De la autoedición y otros cuentos…

AutoediciónEl pasado 25 de enero falleció el editor Jaime Salinas posiblemente una de las figuras más emblemáticas y representativas del panorama editorial español. El trabajo y legado como editor de Jaime Salinas tan recordado estos días, coincide con el denominado “fenómeno de la autoedición” que, a pesar de no ser algo nuevo y excepcional, está teniendo mucha repercusión.

Indudablemente, Internet, las nuevas herramientas digitales y las redes sociales están contribuyendo, no sólo a crear nuevos autores sino también a dar a conocer sus trabajos de una forma prácticamente autónoma.

Son varias las plataformas online que permiten y facilitan la autopublicación, promoción y, en algunos casos la venta independiente de los libros. Algunas de las más populares son Bubok, Lulu y Xinxii. Uno de los ejemplos más recientes de este fenómeno es de Eloy Moreno, quien pasó de autopublicar su novela El bolígrafo de gel verde a promocionarla a través de marcapáginas, distribuirla en pequeñas librerías y, finalmente, conseguir un contrato con Espasa. Internet y las redes sociales le ha permitido realizar esta tarea “del editor tradicional” y cosechar, sin duda, un éxito en todos los sentidos, tanto desde el punto de vista literario como editorial.

En otros ámbitos, investigadores y personas anónimas se dedican a autoeditar memorias y estudios en torno a la represión franquista  al margen de la gran industria editorial, pero siguiendo la misma filosofía, dar a conocer historias para evitar que caigan en el olvido. Y esta línea, el historiador Ramón Marín, con la autopublicación de su libro La represión franquista en el Alto Palancia pretende recuperar nombres y acontecimientos de aquel periodo resultado, todo ello, tanto de testimonios orales como de investigaciones en archivos y hemerotecas.

Sin embargo, la autoedición ya tiene importantes referentes en la historia de la literatura: Juan Carlos Onetti, Marcel Proust, Jorge Luis Borges…

En 1923 Borges publicó Fervor de Buenos Aires y para distribuirlo asistía a las reuniones literarias donde aprovechaba para dejar un ejemplar en el bolsillo de los abrigos colgados del perchero.

El mismo Borges, en el prólogo de la edición de Fervor de Buenos Aires de 1969 comenta:

No he reescrito el libro. He mitigado sus excesos barrocos, he limado asperezas, he tachado sensiblerías y vaguedades y, en el decurso de esta labor a veces grata y otras veces incómoda, he sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente —¿qué significa esencialmente?— el señor que ahora se resigna yo corrige. Somos el mismo; los dos descreemos del fracaso y del éxito, de las escuelas literarias y de sus dogmas; los dos somos devotos de Shopenhauer, de Stevenson y de Whitman. Para mí, Fervor de Buenos Aires prefigura todo lo que haría después […]

Como los de 1969, los jóvenes de 1923 eran tímidos. Temerosos de una íntima pobreza, trataban como ahora, de escamotearla bajo inocentes novedades ruidosas. Yo, por ejemplo, me propuse demasiados fines: remedar ciertas fealdades (que me gustaban) de Miguel de Unamuno, ser un escritor español del siglo diecisiete, ser Macedonio Fernández, descubrir las metáforas que Lugones ya había descubierto, cantar un Buenos Aires de casas bajas y, hacia el poniente o hacia el sur, de quintas con verjas. En aquel tiempo, buscaba los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas, el centro y la serenidad.

Porque, el fin último es dar a conocer su obra, su creación, sus ideas, pensamientos… Y como bien dice Jaime Salinas:

En realidad, la simple atracción hacia un libro, el hecho de haber estado cerca de los libros toda la vida, es posible que baste y sobre […]

Ana Doñate Cifuentes

Colaboradora de BiblogTecarios. Filóloga, documentalista y bibliotecaria. Siempre me ha gustado la literatura, aprender y disfrutar.

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