Amundsen y Scott. Dos expediciones, dos maneras de afrontar los retos. En este libro, Javier Cacho, experto en la Antártida, nos detalla los preparativos de ambas expediciones y la evolución de cada una de ellas.
Se trata de la última gran aventura de descubrimiento, acaecida hace ahora 100 años. Un continente inexplorado, tierras vírgenes y ante ellos sólo lo desconocido. Cacho trata ambas expediciones con rigor científico, pero con una prosa trepidante que nos engancha desde la primera hasta la última página.
«Si hubiéramos vivido, habría podido contar una historia que hablase de la audacia, la entereza y el coraje de mis compañeros, que habría conmovido el corazón de los ingleses. Tendrán que ser estas improvisadas notas y nuestros cadáveres los que la cuenten.» Robert F. Scott
Trepidante, emocionante. Un viaje a tierras lejanas e inexploradas. Una vuelta a la época en la que quedaban parajes por explorar y tierras por descubrir. Para mí, este libro ha sido como reactivar un resorte largo tiempo dormido y es que la Antártida ha sido un sueño desde que tenía 12 años 🙂 Con esta historia revivimos aquella gran aventura que fué la expedición al Polo Sur: sentimos su frío, su cansancio y su derrota o su victoria. Imaginamos la larga noche hivernal y la dureza de la expedición. Sentimos las pérdidas y celebramos los logros. Cacho consigue que vivamos la aventura como propia y que, al llegar a la última página, lamentemos haver devorado tan ávidamente las 480 páginas del libro.
Hablando con el autor
Para conocer algo más del libro y plantearle algunas preguntas que fueron surgiendo durante la lectura, me puse en contacto con Javier Cacho. Me sorprendió muy gratamente su afabilidad y accesibilidad y su buena disposición a contestarme algunas preguntas sobre el libro. Para mí, tan o más interesantes sus respuestas como el propio libro:
Usted ha vivido en la Antártida. A lo largo del libro vamos poniéndonos en la piel de los personajes, pero creo que hay sensaciones difíciles de imaginar cuando no se han vivido anteriormente, y ellos viven muchas situaciones límite. ¿A qué temperatura mínima ha estado usted y que se siente a esa temperatura?
Sí, creo que podemos atisbar algunos de sus estados de ánimo, tales como el orgullo que sintieron los noruegos cuando alcanzaron el Polo, o la frustración de los británicos cuando descubrieron que después de tantos esfuerzos no habían llegado los primeros; evidentemente no porque hayamos vivido esas situaciones, pero sí porque a lo largo de la vida, aunque sea a menor escala, hemos sentido la sensación embriagadora de haber triunfado en algo, o el zarpazo doloroso de la derrota. Pero en relación con el hambre, el frío, el cansancio, el agotamiento hasta el límite… creo que nos muy difícil extrapolar nuestras vivencias hasta hacerlas próximas a las suyas.
En mi caso, aunque haya estado en la Antártida y, una vez durante varias semanas del invierno, tampoco he llegado a aproximarme ni de lejos a sus padecimientos. No recuerdo a qué temperatura pude estar, posiblemente veinte y tantos grados bajo cero y con mucho viento, por lo que la sensación térmica era mucho más dura. Pero, no estaba en el exterior durante mucho tiempo y además iba abrigado con tejidos mucho más aislantes.
En cualquier caso, de lo que sí me daba cuenta era que estaba en una situación límite y que cualquier equivocación podía provocarme una congelación, de hecho hice una tontería y a punto estuvo de costarme cara.
Amundsen eligió perros, que le hicieron la travesía ciertamente rápida. Scott, por su parte, creyó que con caballos iría mejor ya que parecía que a Shackleton le funcionaron perfectamente. Ese año se dieron unas condiciones climatológicas terriblemente adversas que luego se ha demostrado que eran excepcionales. Usted cree que si las condiciones meteorológicas hubieran sido las habituales Scott lo hubiera conseguido?
Efectivamente, Amundsen eligió perros para tirar de los trineos, lo que le confirió una mayor velocidad de avance que los caballos de Scott. Además mientras estos murieron al pie de las montañas, los perros siguieron tirando de los trineos de los noruegos al subir las montañas y luego –pese a las bajas- hasta el Polo y todo el camino de vuelta hasta su base. Sí, fue la elección adecuada y consagró a los perros como el medio de transporte ideal en las regiones polares, atrás quedaba el método tradicional utilizado hasta entonces por los exploradores occidentales de tirar uno mismo de sus trineos, como hizo Scott y sus hombres durante las ¾ partes de su recorrido.
Pero aunque los británicos no fueron capaces de cambiar de mentalidad y optar por los perros, perfectamente hubieran podido regresar a su base de no ser por las bajas temperaturas que –anormalmente- sufrieron ese año cuando alcanzaron la Barrera. Estaban cansados y desilusionados por no haber sido los primeros en alcanzar el Polo, pero no estaban hundidos ni psíquica ni físicamente; tenían una línea de depósitos de comida que, salvo pequeños problemas, estaba suficientemente aprovisionada, lo que les hubiera permitido regresar hasta su base de no ser porque el mal tiempo redujo considerablemente las distancias que recorrían en un día, que pasaron de ser superiores a los 20 kms (que habían hecho los otros grupos al regresar) a no ser capaces de hacer más que unos escasos 13 kms diarios.
