En el mundo de las ideas parece regir una ley no escrita, pero que se cumple inexorablemente: la ley del péndulo. Según dicha ley, las grandes controversias intelectuales acaban oscilando entre dos polos opuestos e irreconciliables, que se turnan en la pugna por la atención de los medios de información de masas.
Desde hace un tiempo la lectura se encuentra atrapada en una de estas oscilaciones: considerada desde hace mucho como el medio por excelencia de la difusión del pensamiento, de la cultura y del buen gusto, la eclosión de las nuevas tecnologías parece haber puesto a la lectura (a la lectura de libros, para ser más exactos) contra las cuerdas. Ante esto, la reacción de no pocos analistas e intelectuales ha pasado por reivindicar la preeminencia de la lectura apelando a un recurso curioso: los estudios científicos que, presuntamente, muestran las diversas utilidades y los muchos beneficios que tiene leer libros.
Voy a dedicar este escrito a ofrecer mi particular análisis de la controversia en torno al valor y a la utilidad de la lectura. Para ello, dedicaré unos párrafos a analizar los estudios más recientes que se utilizan como argumento para defender la utilidad de la lectura. En mi opinión, en el mejor de los casos las “evidencias” que aportan dichos estudios son débiles en su estado actual, cuando no directamente dudosas.
Después de pasar revista a la ciencia, comentaré lo que hay de paradójico en querer defender la lectura por medio de reivindicar los útiles beneficios que parece mostrar la ciencia. A pesar de las buenas intenciones que animan el intento, bien podría salir el tiro por la culata.
Por último, haré mi propia apología y defensa de la lectura pero reivindicando una comprobada utilidad de largo alcance de la lectura, por llamarla de alguna manera. Puede que esa utilidad no sea tan llamativa como los resultados de la ciencia popular, pero es mucho más real e infinitamente más necesaria en los días extraños en los que vivimos.
Mi discurso va a ser largo, así que si sigues leyendo más vale que te tomes tu tiempo. Estás avisado.
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Entre el público general hay un deseo de consumir ciencia. O más bien, hay un deseo de consumir noticias sobre ciencia producidas por los medios de comunicación de masas (ya sean los tradicionales o los nacidos digitales). Aunque los medios especializados que dedican un tratamiento riguroso a la ciencia también gozan de buena salud, ni por asomo reciben la atención que se les dedica a los medios más generalistas. Esto genera interesantes tensiones, la más destacable de las cuales es la necesidad que sienten muchos medios de simplificar los resultados de determinadas investigaciones para favorecer su digestión, o de dedicar su valioso espacio a aquellas investigaciones más impactantes o llamativas. Y eso a pesar de que muchas de esas investigaciones puedan tener debilidades importantes, o de que las implicaciones de sus resultados puedan ser muy matizables.
Los estudios científicos que tratan sobre la lectura no se libran de esa dinámica. De hecho hasta podríamos decir que son especialmente sensibles al fenómeno de la simplificación, dado que sus aparentes resultados son muy celebrados por miles de amantes de la lectura.
Pasemos una ligera revista a algunos de los estudios más sonados. Por ejemplo, aquel que dice que leer aumenta la empatía. Hay un grupo de estudios que apuntan en esa dirección que fueron revisados por Keith Oatley, un prominente investigador del campo, en un artículo para Trends in Cognitive Sciences en agosto de 2016. El argumento central de estos estudios es el mismo: la lectura de literatura de ficción (pero no de no-ficción) aumenta la empatía y la comprensión social porque nos permite simular las emociones, las vidas y las motivaciones de los personajes de la historia. Además, ese ponernos en la piel de los personajes tendría el poder de librarnos de sesgos y prejuicios hacia colectivos concretos al permitirnos entender mejor sus emociones y su situación vital.
