En Contra la lectura, un libro editado por Blackie Books, Mikita Brottman intenta desmantelar la tendencia a la superioridad de algunos lectores sobre otros desmontando dos presunciones: la presencia o ausencia de libros físicos nos revela algo muy importante sobre una persona; y, algunas formas de lectura son mejores que otras. Brottman argumenta que la literatura tiene la capacidad de transformarnos, pero sólo si leemos el tipo de lectura apropiada en las circunstancias adecuadas.
Si eres de esas personas que cree que hay libros que «deben» leerse, puede que Mikita Brottman te diga que lo que te pasa es que sufres de inseguridad intelectual, esnobismo, o incluso temores residuales de clase.
Contra la lectura es un libro escrito por una gran lectora, doctora en Lengua y Literatura Inglesa, que comienza haciendo un repaso por la evolución del concepto de la lectura en la sociedad. Recuerda cuando en las bibliotecas de préstamo victorianas se prohibió la ficción y la selección de libros se limitaba a aquellos que tenían un «valor instructivo», y analiza campañas sobre la bondad de los libros, «Salva una vida, lee un libro»; ¿de verdad la lectura nos hace mejores? ¿Todos los lectores prolíficos son necesariamente personas con conciencia cívica?.
Tal vez el miedo a los libros que expresaban las generaciones anteriores no fuera menos supersticioso que la fe que actualmente depositamos en ellos.
La importancia de la lectura (por no hablar de la escritura) está muy sobrevalorada, y a lo que en realidad deberíamos prestar atención, en un mercado abarrotado y ahíto de libros, no es a la muerte de la lectura, sino a la muerte del criterio.
En el primer capítulo, «En el ático», habla de sus primeras lecturas. Años aislada leyendo libros que mostraban una vida, separada por completo de la que ella vivía, que le ayudaban a evadirse, y que tenían un impacto emocional que recuerda como una adicción. Libros con los que adquirió unas ideas ridículas sobre el amor.
El problema no es la LECTURA, sino los libros que escoges. Sed lectores equilibrados y exigentes.
En el capítulo «Apilados» se aproxima al libro como objeto. Es cierto que si somos lectores, los libros pueden llegar a poseer un valor simbólico, y la lectura convertirse en un ritual, que puede incluir reglas sobre lo que podemos leer y lo que no. En este sentido, la autora analiza las respuestas de una encuesta que realizó entre lectores:
- ¿Qué libro estás leyendo ahora mismo?
- ¿Cómo decides el siguiente libro que vas a leer?
- ¿Siempre terminas los libros o dejas algunos a medias? Si los abandonas, ¿cuántas páginas necesitas leer normalmente?
- Por lo general, ¿sueles diferenciar las lecturas entre trabajo y diversión?
- ¿Relees alguna vez libros que te encantan? Si es así, ¿cada cuánto?
- ¿puedes leer en un lugar con mucho ruido, por ejemplo, en trenes y autobuses?
- ¿Recuerdas algún libro que te haya hecho reír a carcajadas o derramar lágrimas?
- ¿Dónde compras la mayoría de los libros? ¿Cuánto gastas anualmente en ellos?
- ¿Usas marcapáginas o doblas por una esquina las páginas de los libros? ¿Tomas notas en los márgenes? Si es así, ¿usas lápiz o bolígrafo?
- ¿A qué velocidad lees? ¿Lees por encima a toda marcha o te detienes para ir saboreando las frases?
- ¿Cuándo y dónde lees mejor?
Me encantan las estanterías de las bibliotecas, incluso las de internet. Hay algo que tiende a producir angustia en el hecho de estar rodeados de todos esos pensamientos y voces distintos que nos recuerdan que, por mucho que vivamos, nunca conseguiremos leer ni una ínfima parte de los libros que ya existen, por no hablar de los cientos de nuevos volúmenes que se publican cada día.
El último capítulo, «En las estanterías», que puedes leer al principio si sientes vergüenza por los libros que no has leído (o has fingido leer), Brottman te invita a dejar de culpabilizarte. ¿No has leído los «clásicos» de la literatura?, muchos están sobrevalorados y su importancia es histórica, no literaria. ¿Qué significa haber «leído» un libro? ¿Qué tal si comienzas viendo algunas versiones cinematográficas de los textos clásicos?.
En cualquier caso puedes quedarte con su regla de las 60 páginas, que es la cifra que se da de margen antes de abandonar un libro y contestar: «Lo intenté una vez, pero me temo que no es lo mío».
Las palabras no pueden funcionar sin los referentes del «mundo real».
Si leemos el tipo de literatura apropiado en las circunstancias adecuadas, y si leemos con atención y el discernimiento suficientes, podemos cambiar la manera de entendernos a nosotros mismos y nuestro modo de relacionarnos con los demás.
Como conclusión, me quedo con la nota que hace Mikita Brottman para esta edición española, diez años después de su publicación, en la que sigue afirmando que la lectura, en sí misma, no es necesariamente una actividad virtuosa; qué se lee y cómo se lee marcan la diferencia. Asimismo, constata que la preocupación por el descenso de la lectura sigue vigente, pese a que la gente en realidad sigue leyendo, aunque lo haga en otros formatos.
La próxima vez que escuchéis a alguien quejarse de que ya nadie lee, preguntaos: ¿qué representa «leer» para esa persona? ¿Qué es lo que de verdad le preocupa?
Excelente como siempre Ana Ordas
!Gracias por leerme!
Buen apunte estimada Ana Ordás, espero encontrar el libro en Lima, Perú. Saludos
Me alegro que te haya gustado la reseña 🙂 Un saludo