Gastrobibliotecas: ¡están para comérselas!

 

Biblioteca del Caoba Restaurant (Madrid)En su LXXXIV epístola moral a Lucilio, Lucio Anneo Séneca —nuestro Séneca— escribió esta sabia sentencia: “alit lectio ingenium et studio fatigatum reficit»  [“la lectura alimenta el espíritu y le sirve de reposo cuando está cansado del estudio”]. Pero no sólo ha de alimentarse el espíritu, que el cuerpo también requiere sus atenciones. Es más: sin dejarnos arrastrar por el epicureísmo desmedido que nubla la razón, creo que no debemos confundir el estoicismo con la renuncia absoluta al ordenado disfrute de la Naturaleza.

Valga tan profunda introducción para desvelar la existencia de algunas bibliotecas especializadas en materia gastronómica, ahora que el arte culinario parece recuperar —por mor de la televisión y sus pretendidos realities— una popularidad que nunca debió perder pese a la presión de la fast food. Y no me refiero, por supuesto, a meras colecciones privadas más o menos logradas de sugerentes libros de cocina recopilados con mayor o menor fortuna, por muy orgullosos que estén sus poseedores de algunos de los títulos reunidos, como le ocurre a Loleta o a la autodenominada “hedonista gastronómica”. Ni siquiera me refiero a colecciones como las de Katherine Golden Bitting o Elizabeth Robins Pennell, que encontraron acomodo en los anaqueles de la prestigiosa Library of Congress, que ofrece con orgulloso interesantes guías de lectura sobre el arte culinario en su web. Ni tampoco a las muestras digitales de la misma biblioteca estadounidense, a la recopilación de títulos digitalizados por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes o a otras opciones de menor enjundia y hasta dudosa legalidad. Ni que decir tiene, este hermanamiento cocina-biblioteca no tiene nada que ver con los diseños que algunos interioristas defienden para hacer convivir en un gran espacio las zonas de trabajo en la cocina con otras de lectura que también puede utilizarse como zona de desayunos.

Cocina bibliotecaPor su alto valor, acaso deba comenzar las menciones a las gastrobibliotecas aludiendo colecciones como la existente en The Lilly Library de la Indiana University Bloomington o a los más de 15.000 documentos que conforman The Marion Nestle Food Studies Collection, integrada en la Fales Library and Special Collections de la New York University. Su indiscutible riqueza las convierte en ineludibles puntos de referencia para cualquier investigador en la materia, aunque cualquier centro de formación gastronómica cuenta, como no puede ser de otra manera, con su gastrobiblioteca particular. Es el caso de la Biblioteca de Gastronomía Institucional del Perú de la Universidad San Martín de Porres (Lima) , The New England Culinary Institute (Montpellier, Vermont), Hattori Eiyō Senmon Gakkō [Hattori Nutrition College] (Tokyo), Cooking and Hospitality Institute of Chicago, la Università degli Studi di Scienze Gastronomiche… Lógicamente, existen auténticos CRAIs, como la Biblioteca del Basque Culinary Center, entidad vinculada a la Mondragon Unibertsitatea que tiene entre sus objetivos fundamentales la investigación y la transferencia tecnológica y de conocimiento entre los profesionales de la alta cocina y los sectores empresariales.

No están, sin embargo, todas las gastrobibliotecas vinculadas a centros educativos o de formación profesional, sino que las hay dependientes de otras instituciones de promoción turística o cultural. Así, por ejemplo, el Musée et Bibliothèque de la Gourmandise, con más de veinte millares de libros de cocina —además de otras especialidades—, situado en Hermalle-sous-Huy (Bélgica); el Schweizerisches Gastronomiemuseum, ubicado en el castillo suizo de Schadau, junto al lago Thun, con unos 5.000 volúmenes en diferentes idiomas que nos retrotraen hasta el siglo XVI; la bonaerense Biblioteca del Patrimonio Gastronómico, albergada en el antiguo edificio de la cervecería Munich, que también acoge la Dirección General de Museos, con una extensa hemeroteca especializada en la práctica culinaria; o la Biblioteca de la Gastronomía Mexicana, impulsada por la Fundación Herdez en las proximidades de Guadalajara (México). La Casa Artusi, identificada como el Centro de Cultura Gastronómica dedicado a la cocina casera italiana —con su propia escuela de cocina, su restaurante y su bodega— mantiene una biblioteca pública que aloja la colección bibliográfica de su fundador, Pellegrino Artusi, y dispone además de varios puntos de acceso a Internet dispuestos para el acceso a bases de datos especializadas, instituciones, asociaciones profesionales, facultades y escuelas relacionadas con la gastronomía. No puede quedar sin mencionar la Biblioteca Histórica Virtual de la Real Academia de Gastronomía —también conocida como Biblioteca Duque de Ahumada—, surgida con el propósito de facilitar al público acceso a los textos fundamentales de la gastronomía española mediante el enlace a las versiones digitales de las obras.

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Lógicamente, también entre quienes hacen de la gastronomía un negocio han surgido bibliotecas más o menos significativas. Acaso la más conocida sea la Biblioteca Gastronomica  Academia Barilla, dotada con unos 11.000 volúmenes, integrada en el sistema nacional bibliotecario italiano y situada en el centro de Parma, en el mismo edificio en que comenzara a crecer el importante grupo alimentario italiano. Pero no sólo las grandes empresas han puesto su empeño en crear gastrobibliotecas. Véanse, si no, el Centro de Documentación y de Bibliografía Gastronómica Blecua en Barbastro (Huesca) o la Librería Enogastronomica del florentino Gourmet B&B Villa Landucci.

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Aunque no encaje en el concepto de gastrobiblioteca, podría extenderme aun más atendiendo a Innova Culinaria, una biblioteca sensorial y virtual en el que se recopila y aporta información acerca de miles de productos para estudiantes, aficionados y profesionales del sector, que cuenta con instalaciones físicas tanto en la Escuela de Hostelería de Burgos como en el IES Juan de Lanuza  (Borja, Zaragoza). Pero prefiero concluir aludiendo a la continua relación entre las bibliotecas y la gastronomía a través de las actividades de extensión cultural, en cuya programación siempre encuentra la cocina algún hueco. Se trate de una biblioteca universitaria, una biblioteca nacional o una biblioteca pública, la organización de exposiciones y otros eventos a partir de los fondos gastronómicos de la colección tendrá siempre el éxito asegurado.

Rafael Ibáñez Hernández

Colaborador en BiblogTecarios Bibliotecario en la Biblioteca Municipal. Curioso de las nuevas tecnologías (aunque ya no sean tan nuevas), pero empeñado en mantener los pies sobre el suelo.

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