Este abanico de estudios ha sido recibido con verdadero entusiasmo por los amantes de la lectura (yo mismo dediqué en su día un artículo en esta plataforma sobre el tema). Tal entusiasmo sólo puede ser debido al estatus casi religioso que han alcanzado la empatía y la inteligencia emocional en nuestros días. Por descontado que son capacidades deseables porque son un requisito para, entre otras cosas, mejorar la convivencia y la compresión entre las personas. Pero la empatía no tiene por qué ser “buena”.
Eso es lo que argumentó el psicólogo y científico cognitivo Paul Bloom en The Boston Review en 2014. Según Bloom, la empatía es estrecha de miras (nos conecta con individuos concretos, pero es ciega a datos estadísticos o a diferencias numéricas) y sesgada (por ejemplo: sentimos más empatía por personas atractivas o por aquellas de nuestro grupo étnico o nacional), por lo que es una pobre guía para la vida social. Algo parecido ocurre con la inteligencia emocional: aunque parece una cualidad deseable de por sí, la inteligencia emocional potencia las oportunidades de manipular a los demás en aquellas personas que de por sí tienen un perfil manipulador, y es causa de otras disfunciones (como por ejemplo: cuando un líder da un discurso cargado de emoción, es menos probable que la audiencia examine de manera crítica su contenido y que lo recuerde).
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También es problemático suponer que leer ficción nos permite aprender mejor sobre el entorno social y así disminuir nuestros prejuicios. Ello se debe a que podemos ser engañados por la lectura de ficción, al incorporar informaciones falsas o inexactas a nuestro conocimiento del mundo sin ni siquiera ser conscientes de ello. Y ese engaño se debe, una vez más, a la empatía que podemos llegar a sentir por los personajes de la historia.
En resumen: que leer ficción aumente la empatía es algo a celebrar incondicionalmente sólo si se cree que la empatía nos lleva siempre a ser mejores personas, o a tomar las mejores decisiones. Pero, como vemos, esto dista mucho de ser cierto (como ya argumentó en su día el filósofo Gregory Currie).
Comentemos otro estudio reciente sobre la lectura, esta vez ése que parecía mostrar que a más libros en casa de niño, más sueldo de adulto.
Unos investigadores de la Universidad de Padua utilizaron datos sobre hombres adultos europeos de entre 60 y 96 años, para tratar de determinar si diferencias en la infancia en cuanto a formación o acceso a material escrito tenían un reflejo en su éxito económico como trabajadores. El equipo halló que los niños que tenían en casa de 10 a más libros no escolares (aquellos que los niños no estaban obligados a leer) tuvieron unos ingresos un 21% superiores a la media. Parece que otras condiciones como el tipo de trabajo de los progenitores no suponían una influencia sobre el nivel posterior de ingresos. Lo importante era la condición de poseer más libros, a partir de un número de 10.
El equipo de Padua puntualizó que su resultado no implicaba que los libros y el acceso a la imaginación y al conocimiento que éstos permiten fueran la causa de los mayores salarios: también podría haber sucedido que los hogares con libros pertenecieran a familias en las que se anima a los niños a buscar el conocimiento y a amar a la lectura, o con un mayor nivel de ingresos.
En mi opinión, el resultado puede tener otra explicación alternativa. No parece que los investigadores tuvieran en cuenta las diferencias individuales de los hombres de la muestra en cuanto a habilidad lectora ni en cuanto a inteligencia general (al menos no parece quedar explícitamente recogido en el artículo, que podéis consultar en abierto). Así, los niños con mayor capacidad lectora podrían tener más libros en casa sencillamente porque están más predispuestos a leer; esa mayor capacidad lectora puede reflejar una mayor capacidad cognitiva general, lo que permite (en principio) un mayor éxito educativo y el acceso posterior a puestos de trabajo mejor remunerados. Por tanto, en la explicación de los resultados el factor clave no serían los libros en sí, ni la animación a la lectura por parte de la familia, sino diferencias individuales en el nivel lector y en la inteligencia.
Podría parecer una interpretación fantasiosa, pero hay evidencia de que tanto la habilidad lectora como la inteligencia general están bajo influencia genética. Además, se sabe que el nivel de inteligencia general es estable en el tiempo, es heredable y predice, entre otras cosas, el éxito educativo, laboral y económico (aunque no siempre ni en todos los casos, claro está).
