Evolución bibliotecaria o Veinte años no es nada

El pasado 14 de febrero la Biblioteca Municipal de Burgos, en la que me afano diariamente, cumplió veinte años de servicio. Ya en otro lugar he contado cómo lo hemos celebrado, así que no es cuestión de reiterarlo. Pero esta circunstancia me ha llevado inevitablemente a echar una mirada hacia atrás. No es la nostalgia —acaso sí la melancolía— la que ha invadido mi ánimo cuando me he percatado cuánto han cambiado las cosas desde entonces acá.

IHR Library CatalogueNo han pasado en balde los años por los bibliotecarios que ya entonces bregábamos con instrumentos que hoy se nos antojan antediluvianos. Dejar de lado la avanzadísima máquina de escribir electrónica —que tanto había facilitado la tarea de elaborar las copias de las descripciones bibliográficas— por un modernísimo sistema automatizado de gestión bibliotecaria nos pareció entonces un progreso difícilmente superable, por cuanto nos liberaba de la tediosa tarea de la ordenación de las fichas en los cajetines del catálogo. Es verdad que aquello supuso la obligación de dominar a marchas forzadas el formato IBERMARC, pero aquellas pantallas monocromas —más exactamente verdinegras— llenas de símbolos alfanuméricos y códigos extraños para el común venían a solventar no pocas dificultades. ¿Y qué decir de la agilidad con la que los ordenadores permitían gestionar el préstamo? Nada de rellenar formularios por duplicado ni intercambiar tarjetas entre bolsas o disponerlas alfabéticamente o por fechas. ¡Ni siquiera era preciso escribir nada! Era suficiente con manejar hábilmente —como la cajera del supermercado— aquella curiosa pistola que con cada bip que emitía confirmaba la anotación en un segundo de todos los datos necesarios.

No hacía mucho tiempo entonces que las Reglas de Catalogación normalizaron —mediante la conveniente publicación de su segundo tomo— la descripción de los materiales no librarios, cuya demanda en la biblioteca creció inmediatamente como la espuma, pese a las reticencias que algunos profesionales mostraban ante la invasión de sus espacios por aquellos elementos que necesitaban de máquinas para permitirnos disfrutar de los datos que contenían. Afortunadamente, muy pronto las mismas Reglas se fundieron en un único volumen, aunando en sus páginas lo dispuesto por las ISBD, las AACR2 y la vetusta tradición bibliotecaria española. La CDU ya había liberado la categoría 4, pero aún constaba de un único volumen en su edición más extensa en lengua española y ya era más que evidente la necesidad de transformar por completo otras categorías, como el 2. Más humilde, la Lista de encabezamientos de materia se nos antojaba casi suficiente para los fondos de una biblioteca pública.

Mientras unos acumulábamos canas, perdíamos cabello o padecíamos ambas transformaciones, las bibliotecas públicas vivieron una pequeña luna de miel con la Administración. Aunque en muchos casos las intenciones ocultas tenían más peso que las proclamadas, las administraciones autonómicas y locales fueron extendiendo los tentáculos del Sistema Bibliotecario Español hasta conformar las complejas redes que hoy gestionan los servicios bibliotecarios. Pese a que en muchos casos este crecimiento resultó un tanto desordenado, a costa de un reconocimiento escaso de la valía de los ya avezados profesionales y de los conocimientos adquiridos por los nuevos titulados que iban abandonando de modo creciente las aulas de las Escuelas de Biblioteconomía —luego transformadas en pretenciosas Facultades de Documentación—, las bibliotecas públicas pasaron a percibirse como un servicio imprescindible, lo que afortunadamente nos ha permitido soportar el embate de la crisis económica, no sin sacrificios pero con relativo éxito.

En los últimos lustros las bibliotecas han continuado progresando, e incluso tenemos la percepción de que los cambios se suceden cada vez de manera más acelerada. Tras algún pequeño debate, las bibliotecas se plegaron a Internet y enseguida comprendimos que era además necesario que las bibliotecas contaran con su propio espacio en la dimensión virtual. Primero creamos contenidos meramente publicísticos y propagandísticos, creciendo con pujanza los foros de debate y las listas de correo electrónico; más tarde han sido las herramientas sociales las que han permitido destruir —o al menos agrietar— los estrechos muros que atenazaban las colecciones, esas mismas que comienzan a integrar —¡ay!— documentos sin consistencia física. La más que necesaria cooperación ha obligado a armonizar las normas existentes —como las ya mencionadas ISBD— o a crear nuevos formatos (MARC 21) e incluso nuevos modelos conceptuales como los FRBR o los FRAD que, junto con la creciente implementación de modelos de metadatos y las nuevas tecnologías, cambiarán radicalmente la descripción catalográfica y el acceso al documento.

Lego librarianAlgunos pájaros de mal agüero se empeñan en vaticinar el fin de las bibliotecas. Las dificultades, evidentemente, están ahí: los últimos años han sido pródigos en ejemplos. Pero personalmente dudo mucho que la biblioteca vaya a desaparecer. Es verdad que, ya anteriormente, grandes bibliotecas perecieron por la desidia o la bestialidad humanas. Ardió la de Alejandría y pulverizaron la de Sarajevo, pero renació el ideal de la primera y la segunda se recompone en modernas instalaciones, mientras la tenacidad e imaginación de los profesionales se combina con la demanda de los ciudadanos para que broten aquí y allá nuevos proyectos bibliotecarios. Ni siquiera la poco probable extinción del códice pone en peligro a la biblioteca, que sobrevivió a las tablillas de barro y a los rollos de papiro o pergamino, como lo prueba el diseño de la primera (así llamada) biblioteca sin libros. Antes al contrario, la evolución hará las bibliotecas aún más ligeras, tal vez más informales pero igualmente o aún más efectivas.

¿Y los bibliotecarios? No lo dudo: nuestra especie pervivirá.

Rafael Ibáñez Hernández

Colaborador en BiblogTecarios Bibliotecario en la Biblioteca Municipal. Curioso de las nuevas tecnologías (aunque ya no sean tan nuevas), pero empeñado en mantener los pies sobre el suelo.

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