Bueno, la perdida del suboficial Evans hubiera sido inevitable. Parece ser que fue debida a circunstancias naturales, dado que todo hace pensar que tuvo su origen en un edema cerebral provocado por la altura durante el tiempo que permanecieron en la meseta polar. En este sentido, aunque evidentemente ellos no podían saberlo, la suerte de Evans estaba echada. Pero los otros cuatro habrían regresado de no ser por ese descenso brutal de las temperaturas que sufrieron.
Otro punto que llama mi atención. Amudsen fue especialmente cuidadoso a la hora de señalizar los depósitos repartidos por la barrera, para evitar desplazamientos innecesarios buscando los depósitos a la vuelta. Nada parece indicar que Scott y sus hombres se perdieran, pero quedaron a muy pocos quilómetros del depósito de La Tonelada. Cree que si hubieran sabido a qué distancia exacta se encontraban del depósito no habrían tenido más posibilidades de sobrevivir?
Estamos ante un gran explorador, posiblemente el más grande de toda esa época, y una de sus características era su meticulosidad, el no dejar nada -que pudiera prever con anterioridad- sin la solución adecuada. Siempre quería tenerlo todo previsto, sin lugar a dudas era consciente de que la naturaleza por sí sola ya se encargaría de buscarles dificultades inimaginables. Y en este sentido la señalización que hace de sus depósitos es, sencillamente, impecable. Luego se vio que no le hubiera hecho falta, pero en caso de que las circunstancias de su vuelta hubieran sido otras, esa prudencia en la señalización, y también en el exceso de provisiones almacenadas en los depósitos, les hubiera facilitado el regresar y salvar la vida.
En el caso de los británicos, y aquí habría que incluir también a Shackleton, la señalización de sus depósitos era la mínima, por lo que –de vez en cuando- se veían con dificultades para encontrarlos (en algún momento también las tuvo Amundsen, especialmente en las montañas) y, también en contraposición con los noruegos, las cantidades de provisiones (comida y combustible) que en ellos tenían almacenadas eran las mínimas imprescindibles, luego cualquier contratiempo les podría jugar una mala pasada, como de hecho ocurrió. En parte esto era debido a que al tener que tirar ellos mismos de sus trineos, trataban de cargarlos lo menos posible.
Pero las causas de que Scott no alcanzase el famoso depósito de La Tonelada no hay que buscarla en la menor señalización del depósito. Ellos sabían que se encontraban a muy poca distancia del depósito, posiblemente no se hubieran equivocado en más de un kilómetro en la estimación de la distancia que les separaba de él. Fue la tempestad lo que los detuvo durante varios días y luego el hambre, el frío y el cansancio hicieron el resto. Por muy bien señalizado que hubiera estado el depósito, nunca hubieran podido llegar a él.
Por último, ya de vuelta a la civilización, Amundsen se comporta de manera poco ética. ¿Cual cree que fué el motivo de posponer una vez tras otra la expedición científica al polo Norte?
Amundsen era un explorador, no un científico. Salvo en el campo etnográfico, donde su acercamiento a los esquimales era muy adelantado para su época y en este campo sí podemos atribuirle un comportamiento totalmente científico. Su pasión era la exploración y por eso la expedición al Ártico tuvo sentido para él cuando lo que pretendía era ser el primero en alcanzar el Polo Norte, pero cuando se le adelantaron, el Ártico perdió todo su interés para él. Además, la expedición científica al polo Norte coincidió con una época de su vida en que se encontraba enamorado y la posibilidad de separarse de la mujer que quería durante al menos media docena de años se le hizo muy difícil.
En cualquier caso, salvo por su comportamiento con Johansen, yo no me atrevería a juzgar su conducta como “poco ética”, más bien la consideraría como una mezcla entre lánguida y errática. Al faltar la meta de la exploración, de llegar hasta donde nadie ha llegado, es decir, de volver a ser el primero en algo, se quedó como carente de un objetivo definido.
Por eso cuando descubre el mundo de la aviación e intuye sus posibilidades de multiplicar la capacidad de explorar, se vuelca en estas nueva tecnología con redoblado entusiasmo. Nuevamente vuelve a ser el explorador que tiene un objetivo y hacia él dedica todas sus energías, primero por tratar de llegar al polo Norte en avión y luego por conseguirlo en un dirigible. Finalmente, aunque eso es otro capítulo, cuando se lanza a la búsqueda de Nobile, de la que nunca regresaría.
En cualquier caso, como le ha ocurrido a un gran número de grandes hombres, la fama tiene su precio. Y aunque él no buscase el reconocimiento social, salvo entre el restringido círculo de los exploradores, es muy difícil mantenerse ecuánime y equilibrado cuando uno se convierte en un ídolo de las masas.
Referencia bibliográfica
Cacho Gómez, Javier. Amundsen-Scott, duelo en la Antártida : la carrera al Polo Sur. Madrid: Fórcola Ediciones, 2011. ISBN 978-84-15174-31-8