Podría ser que la inteligencia también tuviera algo que ver en un tercer estudio que ha recibido mucha atención mediática: aquel que dice que leer nos alarga la vida.
Un equipo de investigadores de la Universidad de Yale (EEUU) analizó datos de 12 años de seguimiento de un total de 3.635 personas mayores de 50 años. Según los investigadores, los datos demostraron que aquellas personas que leían con asiduidad (sobre todo libros) llegaban a vivir hasta dos años más en promedio que las que no leían. A pesar de sus conclusiones, parece que los investigadores no pudieron ofrecer una explicación del por qué la lectura parece alargar la vida.
Dado que los individuos de la muestra analizada podían variar en diferentes dimensiones, según el resumen del artículo se controlaron las siguientes variables: edad, sexo, raza, educación, comorbilidad, auto-percepción de la salud, estatus económico y marital, y depresión. “Controlar” las variables de un experimento supone elaborar un diseño experimental en el que se minimice la contribución de diferentes factores a aquello que queremos estudiar: en el caso de este trabajo, lo relevante era determinar la influencia de la lectura en la esperanza de vida, intentando aislar la contribución de otras variables, como la edad, el sexo,…
Aun así, parece que los investigadores no consideraron oportuno “controlar” la inteligencia de los individuos estudiados (dado que el artículo no está disponible en abierto, no puedo asegurar que no lo hicieran efectivamente; pero en el resumen del artículo no se menciona el control de la variable “inteligencia”). Y no es un detalle menor: se sabe que la gente más inteligente vive más, aunque no se conozca exactamente la causa (quizá porque las personas inteligentes tienden a cometer menos tonterías con su cuerpo y su salud).
Así que sin controlar la inteligencia no se puede saber a ciencia cierta si es la lectura lo que hace que los individuos del estudio vivan más, o si bien viven más porque son más inteligentes, siendo el mayor aprecio por la lectura una señal indirecta de una mayor curiosidad intelectual. Bien podría ser que esta explicación alternativa sea errónea, pero con los datos disponibles del estudio creo que no es descartable totalmente.
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A pesar de lo que he tratado de mostrar en los párrafos anteriores, supongamos que los estudios fueran completamente sólidos y los pudiéramos utilizar con toda legitimidad para defender la utilidad de la lectura. ¿Qué ganaríamos con ello?: puede que no mucho.
Defender el valor de “algo” apelando a su utilidad tiene el problema de que quizá podríamos encontrar otro “algo” que cumpliera la misma función, que tuviera la misma utilidad, y que exigiera un menor esfuerzo o una menor inversión que ese primer “algo”. La lectura no tiene por qué escapar a esta dinámica, a pesar de que el uso de la ciencia siempre parezca otorgar una mayor respetabilidad a un argumento.
Por ejemplo: pensemos en el estudio que dice que leer reduce el estrés y la ansiedad. Según sus resultados, tan sólo seis minutos de lectura pueden llegar a reducir los niveles de estrés en dos tercios. No está nada mal, pero no es la única manera de reducir el estrés y la ansiedad. E incluso las hay que requieren aún menos esfuerzo, por ejemplo: visionar fotos con vegetación. Y ni siquiera hace falta que sean parajes espectaculares: una foto de un simple paseo arbolado ya cumple la función.
Algo parecido podemos decir del estudio que asegura que leer nos hace vivir más. En 2015 se publicó un estudio que analizó a 5.700 hombres Noruegos en la tercera edad: los investigadores concluyeron que aquellos que hacían ejercicio un total de tres horas a la semana vivían unos cinco años más que los sedentarios. Además, los investigadores puntualizaron que tanto el ejercicio vigoroso como el suave aumentan la esperanza de vida.
En esta misma línea, más curioso todavía es un estudio que asegura haber hallado que las mujeres de EEUU que viven en zonas con vegetación tienen una tasa de mortalidad más baja (hasta un 12% más baja) que aquellas que viven en zonas sin vegetación.
