, documentos a conservar”, o el de Julián Navarro, “La historia de Nueva York en imágenes”, pero hoy me apetecía hablaros de una tipología de fotografías muy especial, los libros de fotografías de muertos. La idea de un post dedicado a ellos me rondaba desde hacía bastante tiempo, pero la publicación de un artículo, reavivó ese interés.
Algunos de vosotros ya habréis oído hablar de ellos, otros quizás no sabíais ni que existían o más bien que habían existido, porque es una práctica que en la actualidad no es muy común, o al menos no lo es “oficialmente”. Hace ya varios años, comentaba con una compañera de la universidad la existencia de unos álbumes de fotos muy peculiares y que, pese a la extrañeza que os pueda producir, eran más comunes de lo que pudiera parecer.
Las fotografías de difuntos fueron muy comunes desde mediados del siglo XIX hasta los años 80 de siglo XX y formaban parte del rito funerario. Tenemos que tener en cuenta que actualmente podemos hacer fotografías de forma continua y con multitud de dispositivos: cámaras de fotografías, móviles, tabletas, etc., pero en los primeros años de la fotografía podía considerarse prácticamente un lujo al alcance de unos pocos privilegiados, por lo que en ocasiones cuando una persona fallecía, no existía ninguna imagen previa de ella.
Además, antiguamente la muerte se vivía como un proceso natural, velándose a los fallecidos en sus propios domicilios y acompañados por toda la familia, niños incluidos. Progresivamente, parece que la muerte se ha convertido casi en un tema tabú, por lo que la idea de las fotografías post mortem podría parecernos algo morboso si no intentamos observarlo con la perspectiva del momento en que fueron hechas. Es cierto que pudiera parecer macabro hacer una fotografía a alguien que acaba de fallecer, pero, conscientes de que era la última oportunidad de la que dispondrían para hacerlo, los familiares decidían fotografiarle para que pudiera ser incluido en el álbum fotográfico familiar. Incluso en algunas ocasiones, la familia “posaba” con el fallecido, teniendo así un retrato de lo más familiar.
Existen diversas obras al respecto, como el libro de Virginia de la Cruz Lichet, “El retrato y la muerte. La tradición de la fotografía post mortem en España” o la tesis doctoral de esta misma autora, “Retratos fotográficos post-mortem en Galicia (siglos XIX y XX)”, entre otras.
En España, algunos de los fotógrafos que realizaron este tipo de fotografías son el renombrado Virxilio Vieitez (en el Espacio Fundación Telefónica pudo verse una exposición de sus obras en febrero de 2013), Maximino Reboredo o Francisco Zagala.
Pero no penséis que era un hecho exclusivo de España, bien al contrario, ya que se trataba de un fenómeno prácticamente universal. Por ejemplo en el Reino Unido, durante la era victoriana (1837-1901), era común que las familias que poseían medios económicos para afrontarlo, recurrían a fotógrafos profesionales que tomaran fotografías de los familiares fallecidos. En una época mucho más reciente (1985 concretamente), encontramos a fotógrafos como el japonés Seiichi Furuya, quien llegó incluso a fotografiar a su propia esposa después de que esta se suicidara.
Y como curiosidad, os recordaré (porque seguro que muchos de vosotros os habréis dado cuenta) que en la película Los Otros, de Amenábar, aparecen este tipo de fotografías.
Y si lo pensamos bien, aunque no sea en un ámbito familiar, seguimos viendo fotografías post mortem de forma continua, por ejemplo, en conflictos bélicos, atentados, etc. ¿Será quizás el hecho de que aquellas otras fueran tomadas en el entorno doméstico lo que las hace parecer macabras? Y ahora que todo el mundo posee de al menos un artilugio que permite hacer fotografías, ¿seguirán realizándose este tipo de fotografías de forma más “íntima” y discreta?