Así que si no te entusiasma leer, enhorabuena: aún tienes a tu disposición medios relativamente básicos y sencillos para relajarte y vivir más. Y sí, también hay otros medios para mejorar tu empatía, como el mindfulness.
No es extraño que haya voces que quieran alejar a la lectura de un utilitarismo práctico, vistos los problemas que puede acarrear esta postura, como por ejemplo Alberto Olmos en El Confidencial (Leer aumenta la probabilidad de que te toque el ‘gordo’ en Navidad), Lee Slegel en The New Yorker (Should literature be useful?) o Javier Gómez Santander en El Mundo (Lee para follar).
Los artículos señalados, y seguro que muchos otros, van en la misma dirección: reivindicar la lectura como un placer en sí mismo, alejada de otras consideraciones utilitarias, afirmando como dice Alberto Olmos:
Lo que no nos van a decir es la verdad; no nos van a decir que leer no sirve absolutamente para nada. Ni siquiera entienden que es de eso de lo que se trata.
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A pesar de todo, la lectura tiene una utilidad incontrovertida para la gran mayoría de la personas. Cada vez que se lleva a cabo un estudio sobre la cuestión, se obtienen los mismos resultados, o resultados que dan a entender lo mismo: la educación mejora las oportunidades de las personas de prosperar en la sociedad. Por poner sólo un par de estudios recientes que muestran la relación:
- Un estudio llevado a cabo por la Fundació Bofill en Catalunya mostró que el descenso en el nivel social durante estos años de crisis había afectado sobre todo a las familias con estudios básicos (55%), por contra del 25% de hogares donde se han cursado estudios universitarios.
- Un informe del Observatorio Social “La Caixa” afirma haber hallado que “los títulos educativos se mantienen como una vía de mejora en el estatus social, ya que aumentan las probabilidades de ascender a posiciones altas, disminuyen las de descender en la escala y reducen el riesgo de caer en el desempleo”.
Pero eso no es todo. El nivel educativo y el nivel lector también influyen en el uso que se hace de Internet, creando quizá la brecha digital más preocupante: así, un informe de la OCDE muestra que en Europa los estudiantes con mejores habilidades de lectura, independientemente de su origen, tienen mayor facilidad para navegar por Internet y explotar las ventajas que el medio ofrece. De manera parecida, según un informe de Pew Research en EEUU los afroamericanos y los hispanos, dos clases sociales con grandes diferencias en cuanto a ingresos o nivel educativo respecto a los blancos, son menos proclives a involucrarse en actividades de aprendizaje personal, y cuando lo hacen tienden más a acudir a centros comunitarios (como las bibliotecas) que a usar Internet (ya sea para navegar o para inscribirse en cursos online)
Por supuesto que la educación no implica un profundo amor por los libros y por la lectura. Pero es difícil suponer que se pueda llegar a según qué nivel formativo sin haber adquirido unas buenas competencias lectoras, e incluso sin haber desarrollado cierto gusto por la cultura o cierta curiosidad intelectual. De manera parecida, se puede obtener un cierto estatus social sin poseer un alto nivel educativo, como se encargan de recordarnos los modelos de éxito actuales, que incluyen a emprendedores de las nuevas tecnologías y a “famosos” de diverso pelaje; aun así, sigue siendo cierto que la mayoría de nosotros jamás llegaremos a ser emprendedores millonarios o figuras de referencia en el mundo del espectáculo, por lo que la educación y la lectura siguen siendo las mejores (o quizá las únicas) armas de las que disponemos para vivir unas vidas plenas y dignas en muchos sentidos.
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No deja de sorprenderme (aunque pueda ser una percepción equivocada) la poca atención que se dedica a comentar los resultados (y sobre todo las implicaciones) de trabajos como los anteriores, comparada con la atención que reciben los estudios de ciencia que tienen que ver con la lectura, a pesar de sus defectos y flaquezas.
Puede que esa diferencia se deba a la dinámica en la que los medios de comunicación se encuentran atrapados en lo que hace a la ciencia (mayor difusión de resultados impactantes en forma de noticias de fácil digestión). Quizá también se deba al relativo descrédito del trabajo intelectual amateur, aquel que se hace simplemente por el gusto de conocer y de saber más, o a la manía de querer hacer que la lectura sea divertida casi a toda costa.
También puede que se deba a otro factor que no quiero dejar de mencionar: como miembros de sociedades desarrolladas casi hemos dado por sentado el acceso a la lectura y a la educación, olvidando que para millones de personas en todo el mundo la educación sigue siendo un lujo. Y ese olvido es casi un salvoconducto que nos permite frivolizar el hecho lector. Como ejemplo, vale la pena citar completo el artículo Lee para follar de Javier Gómez Santander:
A leer, de tanto untarle con el debe, le han dejado romo el atractivo. Los apologistas de la lectura, repartidos por colegios, familias y ministerios, llevan décadas bombardeando a niños inocentes con monsergas aprendidas de memoria. Que si leer es muy necesario. Que si no se puede ir por la vida sin coger un libro. Que sin novelas no se rellena la cabeza. Que si, oh, terrores, si quieres saber del amor, tendrás que leer poesía. En definitiva, a los chavales se les intenta hacer creer que o lees o te conviertes en un reducido mental por vocación que no será capaz de gestionar el flujo de sus propios residuos metabólicos.
Evidentemente, un ser humano medio tarda poco tiempo en comprobar que esto es mentira. Les basta con levantar la vista del libro una vez para ver que se puede ir por la vida sin leer y conducir un BMW. O poner un canal de esos de videoclips en los que las letras son tan tontas que, aunque pretendan exponer sentimientossimiliamorosos, sólo alcanzan a decir: «No he leído en mi vida y mira dónde estoy. Lo único que importa en este mundo es peinarse».
En el mejor de los casos, el chaval no será tonto. Sospechará que no todo en la vida es videoclip y BMW de dudosa procedencia, así que es probable que se ponga a leer. Pero leerá por miedo a devenir en ignorante; por huir de una vida con subwoofer y Seat León, por huir de años llenos de sanjacobos y televisión siempre puesta, de mesa portátil en el sofá, de novias que mascan chicle o de ir por ahí en moto con el casco puesto en el codo. Leerá, pero leerá por huir, leerá por un debe, leerá porque es muy necesario para ser culto. Y eso es, inevitablemente, el preámbulo de un fracaso.
Si se quiere meter en la lectura (y no sé si esto es en sí mismo bueno) a la juventud hay que decirle la verdad: si lees vas a follar más. Leer te convertirá en un seductor para toda la vida, no hasta que te aguanten los pectorales o las tetas en su sitio. Leyendo se hace uno más rápido, más imprevisible y más ágil. Leyendo se aprende a encandilar. Leyendo se le recuerda al cerebro cuál es su ritmo, se le apacigua, se le echa de comer. Y eso te devuelve al mundo con una sonrisa cabrona, una mirada que ve más allá y unas palabras como navajas que hacen que a tu paso se vayan abriendo bocas. Esto, y no lo de ser más culto, es lo que pasa con la lectura. Alguien tenía que decíroslo.
Sí, la lectura puede tener múltiples utilidades: puede hacernos más empáticos, o mejorar nuestra salud, y ésos son buenos motivos para leer. Pero “el miedo a devenir un ignorante” me parece uno de los mejores. No sólo (y en especial) por el gozo intelectual que procura el conocimiento en sí, sino porque tal y como está el patio ser un ignorante hoy día es un claro suicidio social. Flaco favor se le hace a nadie dando a entender, aunque sea en broma, que lo de leer no es para tanto, que se puede prosperar siendo un burro, y que muestra de ello son los tipejos que aparecen en los videoclips reguetoneros.
Imagen de .brioso , via Flickr con licencia Creative Commons: «Atribution».